«Trágico ¿no?»
—Parece que no soy la única con un día de mierda —dije tratando de tener una conversación normal con Franco.
—Pero si ni se me nota —respondió Franco sarcásticamente—. ¿Qué haces aquí? Limpiamos ayer, no hay nada que hacer hoy.
—Podría ordenar los sacos de comida para perro según la fecha de vencimiento, no me digas que no hay nada que ordenar. ¿Qué haces tú aquí?
—Pues ya lo dijiste antes, estoy teniendo un día de mierda y quería estar lejos de mi padre.
¡Vaya casualidad! Sorprendida dije—: La verdad me asusta un poco que digas eso, porque vengo exactamente por la misma razón.
—¿Quieres estar lejos de tu padre? Pero Humberto es lo máximo.
Fruncí el ceño. —¿Por qué tienes a mi padre en un pedestal? —pregunté.
—Tu padre se ha pasado varias veces por mi casa para pasar el rato con mi padre, ya lo conozco lo suficientemente bien para decir que me agrada.
—Lo mentiroso nadie se lo quita —dije más para mí misma.
—¿Mentiroso? ¿Por qué? Si se puede saber, claro —mencionó un poco incómodo.
Deja de ser tan educado que me encanta.
Solté una verdad a medias, no quería expresar mis desgracias a Franco. —Ha sabido toda la vida quiénes son mis padres biológicos y nunca me lo había dicho. —Me senté en el montón de sacos de comida para perro que había junto a la puerta de la bodega. Franco se sentó junto a mí.
—¡Oh mierda! —exclamó—. Me has arruinado la imagen de tu padre.
—¿Y tú? ¿Puedo saber por qué estás teniendo un día de mierda? —pregunté.
Franco suspiró y acomodó sus gafas. —Pues... Es un tema difícil —
—No tienes que decirme si no quieres —lo interrumpí.
—No —dijo despreocupado—, está bien. Mi padre tiene un carácter... Bastante fuerte, así que en los seis meses que ha estado con nosotros desde que volvió le ha dedicado la mayor parte del tiempo a pasársela gritando, a la señora que nos ayuda con la limpieza, a mi madre, a mí, a cualquiera que se le atraviese. Incluso a Andromeda.
—¿Andromeda?
—Mi gata.
—¡¿Qué?! ¿Tienes una gata? Si apenas te le acercas a los perros callejeros.
—Montenegro, creí que sabías la diferencia entre un perro y un gato.
—¡Agh! Continúa.
—La cantidad de dinero que gana mi padre y la forma en la que lo ha invertido le ha permitido tener un vicio, el puto whisky. Solo whisky, nada de cervezas, ron o vino. —Arrancó unos hilos de su camisa del uniforme con rabia. Me dio un poco de ansiedad porque dejó otros cuantos colgando—. Cuando se sienta en el sofá con su copa en mano y la botella a sus pies sé que las cosas se van a poner feas y de nuevo va a gritar por horas, quejándose hasta del dióxido de carbono que exhalamos, pero hoy cruzó la línea —hizo una pausa, tragó grueso y siguió—. Mi padre le dio una cachetada a mi madre, yo estaba ahí de frente, acababa de pasar por la puerta después del colegio, lo vi casi en cámara lenta. Me dio muchísima rabia, así que le devolví a mi padre la cachetada y él solo se quedó ahí de pie, no sé ni porqué te cuento esto, ni siquiera somos cercanos.
—Está bien, Franco. Suéltalo. Podremos no ser amigos, pero nos conocemos hace mucho ¿no?
Él dudó. —¿Sabes qué pasó después de que le di una cachetada a mi padre? Mi madre le trajo hielo para desinflamar y me dijo que soy un insolente. —Franco soltó una risa incrédula. Se giró y me miró directo a los ojos—. ¿Lo puedes creer?
El corazón se me aceleró y los circuitos de mi cerebro dejaron de funcionar, empezando por esa mirada que me pone tan nerviosa y siguiendo por el hecho de que Franco Villarreal, mi rival en algún momento, la persona que odiaba tanto que ocupaba mi mente (o eso creía yo) se abrió conmigo, me contó todos sus problemas familiares y yo le dije una verdad a medias. De nuevo estaba siendo una desgraciada, el remordimiento me iba a matar.
—Obviamente solo querías proteger a tu madre, no eres un insolente, Franco.
No dijo nada. Hubo silencio por diez segundos más o menos, de los cuales estuvo unos cuatro mirándome a los ojos.
—Mi vida es más trágica —dijo de forma arrogante.
—¿Ah sí? Por si no lo sabes, soy muy competitiva.
—No me digas.
—Tu preciado Humberto es mi padre biológico, supérame eso.
Franco me miró sorprendido. —¿Estás bromeando? —Yo negué con la cabeza—. ¡Wow! ¡Qué impactante! Pero también soy competitivo.
—Pues veamos qué tienes más trágico que eso.
—Ayer una chica me confesó indirectamente que le gusto así que le confesé mis sentimientos también y se fue huyendo. Trágico ¿no?
Con estos cambios en mi circulación corría peligro de sufrir un ataque cardíaco. De hecho, uno de esos en este momento no estaría tan mal, o bien, un terremoto para que la tierra se parta en dos y me trague.
—No entres en pánico, Montenegro. Yo tampoco sé qué hacer después de lo que nos pasó.
Admiraba la tranquilidad de Franco para manejar el asunto, actuaba como si no fuera la gran cosa, y yo creo que sí, ambos sentimos lo mismo, pero somos un par de imbéciles que no saben reaccionar a eso. ¿Por qué nadie da clases sobre el amor? Si hubiera un libro con el que pudiera estudiar estoy segura de que desde hace mucho ambos hubiéramos sabido qué hacer.
Recordé unas de las últimas palabras de Lucas.
«Ustedes dos son la pareja más perfecta que he imaginado porque son unos nerds y tendrían un hijo mega inteligente, me hubiera encantado verlos juntos»
La verdad es que el niño sí sería mega inteligente.
—¿Y entonces? —pregunté—. ¿No vamos a hacer nada y vamos a seguir como antes? Necesito saberlo para dejar de sentirme incómoda. —Reí.
—Es que... no lo sé —dudó Franco—. ¿Qué tal si vas conmigo a una fiesta este fin de semana? Es de la élite de la comunidad, ya sabes... mi padre, el señor Fuentes y todos esos señores «elegantes».
No comprendía como era que verlo a los ojos me descontrolaba todos los sentidos, no podía mantener mi mirada en la suya más de cinco segundos. Todo esto es muy frustrante, es desordenado, no puedo tomar control de esto.