Robert. (cave quod optas.)

Robert. (Completo.)

Robert.  
Mi hecatombe comenzó el día que puse diversos anuncios diciendo que alquilaba una habitación en mi piso.  
Mi empresa había sufrido una fuerte recesión económica y había tenido que llevar a cabo múltiples despidos. Yo tuve suerte de permanecer en plantilla, pero fue porque acepté sin rechistar una reducción de suelo. El día que me confirmaron me planteé que lo mejor sería buscar un compañero de piso con el compartir los gastos. Mi sueldo no era muy elevado y me costaba llegar a final de mes, con el recorte en mi salario todavía tendría que ir más justo.  
Mi vivienda tenía un amplio comedor, cocina, tres habitaciones y dos baños, uno con ducha y otro con bañera. Era una construcción antigua y tenía diversas taras, por eso era tan económica aun siendo bastante grande. Al principio pensé que lo mejor sería buscar a alguien de confianza, pero la mayoría de mis amistades y familiares estaban casados, tenían hijos o vivían en pareja. No tuve otra opción que hacerme a la idea de compartir piso con un total desconocido. Puse anuncios en páginas de Internet, y lo compartí por redes sociales. La primera semana no llamó nadie, pero al octavo día recibí una llamada. Me dijo que se llamaba Robert Inler y que estaba interesado en conocer más detalles sobre la oferta. Tuvimos una charla larga y distendida en la que le expliqué la localización exacta, el estado de la vivienda y las condiciones. Fue muy agradable y realmente cortés en todo momento, desde el primer segundo me causó una buena impresión. Le pregunté sobre cuando le vendría bien venir a ver la casa y me respondió que cuando yo pudiera, que, por él, cuanto antes mejor. Para no perder el tiempo le dije que mañana mismo podía venir y él aceptó. Nos despedimos y todo quedó planificado.  
Al día siguiente sobre las siete de la tarde llegó a mi edificio. Tocó al telefonillo, le abrí y subió los tres pisos hasta mi puerta. Nos dimos un apretón breve en el recibidor y le hice un gesto para que pasase al interior. Era la primera vez que hacía algo así y estaba un poco nervioso, quería quedar bien y asegurarme de que Robert era un buen tipo.  
Le enseñé toda la vivienda y su habitación, y mientras respondía sus dudas analizaba su aspecto.  
Tenía una mirada penetrante, pero no intimidante, una nariz con forma de pico de águila. Sus cejas eran frondosas, pero conjugaban bien con su barba tosca y espesa.  
Parecía una persona normal, estaba en forma, tenía modales y parecía educado. Por mucho que le observaba no encontraba ninguna tara. Y él parecía estar agradado y que le gustaba la vivienda.  
Después de enseñarselo todo fuimos al comedor y tomamos asiento. Llegaba el tema del precio. Yo me hice el interesante hablando de la buena ubicación que teníamos al estar tan cerca del mar y la cantidad de diversidad de tiendas y servicios que teníamos a muy poca distancia. Una vez concluí mi alegato le dije el precio y que tenía que pagar un mes por adelantado. Como pensaba que me negociaría el precio elevé la cantidad y dije cien euros más de lo que pensaba pedir, en total 450€. Tremenda mi sorpresa cuando aceptó sin intentar rebajar ni un euro del precio. Me alegré e intenté que no sé me notará la satisfacción. Le dije que trato hecho y extendí la mano para sellar el acuerdo con un apretón de manos, pero en ese momento Robert me interrumpió. Me dijo que primero quería explicarme algunas cosas. Yo por mi parte le dije que adelante.  
Resulta que Robert trabajaba desde casa y por lo tanto pasaría mucho tiempo en la misma y quería estar seguro de que no sería un obstáculo. Le dije que no había problema. Insistió diciendo que él fumaba y agregando que era muy casero y que no quería estar con alguien a quien eso le molestase. También añadió que buscaba tener intimidad. Persistí diciéndole que no habría ningún problema. Su rostro reflejo alivio y entonces fue él quien extendió su mano. Así fue como sellamos el trato con un amistoso apretón.  
Le pregunté que cuando querría instalarse y qué si necesitaba ayuda con la mudanza. Me comentó que si me parecía bien se instalaría mañana mismo. Obviamente respondí que me parecía bien y que ya le había preparado una copia de las llaves de casa. Se alegró y me dijo que eso era estupendo.  
Le comenté que salía del trabajo a las 17 y llegaba a casa sobre y cuarto, que le avisaría para que viniese. Me sonrió encantado. Le pregunté si quería tomar algo, pero rechazó mi oferta escudándose en que tenía que preparar sus cosas para traerlas. Se levantó y le acompañé hasta la puerta, nos despedimos y le vi marcharse con celeridad.  
 
Poco después me llamó mi madre por teléfono y le mencioné lo sucedido. Se alegró mucho por mí, ella lo pasó francamente mal al enterarse de lo sucedido en mi trabajo. Expresé lo contento que estaba y le manifesté que después de todo yo tenía razón y que no había nada de qué preocuparse.  
Al día siguiente, cuando salí de la oficina recibí una llamada de Robert. Ya lo tenía todo listo, le dije que en seguida llegaba a casa y que viniera en cuanto quisiera. Es curioso, apenas pasaron diez minutos desde que finalizó la llamada y él ya estaba en el portal, esperando con dos maletas y una caja de cartón. Me ofrecí y lo ayudé a subirlo todo al piso. Nada más entrar dejó las cajas en el suelo y sacó un sobre del bolsillo interior de su chaqueta. No soy de los que cotillean, pero lo exhibió delante de mí con naturalidad. Llevaba el sobre lleno de dinero, un montón de billetes enrollados. Me pagó el adelanto y el primer mes con una sonrisa de orgullo. Inconscientemente le di las gracias. Me dijo que iba a instalarse y yo le respondí en tono jovial: ‘como en tú casa’. Me fui al comedor y me tumbé en el sofá a ver la tele, quería darle intimidad. Pasó algo más de una hora hasta que volvió. Me comentó que ya lo tenía todo guardado y que se iba a duchar. Yo me quedé para mí el baño que estaba más cerca de mi habitación e hice lo propio para con Robert.  
Le pregunté si necesitaba toalla o algo por el estilo y me respondió que ya tenía de todo.  
A pesar de que ya me había hecho a la idea me continuaba pareciendo raro ver a alguien más en mi casa. Al rato, cuando el cielo ya empezaba a oscurecer apareció Robert por el comedor. Tenía dos vasos transparentes y una botella de ‘bourbon’. Me ofreció una copa para brindar por nuestra reciente convivencia, y yo acepté gustoso. Estuvimos charlando de cosas triviales. Resulta que teníamos muchos gustos en común, en casi todo pensábamos igual o muy similar. Era curioso para mí conocer a alguien con quien compartía tanto, no era algo que me sucediera usualmente.  
El tiempo pasó rapidísimo, cuando me quise dar cuenta eran más de las nueve de la noche. Para proseguir con esta buena racha le propuse pedir algo de cenar por teléfono y que yo invitaba. Al final pedimos ‘kebab’ al local que había en la misma calle. No tardaron nada en cumplir el servicio y subirnos la comida. Dos ‘doner kebab’ grandes, cerveza, patatas fritas y ensalada cesar.  
Yo tenía una mesa de madera junto al sofá y comimos ahí. Normalmente comía en la mesa grande, pero hice la excepción ya que tenía un acompañante. Cenamos muy bien y muy a gusto, hubo más conversación que televisión.  
Una vez terminé de cenar era hora de irme a la cama, madrugo mucho y me cuesta horrores espabilar por las mañanas y por ello me tengo que levantar con tiempo.  
Me despedí y me fui al cuarto, Robert decidió quedarse.  
A la mañana siguiente hice mi rutina habitual. Me levanté a las siete, desayuné café con leche y tostadas y terminé con una ducha. Luego vi un poco de ‘tv’ para despertarme, me vestí y me fui a la oficina. Por poco cierro la puerta de casa con llave, pero en ese momento me acordé de que ahora tenía compañero de piso.  
Cumplí mi típica jornada, de 9 a 17 con una pausa para comer. Después regresé a casa. Me sentí raro al llegar, Robert no estaba en el comedor y no sabía si era apropiado ir a saludarle. Esperé por si salía para hablar con él, pero no sucedió. A la hora de la cena ya no podía más con la curiosidad. Fui hasta la puerta de su habitación e interactúe repetidas veces. Quería saber si estaba en casa, tenía una necesidad insana por saberlo. Finalmente abrió la puerta desde dentro y me miró extrañado. Me disculpé por la irrupción y le pregunté si cenaba conmigo, pero me despachó con evasivas diciéndome que estaba ocupado trabajando. No puse objeción y entendí la situación. Regresé al comedor algo aturdido. Lo cierto es que no le pregunté en ningún momento a que se dedicaba y ahora sentía muchas ganas de indagar. Cené y esperé por si Robert aparecía, pero no fue así. Me acosté con el ‘run run’ por saber que estaba haciendo Robert.  
Al día siguiente misma rutina para ir a la oficina. Era viernes, y tuve que hacer dos horas extras. Todo fue por culpa de un compañero de trabajo que siempre me estaba haciendo la vida imposible. Se llamaba Roque, era mi superior, lo había enchufado el dueño de la empresa por qué era su ahijado y su sobrino. Nunca cumplía con los objetivos y a última hora me mandaba hacer todo lo que él no había hecho. No me quedaba otra que obedecer, no quería perder mi puesto de trabajo. Todo el mundo en la oficina se había ido, solo quedábamos el bedel, el personal de limpieza y yo. Me despedí de ellos y me fui para casa, estaba fatigado y solo quería dejarme caer en el sofá. Al llegar Robert estaba viendo la televisión en el comedor. Al verme me preguntó por mi día. Me senté a despotricar con total naturalidad. Él me escucho con interés, o al menos lo fingió bien delante de mí. Me dijo que tenía que hacer algo, que no podía dejar que me mangonearan. Le expliqué quién era y quién le había contratado en la empresa y que a mí no me quedaba otra opción. Le dije que no se podía hacer nada, que él seguro que lo entendía. Sugerentemente desvíe la conversación para acabar preguntándole a que se dedicaba él. No respondió y me dio evasivas, por como lo evitaba me dio mala espina. Pero bueno, todos tenemos secretos y cosas que no nos apetece compartir, no le di más importancia.  
Me propuso salir esa noche a tomar algo, no tenía muchas ganas, pero al final accedí ante su insistencia. Picamos algo a modo cena y nos arreglamos. Los dos con vaqueros, zapatos y camisa, nos vestimos tan parecidos que dude en sí debía cambiarme de ropa. Como íbamos a beber se ofreció a pagar un ‘taxi’ y no puse pegas.  
Me dejé guiar por él, primero fuimos a un ‘pub’ de estilo irlandés. Allí bebimos bastante, y cuando digo bastante, es demasiado… Luego nos fuimos y caminamos varias calles hasta una discoteca cercana. Después de que Robert se fumara un cigarro entramos. Había buen ambiente, estaba repleta de todo tipo de personas. Fuimos directos a la barra para pedir la consumición que iba incluida con la entrada. Los dos pedimos lo mismo, ron con cola.  
Yo no tengo mucho ritmo en mi cuerpo, no sé bailar ni me contoneo muy bien, sin embargo, Robert era lo opuesto a mí. Con muy poco parecía que hacía mucho. Cuando terminamos las bebidas Robert me cogió del brazo y estiro para que lo siguiera. Nos fuimos al centro de la pista y nos contoneamos. Yo soy vergonzoso, pero Robert no es así. En cuanto parpadeé ya estaba bailando con una mujer muy atractiva. En lo relativo al ‘ligoteo’ éramos polos opuestos, él tenía desparpajo, descaro y galantería, cosas que yo no.  
Al final acabó besándose con aquella mujer. Yo me sentí raro, me sentía un ‘sujetavelas’ a su lado. De manera repentina alguien choco con Robert mientras se besaba con la acompañante. Robert estalló sin motivo, empujó bruscamente al hombre con el que había tenido el pequeño percance. El hombre y sus tres amigos se abalanzaron con furia sobre Robert. Mi instinto me hizo ponerme entre ellos para intentar detener la confrontación. Obviamente no lo conseguí, en pocos segundos estaban a empujones y golpes entre ellos. Aunque intenté apartarme yo también recibí un golpe en la espalda. En menos de un minuto llegaron los múltiples encargados de la seguridad. Cuando me quise dar cuenta nos habían sacado fuera. El personal de seguridad nos recomendó irnos antes de que los otros salieran a buscarnos. Robert se quedó plantado en la puerta con arrogancia. Yo lo cogí del brazo y tiré repetidas veces para que nos fuéramos de allí. El equipo de seguridad le dijo que se fuera de nuevo, añadiendo qué o nos íbamos o llamarían a la policía. En ese momento Robert entro en razón y nos marchamos. Nos movimos sin rumbo fijo varias calles hasta que avistamos un taxi y lo paramos para que nos llevase a casa.  
Durante el trayecto ni Robert ni yo nos dirigimos la palabra. El silencio era incómodo y yo no sabía que pensar de él. Pagó al taxista al llegar y bajamos del vehículo para subir a casa. Robert sé fue sin mediar palabra a su cuarto. Yo estaba alucinando con lo sucedido. Me hice un vaso de leche con cereales y me fui a dormir, solo quería que el día terminase. 
Me desperté con el sonido de un taladro y de lo que me parecían otras herramientas. Tenía una resaca tremenda y solo quería paz y tranquilidad. Al salir mi habitación y asomarme me encontré con Robert. Estaba poniendo un pestillo a la puerta de su cuarto, un pasador interior para bloquear la puerta desde dentro. Me sorprendió su conducta y me lo debió notar porque en seguida vino hasta mí. Intento justificar su acción diciéndome que así estaba más cómodo y tranquilo. Le contesté que no había problema, pero he de decir que su conducta me inquietó. Le ignoré y fui a desayunar. Pasé todo el día en el comedor viendo películas y descansando recostado en el sofá. En todo el resto de día no vi a Robert, ni le escuché ir a la cocina o al baño, me pareció extraño, pero yo tampoco estaba muy amigable después de la ‘movida’ de la noche anterior.  
Esa noche después de cenar me quedé dormido, cuando me desperté eran sobre las tres de la mañana, pasé por el baño y me fui al cuarto. Escuché algo, no sé muy bien que estaba pasando. Me pareció que Robert hacía un ruido que yo no era capaz de reconocer y también que hablaba con alguien. No le dí importancia y me fui a la cama.  
El día siguiente fue peculiar, no sabía si Robert estaba en casa o no. Lo cierto es que no escuche ruido, ni le vi, ni nada de nada. Quería pensar que no estaría en casa y que por eso no notaba su presencia en el piso.  
El lunes ya me tocaba volver a la rutina, madrugar e ir a la oficina, y como siempre lo hice sin rechistar.  
Al volver a casa coincidí con Robert, estaba en el salón leyendo un libro. Al saludarle y él verme se levantó y se aproximó hasta mí. En ese momento me pareció un poco rara su reacción, pero solo quería disculparse conmigo por lo que pasó la noche que salimos. Se justificó diciendo que no sabía beber y que fue palabras textuales ‘una ida de olla’. Me aseguró que no volvería a pasar. Le resté importancia y le excusé alegando que todos teníamos días malos. Me propuso salir el viernes siguiente para compensar y que invitaba él. Después de su comportamiento la última vez repetir me parecía innecesario. Le dije que me lo pensaría, que todavía quedaba mucho hasta el viernes. Me sonrió y me anunció que se iba al cuarto. Le manifesté que se podía quedar y pasábamos el rato, pero me dijo que estaba cansado y que necesitaba dormir. Asentí, aunque me pareció singular. Eran las 17:25 de la tarde, ¿qué había estado haciendo para estar tan cansado? Lo sé, no soy quién para juzgar, pero tanta pregunta sin respuesta me tenía expectante.  
Aún que parezca raro, no volví a coincidir con Robert hasta el miércoles siguiente. No salía del cuarto, o no estaba en casa, o no lo sé… A veces me detenía junto a la entrada de su habitación en silencio para ver si escuchaba algo, pero no oía nada. Algunas veces pegaba literalmente mi oreja a su puerta, pero nada, ni un solo sonido.  
Volviendo al miércoles, de pronto por la tarde tocaron al timbre, era uno de los vecinos, me sorprendió que tocase a mi casa. Me comentó su malestar y que estaba harto, que todas las mañanas se oían estruendos en mi casa y que ya no podía más. Me asombraron sus palabras, no entendía nada de lo que me decía. Me disculpé contándole que yo trabajaba por las mañanas y que igual había sido mi nuevo compañero de piso. Me dijo claramente que le daba igual quien fuera, que tenía que parar o me denunciaría. Me disculpé de nuevo y el hombre se marchó airado.  
Cerré la puerta y fui raudo hasta la habitación de Robert, realmente me apetecía hablar con él, esta era la justificación perfecta para poder tocar a su puerta. A pesar de los golpes contra el contrachapado no hubo respuesta, no me abrió, ni se asomó, ni nada. Supuse o que no estaba en casa o que estaba durmiendo. Persistí, pero finalmente ante la falta de respuesta desistí.  
Esa noche me acosté más tarde de los habitual para ver si coincidíamos. Todo para nada, al día siguiente notaba el cansancio, trasnochar no me sentaba nada bien. Estuve todo el día en la oficina pensando en Robert y en lo que el vecino me contó. Todo el tiempo pensando en que serían esos estruendos y sí había algo de Robert que debería saber.  
Cuando llegué a casa coincidí con Robert, estaba bebiendo café en el comedor mientras veía la televisión. No sé por qué, pero me alegre al verle tan tranquilo y formal.  
Después de saludarle y prepararme un café para mí, le conté lo que me había dicho el vecino. Me comentó que no sabía bien a que se podía referir el vecino, que quizá era de otro piso y que él no estaba haciendo nada. Le veía tan confiado y sobrio que era imposible dudar de su palabra.  
Esa tarde la pasamos juntos, había un partido fútbol gratis en televisión, y coincidía que ambos éramos hinchas del mismo equipo. Estuve muy a gusto, todo fueron risas, charla amena y ‘buen rollo’. Cenamos tortilla de patata precocinada y longanizas, todo era complicidad y compartimos un rato muy agradable. Al pasar unas horas, me despedí, me cepillé los dientes y me fui a dormir.  
Por fin era viernes y la semana llegaba a su fin. Todo sería perfecto si no fuera porque Roque me hizo hacer horas extra, otra vez lo mismo de todas las semanas, hacer el trabajo que él no había hecho.  
Llegué a casa a las ocho de la tarde, fatigado y terriblemente cansado. En el portal me crucé con el vecino que se había quejado de los ruidos. Él salía y yo entraba. Me pareció perturbador la imagen del hombre. Alguien le había pegado y partido la nariz, la llevaba cubierta con un apósito. Tenía bajo los ojos un inconfundible tono morado que se extendía hasta casi sus carrillos, sin duda había sido por un fuerte golpe. Cuando le saludé, salió veloz, esquivándome con cierto temor. Madre mía pensé, ¿puede ser qué Robert le haya hecho algo? No sabía que pensar y subí al piso con cierto pavor. Al entrar Robert estaba tan tranquilo en el sofá. Me preguntó por qué llegaba tan tarde y le expliqué lo que había pasado. Después sugerente le pregunté por su día. Me respondió que había tenido un día muy tranquilo, que no había salido de casa. Esta vez no fui tan sugerente y le mencioné lo que acaba de pasarme y el aspecto del vecino. Me contestó con indiferencia, haciendo que no sabía nada del asunto. Quise creerle, pero lo cierto es que algo dentro de mí me decía que había sido él.  
Me manifestó sus ganas de salir y me recordó que el lunes anterior ya había acordado ir a tomar algo con él. Le dije que estaba demasiado cansado, pero me ignoró e insistió como un niño pequeño. Finalmente acepté, pero con la condición de volver pronto a casa. Con amplia sonrisa me aseguró que así sería.  
Nos arreglamos, otra vez parecíamos ir a juego. Bajamos a la calle y caminamos un kilómetro hasta un bar. Combinamos cerveza alemana de trigo con chupitos de ‘Jagger’. Yo le decía a Robert que no quería beber más, pero éste insistía y pedía más al camarero sin tener en cuenta mi opinión. Yo creo que me dejaba influir y por eso le seguía el juego y seguía bebiendo.  
Cuando dejamos el bar yo estaba en un gran estado de embriaguez, me costaba mantenerme en pie e incluso hablar, me trababa y balbuceaba.  
Robert parecía llevarlo mejor que yo, o fingía bien, porque apenas se le notaba.  
Iba dando tumbos por la calle, sentía la intoxicación etílica al mirar y al intentar pensar. En ese momento me dejaba llevar, no podía actuar por mí mismo, seguía inconscientemente a Robert.  
Acabamos en una discoteca del paseo marítimo. Tenía terraza exterior con varias mesas y sillas. Robert me llevó hasta una de ellas y me sentó. Yo tenía tal cogorza que le pedí cigarrillos a Robert. Gustoso me dio uno y me lo enchufó con su encendedor.  
Después de eso tengo lo recuerdos muy borrosos, mi cabeza se ladeaba, mi cuerpo no respondía. En cierto momento Robert se levantó y me elevó la cabeza cogiéndome del cuello. Me miró fijamente y bromeó sobre mi estado. Le vi sacar algo del bolsillo, un cilindro metálico con tapón. Se echó un poco de polvo blanquecino sobre la mano izquierda y la aproximó a mi nariz. Yo le aparté la mano tirando los polvos al suelo. No tomo drogas, exclamé en voz alta. Robert se puso serio y me enunció que lo hacía por mi bien, que después de eso me encontraría mucho mejor.  
Volvió a verter más sobre su mano y la volvió a aproximar hacía mí. Tómatelo, lo necesitas, es por tu bien; eso me repetía una y otra vez. Al final de manera estúpida y sin explicación aceptable le obedecí. Aspiré el polvo por mi nariz, esta era la primera vez que hacía algo similar. No sé si lo hice bien, a decir verdad, no sé por qué lo hice, pero funcionó. Sentí mis energías renovadas, la nube que empañaba mi mente se disipó. Tenía una energía descomunal, había recuperado mis funciones motrices y recuperado el control, o eso me parecía sentir. Cuando Robert comprobó que yo ya estaba mejor me realizó un gesto para que le siguiera. Me llevó al centro de la pista de baile y me dejé llevar. No podía parar de cantar, saltar y ‘bailar’ frenéticamente.  
No sé cuánto tiempo estuve, estaba demasiado excitado para querer saberlo. En cierto momento Robert se puso a bailar con una mujer morena. El tío tenía buen gusto, siempre las elegías voluptuosas. Ella tenía una amiga consigo. Yo estaba tan pletórico que me acerqué a ella sin ningún pudor. No sé si yo no le parecí atractivo o que sucedió, pero ni me miró. Me ignoró totalmente, como si yo no estuviera. La música estaba tan alta que no pensé en hablarle, quizá si lo hubiera hecho me hubiera ido mejor. Robert si le hablaba a su ligue, bailaban, se reían, se besaban.  
En un visto y no visto la amiga de ella desapareció. Otra vez me quedé de ‘sujetavelas’.  
Al cabo de un rato no aguanté más, me estaba orinando asique decidí aprovechar, los dejé solos un rato para ir al baño. Se lo iba a decir a Robert, pero no encontré el momento para frenar su desenfrenado encuentro y excesivas muestras de afecto con aquella mujer.  
Me escabullí y aunque con suma dificultad, logré llegar al baño. Estaba bastante antihigiénico, me metí en uno de los compartimentos que tenían wáter para tener más tranquilidad. Fue extenso y largo, cuando acabé me lavé las manos y volví hasta Robert. Tenía la intención de decirle que me iba a casa, estaba empezando a estar cansado y tener unos extraños retortijones en mi vientre.  
Mi sorpresa fue enorme cuando al llegar al sitio donde estábamos bailando no le encontré ahí. Pensé que quizá había salido a la terraza, allí había menos gente y quizá quería estar a solas con su nueva amiga. Moverse por esa discoteca era imposible, la cantidad de gente afinada hacía que fuera una ardua tarea poder cruzar. Le busqué por toda la terraza, pero no estaba. Yo estaba aturdido y no sabía qué hacer. Finalmente volví al tumulto y le busqué por dentro de la discoteca. Por mucho que fui de un sitio a otro abriéndome paso con choques y una inmensa dificultad, no le encontré. No había ni rastro de Robert ni de su acompañante. No tardé en cansarme y salir del local.  
Me senté sobre el bordillo de la acera de la entrada para pensar. Era posible que Robert se hubiera ido, lo mejor era volver a casa y que él volviera cuando quisiese. Pensé que lo mejor era asegurarme y llamarlo al móvil y eso hice. El móvil dio señal, pero no hubo respuesta. Me quedé asomado en el arcén hasta que pude detener un taxi. Pasaron varios ocupados hasta encontrar uno que me pudiera llevar. Normalmente me sentaba en el asiento del copiloto, pero esta vez me senté detrás. Le dí mi dirección y empezó a conducir. Lo ojos se me cerraron, no estaba dormido, pero estaba más a gusto así.  
El taxista me avisó al llegar, le pagué con la tarjeta para no tener que buscar efectivo en la cartera. Me despedí con un ‘buenas noches’ y me planté en el portal. Me costó bastante abrir la puerta, en concreto al meter la llave en la cerradura. Subí las escaleras y tuve el mismo problema con la puerta del piso, me temblaba el pulso demasiado para conseguirlo a la primera. Entré y grité por si Robert ya había llegado, pero no hubo respuesta. Al entrar al comedor me quite la camisa y las zapatillas. No termine de desvestirme cuando me deje caer al sofá, necesitaba sentarme. La habitación me daba vueltas.  
 
Me desperté aturdido en el sofá, no sabía qué hora era. Estaba dolorido y tenía el estómago revuelto y la boca seca. Tardé varios minutos en recomponerme y permanecí sentado en silencio, con mis codos apoyados sobre mis rodillas y mis manos sobre mi frente.  
Una voz me sacó de mi ensimismamiento. No lo podía creer, era la mujer con la que Robert estaba en la discoteca. Me dijo un simple adiós acompañando su despedida con una sonrisa y un gesto con la mano. 
Después se marchó, el sonido al cerrar la puerta de la calle retumbo por mi cabeza.  
Me levanté y fui hasta el baño, vomité líquido al llegar al retrete, tenía náuseas. Tras eso tiré de la cadena y me enjuagué la boca con mi enjuague bucal. La sequedad en mi boca me producía la sensación de estar sediento. Fui a la cocina y bebí de golpe, medio litro de agua, un vaso de zumo de naranja y un café. Todo ello lo ingerí estando de pie en la cocina.  
De pronto Robert emergió del pasillo y entró por la puerta. Me saludó con una amplia sonrisa y se mofó de mi por la resaca. Le manifesté mi ira por dejarme tirado anoche. Al decírselo le extrañó y me replicó que yo fui quién se había ido. Le comenté que solo había ido al baño y entonces cambió su expresión. Se disculpó por su torpeza y me dijo que no lo sabía, que me buscó, pero no me vio y que finalmente se fue con la mujer. Según me contó se llamaba Katia, era de Ucrania y llevaba 8 años viviendo en nuestro país. Le comenté que parecía buena gente y que era un hombre con suerte. Me dijo que estaba cansado ya que no había dormido en toda la noche. Acompañó el comentario con un ademán, movió sus espesas cejas de arriba abajo de manera sugerente. Se despidió de mi diciéndome que me recuperara y que se iba a acostar. Le dije adiós y cogí una botella de agua y regresé al comedor. Puse la televisión y me quedé mirando los típicos programas en diferido que hacen por las mañanas en los canales nacionales.  
Fue un día amargo, tuve cagaleras y mucho malestar. Robert no hizo acto de presencia en todo el día. Lo único bueno fue que recibí una llamada de mi amigo Oscar. Me dijo de quedar al día siguiente con él y otros amigos. Acepté gustoso, necesitaba salir, airearme con mi ‘cuadrilla’.  
El sábado me fui pronto a dormir y así conseguí levantarme al 100% el domingo. Estaba recuperado del todo y deseando ver a mis amigos. Por la mañana me crucé con Robert, que salía de la cocina con un sándwich. Le comenté que tenía plan y por cortesía le pregunté si le apetecía venir conmigo. Bueno, no solo por cortesía, quería que mis amigos le conocieran. Rehusó la invitación, me dijo que tenía trabajo. No puse objeción, aunque su argumento me parecía falso, no creo tuviera trabajo, era domingo. Luego pensé que al trabajar desde casa era posible que me dijera la verdad.  
A eso de las seis de la tarde me vestí, me arreglé y me fui. Caminé hasta el bar que solíamos frecuentar cuando quedábamos. Oscar era el primo del dueño y nos hacían un pequeño descuento además del trato familiar. Al llegar me encontré con Oscar y Adrián. Los abracé fraternalmente al verlos, éramos amigos de toda la vida y ahora por obligaciones casi no nos veíamos. Oscar estaba prometido y haciendo vida familiar. Adrián acaba de ser padre de una preciosa niña con su esposa. Ambos estaban muy ocupados compaginando sus trabajos con sus labores familiares. Ese era el motivo por el que yo no podía reprocharles nada, comprendía su situación.  
Que nos viéramos menos no hacía que estuviéramos distintos, al contrario, estábamos más unidos y nos veíamos con más ganas que nunca.  
Faltaba alguien, y les pregunté que por qué no había venido. Resulta que la suegra de Cesar se había roto la cadera y como su esposa estaba en el hospital él tenía que quedarse con los niños. Me sentí mal, Cesar era uno más, pero su ausencia no iba a disminuir mi alegría.  
Con ellos me sentía como en casa, todo eran risas, chascarrillos y la más pura complicidad.  
Pedimos cerveza y tapas, y así pasamos toda la tarde.  
Oscar nos contó que su hermana estaba fastidiada por que él se iba a casar antes que ella. Adrián nos enseñó fotos de su niña y nos contó anécdotas graciosas que le habían sucedido ahora que era padre. Cuando llegó mi turno no tenía mucho de qué hablar, todo lo que yo podía contar estaba relacionado con Robert. Al principio fui cauto con mis palabras, pero a pesar de intentar ser discreto acabé despotricando de él. Les conté como era el día a día, que casi no le veía, y que a veces me parecía que estaba un poco ido.  
Adrián se lo tomó a guasa diciendo que no parecía tan grave y que estaba exagerando. Oscar no paró de hacer chistes desde entonces. Algunos de mal gusto, como que iba a arrepentir de dejar entrar en mi casa a un demente. O que ahora mi casa era ‘lunáticos sin fronteras’.  
Hubo mucho cachondeo a mi costa esa tarde, pero viniendo de ellos nunca es ofensivo. 
Sobre las nueve nos separamos y cada uno se fue a su casa.  
Estuve sonriente todo el camino, me encantaba estar con ellos y reunirnos donde fuera. Al subir a casa todo permanecía en un perturbador silencio. Pasé al comedor, encendí la televisión y tras eso me preparé la cena. Filetes de lomo y patatas fritas. Después cenar y de ver un programa de humor me cepille los dientes y a dormir.  
Es curioso, pero durante los siguientes días no hubo ni rastro de Robert, no sabía sí estaba en casa o no. No escuchaba ningún ruido en su habitación, no le oía ir a la cocina, ni pasar por el baño. Fue tanta mi curiosidad que me llegó a afectar. Ponía la televisión en voz baja, esperando un sonido, o una presencia que no llegaba. El viernes cuando regresé del trabajo no aguanté más, fui hasta su puerta y toqué una y otra vez, pero no hubo respuesta. Me quedé parado frente a la puerta, no sé cuánto tiempo, pero no pasó absolutamente nada.  
Ese fin de semana tampoco le vi ni supe de él. Sentía que me estaba volviendo loco, no entendía nada. 
Hasta el lunes por la tarde no le volví a ver. Al llegar y encontrarlo tan tranquilo en el sofá viendo la televisión estallé. Seguramente estaba más airado de lo que debía y lo abordé frenético. Le recriminé su actitud y que llevase desaparecido una semana entera. Su expresión era de sorpresa al verme tan obcecado. Me explicó que solía trabajar de noche y que por eso pasaba el día durmiendo y de ahí que no coincidiéramos apenas. Me sentí absurdo por pedirle explicaciones y no entendía muy bien lo que estaba sintiendo. Al preguntarle a qué se dedicaba volvió a darme evasivas, pero esta vez insistí. Su tono de voz cambió por completo, con severidad me dijo que su trabajo era algo privado y que yo no tenía por qué saber qué hacía. Aún que su respuesta me llenó de rabia sabía que él tenía razón. Me fui colérico, dejándole con la palabra en la boca, sin añadir nada más. Me marché a mi cuarto y cerré la puerta dando un portazo. Me recosté en la cama y me quedé pensativo. En el fondo de mi ser sabía que estaba siendo irracional y que Robert no me debía ninguna explicación, pero algo dentro de mí me hacía tener un extraño desazón, un peculiar desasosiego que no cesaba con nada.  
Tras un rato a solas encerrado me calmé. Nunca me he considerado una persona orgullosa así que fui al comedor para disculparme, pero al volver Robert ya no estaba. En ese momento me sentí muy mal por cómo le había tratado y fui hasta la puerta de su habitación. Toqué repetidas veces, pero no obtuve respuesta. Supuse que estaba enfadado conmigo y que no quería responderme así que terminé por desistir.  
Al día siguiente seguí mi ritual matutino y fui a la oficina. Al llegar me estaba esperando el jefe de planta. Resulta que había rellenado mal varios informes. Dichos informes eran realmente de mi compañero Roque, yo solo los había terminado por él. Intenté explicárselo a mi superior, pero me dijo que sí estaban firmados por mí eran mi responsabilidad. Tuve soportar la bronca y mantenerme callado la media hora que duró.  
Cuando llegué a casa estaba cansado por lo larga que se me había hecho la jornada laboral, solo deseaba dejarme caer en el sofá y comer algo.  
Al llegar Robert estaba en el comedor. Al verle me sentí aliviado. En cuanto le vi me intenté disculpar por la estúpida reacción que había tenido con él el día de antes. Robert fue totalmente comprensivo y aceptó de buen grado mis disculpas. En mi gesto debió percibir mi cansancio, en seguida me preguntó si me pasaba algo. Le conté lo sucedido y le expliqué que son cosas pasan y que ahora solo quería descansar. Me preguntó si podía hacer algo y le dije que no era necesario. Aun así se levantó y fue hasta la cocina. Volvió con dos sándwiches y dos cervezas. Me comentó que con el estómago lleno todo se veía mejor. Agradecí su gesto y merendamos los dos juntos. Pasamos una velada agradable, yo ese día me acosté muy pronto y dejé a Robert viendo la televisión.  
Al día siguiente me levanté con la mente renovada. Aun así me tentó llamar al trabajo para decir que me encontraba mal y no podía ir, pero al final no lo hice.  
Pasé todo el día mirando el reloj, deseando que fueran las 17’ para poder irme a casa. Cuando el momento llegó salí escopeteado de la oficina. Al llegar al piso y entrar por la puerta me llevé una inesperada sorpresa. La mujer con la que Robert había estado el último fin de semana apareció de la nada. Solo vestía una camiseta de Robert y un tanga, al principio me corté por la situación, pero al ver que ella no tenía ningún pudor decidí no tenerlo yo tampoco. Me dijo que en seguida se iba y le contesté que no había problema. Me fui al comedor y me dejé caer en el sofá. En unos minutos ella pasó por delante de mí y se despidió rápidamente antes de marcharse. Al instante Robert apareció y se aproximó hasta sentarse en el sofá. Me preguntó si tenía inconveniente en que Katia viniera por casa de vez en cuando. Me aseguró que sería algo puntual y que no me molestarían. Le aclaré que era algo natural y que no pasaba nada, que podía venir a casa cuando quisiera, que compartíamos piso y espacio. Me sonrió y se excusó diciéndome que tenías que ducharse y descansar un poco después de la visita de Katia. Mientras me lo decía me guiño el ojo con descaro, comprendí que se refería a sexo. Ese día Robert y yo no volvimos a vernos, supuse que Katia le había quitado toda la energía.  
Después de ese encuentro no volví a verlo hasta el viernes siguiente.  
Otra vez tuve que hacer horas extra, estaba harto, sobretodo porque no eran remuneradas. En un acto de arrojo le manifesté a Roque mi desacuerdo y mi reprobación. Lejos de actuar como una persona madura se pitorreo, me dijo que así eran las cosas y que sí no me gustaba ya sabía dónde estaba la puerta. Me cabreó mucho su conducta, pero no podía hacer nada. A desgana, pero me tuve que quedar dos horas más a cubrir su papeleo pendiente.  
Cuando terminé y llegué a casa estaba muerto, no tenía ganas de nada. Robert me esperaba en el salón, me preguntó por mi día, pero estaba tan cansado que ni le mencioné el encontronazo con Roque. Me preguntó si me apetecía salir por la noche, le dije que no tenía ganas y no insistió lo más mínimo. Supongo que percibió mi extenuación. Me preguntó si me parecía bien que Katia viniera un rato por la noche. Le contesté que, por mi perfecto, que en seguida cenaría y me iría a dormir. Me aseguró que no harían ruido, que no me molestarían. Obviamente le garanticé que no había ningún problema.  
Cumplí lo que dije, a las ocho de la tarde estaba cenando y a las ocho y media estaba cepillándome los dientes y yéndome a dormir.  
El sábado me desperté muy tarde, dormí más de 12 horas. Dormir tanto me hizo empezar el día con cansancio, pero a medida que avanzaba el tiempo me sentía reparado. No sabía si al final Katia había visitado a Robert, pero yo la verdad que no me había enterado de nada.  
Pasé casi todo el día en pijama, hacían un maratón de una serie en televisión y me quedé viéndolo. Por la tarde a última hora decidí ir al supermercado que estaba a un par de calles. Hacía demasiado que no hacíamos la compra y empezaban a faltar muchas cosas. Toqué a la puerta de Robert para ver si quería venir conmigo o si necesitaba algo, pero para no perder la costumbre no hubo respuesta.  
Fui y regresé en menos de media hora, pero vine cargado de bolsas, había comprado de más. Lo subí a duras penas hasta casa y lo llevé a la cocina para ordenarlo. Me compré una pizza carbonara y me la calenté en el horno para cenar. Después de cenar me puse una película y me dormí en el sofá. A mitad noche me desperté y me fui hasta el cuarto.  
El domingo también me quedé en casa vagueando, me descargué una película de superhéroes en el portátil y me la puse. Todo el día con ‘youtube’, el portátil y la televisión. Y ni rastro de Robert.  
El lunes después de mi rutina vespertina fui a la oficina. Es curioso, pero sabía que había sucedido algo malo nada más entrar. Mis compañeros estaban serios y distantes unos con otros. Hasta el descanso para el café no me enteré de que había pasado. Resulta que ‘Roque’ había desaparecido. Su esposa llevaba desde el sábado por la mañana sin saber de él. Tenía el móvil apagado, no había vuelto a casa, no le encontraban y nadie sabía nada de él. El jefe estaba desolado, estuvo todo el día pendiente del móvil.  
Yo encajé de forma singular la noticia, por una parte, me parecía algo horrible y deseaba que Roque estuviera bien, pero a otra pequeña y oscura parte de mí le parecía bien y no me preocupaba absolutamente nada lo que le hubiera pasado. Incluso me sentía culpable por pensar así.  
 
Durante la semana los días en la oficina eran más tensos y llenos de incertidumbre, no había rastro de ‘Roque’ y aún que la policía estaba buscándolo por ahora nadie daba con su paradero.  
En casa la situación era peculiar, veía más a Katia que a Robert. El apenas salía del cuarto, sabía que estaba porque la comida menguaba. Katia y yo coincidamos en el pasillo, en la cocina y en el salón, estuvo tanto en casa que trataba de entablar conversaciones conmigo.  
Era una mujer singular, me parecía innecesaria la confianza que mostraba conmigo, actuaba como si nos conociéramos de toda la vida. Intentaba ser cortés y darle conversación las pocas veces que coincidíamos. No es que fuera desagradable, es que al ser la amiga de mi compañero de piso me parecía un poco inapropiada tanta parafernalia entre nosotros.  
Al pasar la semana todos habían desarrollado el mecanismo de no hablar de Roque y seguir con sus vidas. Todos, menos el jefe, aunque es algo normal ya que era su familiar. En casa todo era como siempre, casi nunca coincidía con Robert, alguna vez en la cocina o en el comedor, pero pasábamos escasos minutos juntos. La situación fue a tanto que llegué a pensar que Robert me ocultaba algo. Esa idea arraigó preocupantemente en mi cabeza. Llegué a plantearme el entrar al cuarto de Robert para ver que hacía dentro durante tanto tiempo.  
Al final el jueves, al volver de la oficina y ver que Robert no estaba por casa no pude aguantar más mis ganas de ver su habitación. Fui directo hasta su puerta y me detuve frente a ella. Estuve varios minutos intentando frenarme, pero ganó el impulso y moví mi mano hasta el pomo. Al girarlo note que se giraba desde dentro de manera simultánea. Solté el pomo y Robert abrió desde el interior. Me aparté y él salió tan rápido que no me dio tiempo a mirar dentro del cuarto. Se sorprendió al encontrarme y me preguntó que quería. Me bloqueé y no sabía que decir así que tuve que improvisar sobre la marcha. Le dije que quería preguntarle si le apetecía salir conmigo a tomar unas cervezas. Me contestó que sí, me sorprendió que aceptase tan rápido. 
Me puse las zapatillas y nos fuimos. No queríamos andar mucho así que bajamos al bar que había frente a nuestro edificio, que tenía una extensa terraza. Robert se sentó y yo entré al local a por dos cervezas. Cuando salí él estaba esperando y fumándose un cigarrillo. Dejé las birras en la mesa y me senté. Robert elevó su jarra y brindamos. ‘Por nosotros’ afirmó sonriente y yo lo repetí.  
Estuvimos charlando. Le pregunté por Katia y me dijo que estaba encantado con ella, que buscaban lo mismo. Indagué por mera curiosidad y me explicó que ambos solo querían divertirse y pasarlo bien. Le dí mi enhorabuena y le comenté que hacían buena pareja. Yo le conté lo que había sucedido con Roque en el trabajo. Robert me alentó diciendo que seguro que Roque aparecería tarde o temprano y que igual él estaba metido en algo turbio.  
Cambiamos de tema y acabamos hablando de las últimas noticias que habían dado por televisión. En cierto momento Robert sacó un sobre del bolsillo trasero de los vaqueros y comenzó a contar el dinero del interior delante de mí. Quería pagarme ya el mes, decía que así se aseguraba de no gastarlo. No repliqué, pero no entendía en que se lo podía ‘gastar’ cuando apenas salía de casa.  
No era asunto mío, pero al ver el tamaño de sobre y la cantidad de dinero que había en el interior sentí la necesidad de preguntarle. Lo manifesté diciéndole que tenía que dejar mi trabajo por el suyo para poder ganar tanto. Robert me hizo una mueca burlona, pero no añadió nada más.  
Robert cambió hábilmente de conversación y me preguntó por mi vida amorosa. Manifestó que le parecía raro no verme nunca con ninguna persona. Le expliqué que hacía dos años tenía pareja estable y planteábamos una posible boda. Se sorprendió con mi declaración y me preguntó el motivo de que la relación concluyera. Le contesté tímidamente, ella me fue infiel con un amigo cercano y les descubrí en el acto. La noticia le conmocionó, aunque yo lo había superado, más o menos. También le justifiqué que era uno de los motivos por los que ahora me costaba confiar en las mujeres y que aún que sabía que no era un motivo justificable me afectaba. Robert parecía airado con mis declaraciones, empatizó mucho conmigo. Me preguntó quién era él, le aseguré que era irrelevante, pero insistió. Le dije su nombre, David Márquez. Me preguntó si lo odiaba, intente disimular, pero fue imposible. Le aclaré que no quería odiarle, pero que no podía evitarlo. Me contestó con ternura, intento animarme y me dijo que así era la vida, pero que seguro que en algún momento reharía mi vida y encontraría a alguien especial.  
Pasamos un rato más en el bar y bebimos unas cuantas cervezas. Al acabar volvimos a casa. Me sentí mala persona por lo sucedido, Robert siendo encantador conmigo y yo intentando colarme en su habitación para expiarle. Al llegar a casa cenamos macarrones del día anterior y vimos una película en televisión. Se hizo tarde, pero estaba tan a gusto que me quedé más rato.  
 
El viernes fue un día liviano en la oficina, al no estar Roque no tuve que hacer horas extra y a poco más de las cinco de la tarde estaba en mi casa. Me sentí mal por pensar así, aunque una pequeña parte de mí sentía alivio.  
Durante el fin de semana apenas salí de casa, le hablé a mis amigos, pero todos estaban ocupados con sus quehaceres. Y Robert volvía a su habitual y huidiza rutina, no nos vimos en todo el fin de semana. El lunes por la tarde coincidí con Katia, ya actuaba con la misma naturalidad que lo haría en su casa. Por una parte, no me molestaba, pero por otra me daba cierto reparo. No me entendáis mal, ella era un encanto conmigo y cuidadosa en la casa, pero aun así había algo que no me gustaba.  
El resto de semana no vi a nadie, Robert no daba señales de vida, de nuevo las zozobras invadieron mi mente. Otra vez me pasaba el día pensando en que estaría haciendo y mis esfuerzos por evitar pensarlo eran en vano. El viernes al llegar de la oficina no aguanté más y le toqué a la puerta. No hubo respuesta y entonces en un impulso intente abrí la puerta, digo intenté por qué no lo logré, debía tener el pestillo puesto. Supuse que la única explicación era que estaba dentro. Pero si efectivamente estaba en la habitación, ¿cómo podía ser qué no me oyera con el escándalo que produje? Al final desistí sin hacer nada.  
El sábado, el día siguiente por la tarde, recibí una llamada que me hizo enloquecer. Era mi amigo Oscar, me llamó en nombre de mi ex novia, quería saber si había visto a David en los últimos días. Obviamente le dije que no. Según Oscar me contó, David había desaparecido hacía tres días y nadie sabía nada de él. En ese instante pensé directamente en Robert. Me cuestionaba si era posible que él le hubiera hecho algo. A Oscar le dije que no sabía nada, aunque sospechaba que Robert podía estar implicado no tenía ninguna prueba que corroborara mis especulaciones. Tras cortar la llamada me quedé petrificado, razoné en busca de una explicación que no implicará a Robert, pero me sucedió todo lo contrario. Cada vez estaba más paranoico, al final acabé relacionando también a Robert con Roque. Me había quejado de los dos frente a él y ambos habían desaparecido, era demasiada casualidad.  
Me concentré todo lo posible en Robert, en lo que sabía de él, que era realmente poco. Nunca hablaba conmigo de su pasado. Que cojones, ni si quiera sabía a qué se dedicaba. En ese momento también pensé en el vecino que se quejó del ruido y cómo se escabullo veloz al verme en el portal. Podía ser que Robert le hubiera amenazado.  
Estaba confuso y no sabía que debía hacer, pensé en llamar a la policía, pero seguía con el mismo problema, no tenía pruebas o hechos, solo conjeturas.  
Ese sábado no coincidí con Robert, ni el domingo, ni los siguientes días. Me pasaba el día al borde del colapso, no sabía cómo actuar y tenía una enorme paja mental. Finalmente, el miércoles coincidimos. Al llegar de la oficina le encontré en el salón. Me preguntó si quería salir con él a dar una vuelta y me negué en rotundo diciéndole que estaba muy cansado y que me encontraba mal. Me miró con desconfianza, pero terminó por creer mi explicación. Enunció que él sí que iba a salir que necesitaba desconectar después de tanto trabajo, le animé a hacerlo, pero solo porque tenía mis propias intenciones. Eran escasas las veces que sabía con certeza que no estaba en casa e iba a aprovechar para colarme en su habitación y echar un vistazo.  
Esperé que se fuera, me despedí y le vi y oí salir de casa. En cuanto escuché la puerta cerrándose me aproximé hasta la ventana, quería asegurarme de que Robert se había ido. En cuanto le vi cruzar la calle salí veloz hasta su habitación.  
Me paré frente a su puerta y me planteé si debía hacerlo. Llegué a la conclusión de que era necesario, sobretodo después de lo sucedido con David, me era imposible evitar pensar que Robert era el causante de todo.  
Antes de girar el pomo de la puerta tuve miedo de que estuviera cerrada, por eso sentí un enorme beneplácito al poder abrirla. Tenía la persiana bajada en su totalidad y no pude ver nada hasta apretar el interruptor de la luz.  
Al encender la luz me quedé atónito, no había prácticamente nada. El mobiliario estaba en perfectas condiciones, lo particular es que no había nada de Robert por la habitación salvo un portátil en el escritorio. Era justo lo contrario a lo que esperaba, todo estaba pulcro y con una inquietante y sobrecogedora serenidad.  
No perdí el tiempo, a continuación, miré en los cajones de la mesita de noche, solo encontré una cajetilla de tabaco vacía y un mechero. Después fui directo al ropero, estaba su ropa sí, y las maletas vacías que llevaba el primer día, pero nada más. No sé por qué, pero me desquicio la falta de vida en la habitación. Me pregunté cómo podía trabajar, lo único que había era ese portátil. Me aproximé y lo encendí. Al conectarse en seguida se puso la pantalla de inicio, el portátil tenía contraseña y era imposible acceder sin ella. Mierda, seguía estando igual que al principio, no tenía nada. Probé a escribir varias palabras, pero era imposible averiguar la contraseña.  
Revisé en todos los recovecos posibles, bajo la cama, bajo el colchón, las maletas y la caja, otra vez en el armario y esta vez con más minuciosidad, incluso busqué en los bolsillos de sus camisas, chaquetas y pantalones.  
Al no encontrar nada acabé por rendirme, me aseguré de dejarlo todo igual que antes de mi incursión, apagué el ordenador y salí de la habitación. No encontrar nada no mitigó mis dudas, más bien las avivó. Llegué a pensar que era posible que Robert hubiera escondido las pruebas o hubiera recogido todo y se lo hubiera llevado. La situación y la tensión me estaban llevando a la locura. Regresé al comedor y me senté sin hacer nada, solo podía pensar en Robert. Esperé y esperé, pero no le vi regresar. Me acabé durmiendo en el sofá y despertándome por la mañana. No sabía si Robert había vuelto o no. Me pasé todo el día en la oficina pensando en él, en que motivo podía haber provocado que les hiciese algo a Roque o David. Sí lo había hecho por mí era un idiota y un psicópata. Es cierto que ninguno era de mi agrado, pero no soy de los que les hacen daño a los demás, por mucho daño que me hagan a mí.  
Durante el resto de semana no volví a saber de Robert, ya ni veía a Katia por el piso. Estaba obsesionado con el asunto, con Robert y sobretodo con el misterio entorno a él. Llegué a preguntar varias veces a mi jefe sí se sabía algo de Roque y siempre era la misma respuesta, un no rotundo. También llamé un par de veces a Oscar para ver si había nueva información sobre David, misma respuesta, absolutamente nada. Dudé en repetidas ocasiones en expresarle a alguno de ellos mis dudas y hablarles sobre Robert, pero no encontraba un motivo sólido para hacerlo. A pesar de mis inquietudes podía ser solo una paranoia de mi cabeza. Llegué a dudar de todo, no sabía que pensar. Pasé más de una semana sin ver a Robert, aún que yo le acechaba en el pasillo y en las otras zonas comunes no conseguía verle ni coincidir con él. Alguna vez toque a su puerta presa de mi desesperación, pero la única contestación era el silencio. Un desgarrador y perturbador silencio.  
Durante esos días repasé en mi cabeza todos los acontecimientos, hice memoria para intentar ordenar todo el sucedido. Aguardaba la aparición de Robert.  
Finalmente, el sábado siguiente, por la mañana, al levantarme de mi cama escuché ruido en el comedor. Me levanté frenético de la cama y fui casi corriendo hasta el salón. Ahí estaba Robert, por fin, el momento que tanto había esperado había llegado.  
 
No quería parecer chiflado, ni avasallarle desde el principio, pero creo firmemente que él sabía que me pasaba algo.  
Primero le pregunté por Katia haciendo referencia a que no la había visto en los últimos días. En seguida se puso muy serio, con mala cara me dijo que habían acabado con su relación. Me sorprendió muchísimo su respuesta. Por mi situación no supe que decir, no me salía por mí mismo animarle. Le dije que lo sentía y que pensaba que les iba bien juntos. Me dijo que así era el mundo, y que por eso él vivía con el famoso ‘carpe diem’ como forma de pensar. Le manifesté que era lo mejor en esas situaciones. Toda la furia contenía que atesoraba disminuyó radicalmente. No podía acusarle después de ver su cara de tristeza, algo en él me conmovió. Me preguntó que tal estaba yo, y me límite a contestar que ‘como siempre’. Declaró que tenía un mal día y que se iba a dormir, solo pude asentir como un idiota. Le dejé irse sin decir ni hacer nada. Por una parte, estaba decepcionado, tanto conmigo mismo, con cómo le había visto. Hasta ahora nunca había visto a Robert vulnerable.  
Me pasé todo el día pensando en él.  
Al día siguiente lo de siempre, rutina mañanera y día en la oficina. Al salir y llegar a casa ya había recuperado el arrojo, hoy era el día. Iba a hablar con Robert y nada podría evitarlo. Estuve todo el día preparándome mentalmente y no tenía intención de desistir.  
Al llegar a casa y acceder, busqué a Robert en el salón y por la todas las habitaciones. Al no verlo me planté frente a su puerta y la golpeé con rudeza. Al principio no tuve respuesta, pero como ya he dicho no pensaba detenerme. Pase al menos diez minutos tocando insistentemente cuando por fin me abrió la puerta. Salió raudo del cuarto y me aparte para dejarlo salir. Me preguntó que me pasaba para montar ese escándalo, que estaba durmiendo y que lo había despertado. No pude contenerme, le acusé directamente de tener algo que ver con las desapariciones. Se quedó petrificado al oírme. Proseguí con mi argumentación y le reproché su conducta esquiva. Incluso le dije que había entrado en su habitación. Mantuvo la sobriedad mientras me fulminaba con la mirada. Cuando terminé mi declaración y me sosegué me respondió. Me dijo que estaba loco, que como podía acusarle sin pruebas y que como me atrevía a violar su intimidad y criticar su vida. Realmente su reacción fue la más lógica. Estaba iracundo y no dudó en atacar a mi modo de vida. Me dijo que estaba loco y que mis desvaríos eran para tratarlos en un psicólogo. Me tildó de cobarde y pusilánime, por no contaros el resto de su desmedido alegato. Me sentí intimidado con la furia de sus palabras. Me dijo que le dejase en paz y que no me atreviera a dirigirle la palabra. Se metió en su cuarto y pude escuchar perfectamente como ponía el pestillo a la puerta. En ese momento estaba descolocado, ¿y sí todo era realmente fruto de mi imaginación? Antes estaba seguro de que había sido él, pero en ese momento me hizo dudar.  
Durante los siguientes días no supe cómo actuar, no sabía si debía disculparme. Aun qué quería hacerlo seguía teniendo un atisbo de duda.  
El otro día llegue a casa y la puerta de su habitación estaba abierta de par en par. Por instinto fui y miré dentro, no había rastro de Robert, la cama estaba hecha, pero el portátil ya no estaba. En ese momento fui al armario y destapé su puerta, su ropa tampoco estaba. Revolví la habitación, pero no encontré nada que perteneciera a Robert.  
Y ahí acaba la historia, de repente desapareció. Fue sin más, dejó la llave del portal y la del piso sobre la mesa del comedor. Sin nota de despedida y sin avisar. Y dos días después, más concretamente ayer, ustedes dos se presentaron de madrugada en mi casa. Me han tenido retenido en un calabozo durante más de 16 horas sin ni siquiera decirme porque o de que se me acusa. Y bueno eso es todo, aquí estoy ahora, arrestado sin motivo.  
Pero ya he cumplido con lo que me han pedido, les he contado toda la historia con todo lujo de detalles y hasta la última cosa que recuerdo. Dicho eso, ¿qué más quieren de mí? 
- ¿De verdad piensas que estas aquí sin motivo?  
- ¿En serio? ¿Después de toda la historia, eso es lo primero que me preguntas? —Exhibió un histriónico gesto de desdicha.  
El inspector Tyler Smith y el subinspector Owen Lee estaban nerviosos, habían escuchado atentamente toda la historia sin interrumpir y no sabían que pensar sobre el caso que tenían entre manos.  
- ¿Pretende que nos creamos esa historia? —El inspector Smith le miraba con incredulidad.  
- ¡¿Historia?! —Repitió de manera retórica. — No es una historia, es lo que pasó. Nadie podría inventar tantos detalles para mentir. 
- ¿Cómo qué no? ¿Alguna vez a escuchado las mentiras de alguien que quiere evitar la cárcel? —El agente Lee estaba claramente irritado.  
Los agentes compartieron una mirada cómplice.  
-Lo sabemos todo. Y créeme cuando te digo que no te vas a librar de esta.  
-Uf… —Suspiro con desesperación. —¿De qué se me acusa exactamente?  
-Sabemos que mataste a Roque Manresa y a David Márquez. —La delicadeza no era un rasgo de Lee.  
- ¿¡A Roque, a David!? ¿¡Estáis locos!?  
-Sí nos dices donde están los cuerpos te podemos ayudar. —Smith, al igual que Lee, intentaba hacerlo colaborar.  
-No sé de qué habláis… —Negó con la cabeza repetidas veces.  
-También te tenemos grabado en tus otros delitos, sabemos que atracaste la gasolinera del polígono. Y el estanco de la calle ‘Stevenson’.  
- ¿De qué estáis hablando?  
-Sabemos que tienes problemas económicos.  
-Aparte de las tres denuncias por agresión, incluida la de tú vecino. —Lee mantenía la soberbia.  
- ¿Mi vecino? ¿De que estáis hablando? ¡Yo no he hecho nada de eso! ¡Y a mi vecino no le hice nada! —Su tono alternaba entre la ira y la desesperación.  
-Esto de fingir no te va a ayudar, más bien lo contrario.  
- ¡No estoy fingiendo! ¡¿Qué no entendéis?! —Cada vez estaba más desquiciado.  
Los agentes le miraban con incredulidad.  
- ¡Es… ¡Es cosa de Robert! ¡Tiene que ser Robert! ¡Seguro que fue él! ¡Seguro que por eso se fue de mi casa!  
- ¿A quién intentas engañar? 
-Sabemos que ese tal Robert del que tanto hablas, no existe. 
Los dos agentes se complementaban al hablar.  
- ¿Pero…? ¿Sois idiotas? —Su indignación se tornaba ira. — ¿No habéis oído mi historia? 
-Sí lo hemos hecho joder, te hemos dejado contarnos toda esa bazofia sin interrumpirte. Y ahora ha llegado momento de que colabores y de que cuentes la verdad. —Lee persistía. 
-¡¡¡Ya la he contado!!! —Enfurecido golpeó la mesa con la palma de la mano —Esto no me puede estar pasando… ¡No se dan cuenta de que ha sido Robert! ¡Yo no tengo nada que ver!  
-En breves vendrán los testigos de su historia y confirmarán su veracidad.  
- ¿En serio? —El gesto le cambió.  
- ¿Nervioso?  
- ¡No! ¡Lo contrario, contento!  
Los dos compañeros compartieron otra mirada de complicidad, esta vez con mucho mas descaro.  
- ¿Qué ha sido eso?  
- ¿Disculpe? —Smith le miró confuso.  
-Esa miradita, ¿qué pasa?  
-Pues que sabemos con certeza que ese tal Robert Inler no ha vivido en tu casa, ni siquiera es una persona real. Estamos seguros al 99’99%. —Lee respondió con un tono sumamente soberbio.  
- ¿99’99%? ¿Qué no existe? ¿¿¿Están locos??? ¿No han oído todo lo que les he contado? —Comenzaba a exasperarse y se percibía en su tono de voz.  
-No tenemos constancia de nadie que se llamé así. Al menos en este país.  
-Pues igual me dio un nombre falso… Yo que sé… —Estaba desconcertado. — Tienen que encontrarle, él ha sido quien lo ha hecho todo.  
-Verás, hemos registrado a fondo toda tú casa, solo hemos encontrado dos tipos de huellas dactilares, y son las de la señorita Katia Vorobiov y las tuyas.  
- ¿¡Qué!? ¿Han estado en mi casa? —No recibió nada bien la afirmación. — ¡Eso es ilegal!  
-No, al menos no sí tienes una orden judicial.  
-Eso… Eso… —Ahora estaba más confuso, le costaba pensar con claridad. — Pudo borrar sus huellas… O no sé… Algo.  
- ¿Borró sus huellas, pero no las de Katia, ni las tuyas? Que minucioso. —Smith desmonto rápidamente su argumento.  
-Yo pienso que estas contándonos una trola. —Lee era tosco al manifestar su opinión.  
- ¡No! ¡No! ¡¡¡No estoy mintiendo!!!  
-No vale la pena que sigas con esto… Dos personas de tu entorno han desaparecido, una puede ser casualidad, pero dos ya es mucho más improbables. Y en ambos casos tenías motivos. Tú mismo lo acabas de reconocer en tu historia.  
-Eh… Pero… —Estaba aturdido con el último comentario. —No he dicho exactamente eso…  
-Todo lo que nos ha contado no son más que mentiras y ‘gilipolleces’. Tú historia no concuerda en nada. —El agente Lee demostró una vez más no tener ningún tacto a la hora de expresarse.  
- ¿De qué están hablando? ¡No lo entiendo!  
-Por favor, cálmate. —El inspector Smith a diferencia de su compañero sí que mantenía la serenidad en todo momento.  
-No nos mientas más, haznos un favor a nosotros y a ti mismo, colabora.  
- ¿Es sordo? ¡Yo no he hecho nada!  
-No lo hagas más difícil. Estas de mierda hasta el cuello, pero si nos lo cuentas todo podremos decirle al juez que has sido colaborador. Y quién sabe, quizá así reduzcan tu condena. —Lee intentó negociar.  
-Y dale… ¡Que no he hecho nada! ¡¡¡Nada!!! —Elevó su voz de manera desmesurada.  
-Vamos a tomarnos un descanso, los testigos estarán a punto de llegar. —Smith se levantó de su silla. 
-Por tú bien es mejor que reflexiones, has tocado fondo y nada va a salvarte. 
Tras escuchar el comentario le hizo una descarada peineta a Lee. Observó como los dos agentes salían de la sala de interrogatorio y le dejaban en absoluta soledad. 
No podía dejar de pensar en la situación, en cómo era posible que le acusasen a él. Se culpó de no haber entregado antes a Robert, ahora estaba absolutamente seguro de que él había sido el causante de todos esos actos abominables. Rememoraba en su cabeza todo lo que sabía y había vivido las últimas semanas, buscaba cualquier detalle que se le hubiera escapado y que pudiera ser relevante. El tiempo se sucedía y cada vez estaba más nervioso, estaba agotado mental y físicamente. 
El agente Smith regresó a la habitación, llevaba consigo una botella de agua y un emparedado. Se aproximó y se los entregó con una sinuosa sonrisa en el rostro. 
-He pensado que tienes que tener hambre.  
-Gracias… 
Destapó el envoltorio y comenzó a comer con celeridad, también se acabó toda el agua en un par de tragos. Smith se sentó frente a él y se quedó callado, observándole con total parsimonia.  
- ¿Qué está pasando? ¿Han llegado vuestros testigos?  
-Así es, les están tomando declaración.  
- ¿Quiénes son…?  
-Esa información es confidencial. 
-Yo no he hecho nada…  
-Ya… —Replicó Smith con ironía.  
Los minutos pasaban y el mutismo reinaba en el entorno. Las circunstancias no variaron hasta el retorno del subinspector Lee. Se aproximó con chulería hasta la mesa y se quedó de pie con la mano apoyada sobre el metal.  
-Tenemos todo lo que necesitamos.  
- ¿Qué quieres decir?  
-Sabemos que Robert nunca ha existido, ahora lo hemos confirmado. Al 100%. —Realizó una referencia a su conversación previa.  
-¡¡¡Qué!!! ¡Eso es imposible!  
- ¿Imposible, eso crees?  
Asintió sin retirar su mirada de la de Lee.  
- ¿Sí te lo demuestro? ¿Confesaras? —Lee le respondió con pedantería.  
-Mmm… —Meditó la respuesta unos segundos. — Sí.  
-Perfecto.  
Lee se marchó ante la atenta mirada de los presentes.  
En unos pocos segundos volvió a la estancia acompañado de Katia. Su ánimo se acrecentó al verla, por fin una buena noticia pensó. Atónito esperó que la situación le favoreciera.  
-Lee, esto no sigue el protocolo…  
Lee ignoró totalmente la advertencia de su compañero.  
- ¿Reconoces a este hombre?  
Katia asintió.  
- ¿Podrías decirnos su nombre?  
-Sí, Robert Inler.  
- ¿¡Qué cojones dices!? —Si antes estaba desconectado, ahora lo estaba mucho más. — ¡Yo no soy Robert!  
-Katia, ¿podrías decirnos cómo os conocisteis?  
-Fue en una discoteca, hablamos, bailamos y nos gustamos. —Lo miraba con dolor y le costaba responder a las preguntas de Lee.  
-¡¡¡Eso no fue así!!! ¡Eres una mentirosa!  
- ¿Iba acompañado por alguien esa noche?  
-No. Iba él solo.  
-¡¡¡Mentira!!! ¡Puta mentirosa! —Su reacción fue desmedida, pero comprensible.  
- ¿Ha estado en su piso alguna vez?  
-Sí…  
- ¿Vivía alguien con él?  
-No, vivía él solo.  
Su mirada delataba la rabia y furia que sentía hacia Katia en ese momento.  
-Gracias Katia, eso es todo, ruego que disculpe las molestias.  
El agente Lee acompaño a Katia hasta la puerta y la dejó marcharse. 
Los agentes se quedaron en silencio mirándole, tenía el rostro desencajado.  
- ¿Qué tienes que decir ahora?  
-Yo… Yo… —Era incapaz de contener las lágrimas por la impotencia que sentía.  
-Cuéntanos, ¿qué paso realmente?  
-Quiero… Quiero un abogado…  
- ¿Qué?  
- ¡Un abogado! ¡Tengo mis derechos!  
Los agentes se miraron, por su conexión era como si pudiera hablar solo con los ojos.  
-Está bien. —Smith le dio la razón. —Solicitaremos un abogado de oficio.  
-Bien. No pienso hablar hasta que hable con un abogado.  
-Habías dicho que si demostraba que Robert no existía confesarías, me has mentido. —Lee le reprochó su actitud. — No tienes palabra. 
- ¡Que te den!  
-Tendría que…  
- ¡Basta Lee! —Smith le interrumpió antes de que pudiera decir algo inapropiado. 
-Sí. Vamos a por su abogado.  
Lee salió enfurecido de la estancia y Smith le siguió. Al abandonar la habitación sellaron la puerta desde fuera.  
Se quedó aislado, pero sobretodo estupefacto por lo sucedido con Katia. No podía entender por qué ella mentía. Su vehemencia no hacía más que aumentar, se cuestionaba que era real y que no, y si era posible que de verdad él mismo fuera Robert Inler. Pasó largo tiempo temblando, su corazón palpitaba frenético y su moral se hundía.  
De pronto al alzar la vista ahí estaba Robert, sentado enfrente suya.  
-¡¡¡¿¿¿Qué haces aquí???!!!  
-Tú ya sabes que hago aquí. —Robert sonrió.  



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En el texto hay: terror, suspense

Editado: 23.10.2022

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