-¿Se siente bien, doctor?
Nunca se habia sentido más estúpido, miserable, y confundido. Nunca, en toda su vida.
Con culpa, miró a la hermana Julienne.
Su estómago se retorcía con asco, no por la resaca de su borrachera, sino asco hacia sí mismo. Acababa de cometer el peor error y sin embargo, muy en el fondo, su mente pecadora le preguntaba si estaba seguro de que fue un error.
-Si, solo es el calor…-murmuró, y la monja puso frente a él un plato de comida. Patrick, francamente no lo miró. Vio que sus manos temblaban.
-La hermana Bernadette no almorzará, dijo que no se siente bien -le oyó decir a Chummy, informando a la hermana Julienne.
Patrick sintió que su estómago se anudaba aún más.
Se puso de pie.
-Disculpen, pero iré a descansar, no puedo comer -sin esperar que le dijeran algo, salió del comedor directo a la habitación.
Antes, debió pasar al baño. Allí vomitó todo lo que había consumido el día anterior y se quedó sentado en el suelo, junto al retrete.
El sudor comenzó a mezclarse con un par de lágrimas que bajaron lentamente. Se abrazó a sus rodillas, y dejó salir el dolor. Sollozó como un niño, culpándose una y otra vez.
Oyó golpecitos en la puerta, y creyó, por un milisegundo, que quizás era ella. Que quizás ella le preguntaría qué le estaba sucediendo y lo levantaría del suelo, lo abrazaría, lo cuidaría y terminaría diciéndole que ella también estaba sintiendo lo mismo que él.
Pero no, Fred estaba allí, mirando con los brazos cruzados y negando con la cabeza.
-Doc, no pensé que el alcohol le había hecho tanto daño. Siendo inglés,pensé que tendría más aguante.
-No es eso -murmuró.
-Lo sé, algo más le está sucediendo pero como no soy una vieja entrometida, no preguntaré.
Fred le extendió su mano, Patrick la tomó y se puso de pie.
-Gracias.
-Vaya a dormir, lo que necesita es eso.
Iba a decir que no era verdad, que lo que necesitaba era trabajar más que nunca, pero sus propios pies lo llevaron hasta su cama.
Por supuesto que no iba a poder dormir, asi que abrió su mochila, buscó el frasco de pastillas y tomó una. Siempre venía bien un poco de alprazolam cuando las cosas se salían de control.
Y aun así, no durmió. Se quedó tendido boca abajo, a veces dejando escapar alguna lágrima o una blasfemia, con los ojos fijos en la oscuridad de la habitación cerrada contra el calor de la tarde.
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La vio al día siguiente. El entró a la sala más atestada de gente, la sala de hombres y la encontró llorando quedamente junto a una cama, con la mano de un hombre muerto entre las suyas.
-¿Cuándo sucedió? -le preguntó, sin mirarla.
-Hace cinco minutos -respondió, también sin mirarlo.
-Avisaré a su familia.
-No tiene familia -esta vez ella lo miró, apenas un microsegundo, para volver sus ojos hacia el cadáver que continuaba atesorando junto a ella-. Nosotras éramos su familia. No hay nadie más.
-Oh -fue todo lo que Patrick pudo responder.
Se alejó, había vivos de los que ocuparse. La vio continuar allí, moviendo sus labios en oración, tomando delicadamente la sábana para cubrir el rostro del muerto que no tenía a nadie, salvo a esta chica que lloraba por él.
Luego ella se puso de pie y se fue, y mientras él trataba de que los demás hombres no vieran en ese muerto a su futuro cercano, llegaron empleados de una funeraria y se llevaron al fallecido, trasladándolo en una camilla, sacandolo del pabellón.
Ella regresó y se dirigió directamente a él, sus facciones en un intento de parecer duras aunque sus ojos rojos delataban su verdadero sentir.
-La cama la puede ocupar Alberto Bermudez.
Patrick pestañeó, incrédulo. Ella no era así, fría, ella nunca habló de ocupar una cama que todavía estaba tibia con la tibieza de la muerte reciente de su ocupante.
-Hermana…-el susurró, pero ella se dio vuelta, dándole la espalda, y ordenó con una voz firme pero apenas quebrada por las circunstancias dolorosas.
Las enfermeras Jenny y Jane obedecieron al instante y cambiaron las sábanas de la cama, dejándola lista para su nuevo y quizá más afortunado ocupante.
Ella se giró hacia él, que todavía estaba estático en el mismo lugar contemplando la escena, atontado por el calor y por esta mujer cambiante.
-Doctor, ¿va a ordenar que Bermúdez venga aquí o eso también lo tengo que hacer yo?
Ya no había ni rastros de la compasiva, fresca, dulce y siempre triste Hermana Bernadette. Todo fue reemplazado por el enojo y Patrick vislumbró, con pavor, que allí también había odio.
-Cla…laro. Si no hay alternativa…
Tomó el formulario del pobre paciente Bermúdez, lo firmó y ordenó que fuera internado. El hombre, que había estado tambaleándose en una silla en el pasillo caluroso, agradeció la cama suave y fresca.
Después, ella desapareció por todo el día. Estaba trabajando, como él, pero Patrick podía ver que ella estaba evitándolo meticulosamente. Tenía razón.
Aún así, se arrastró en su ya escasa dignidad y fue hasta la celda en la que ella estaba refugiándose de él. Levantó la mano para golpear la puerta, pero la detuvo en el aire.
No tenía sentido. Ninguna de todas sus acciones con respecto a esta mujer, tenían sentido. Nada cambiaría que él musitara un avergonzado “perdón” porque ella ya tenía un veredicto y también una sentencia.
Eso es todo, Patrick, lo arruinaste. Aprende a convivir con eso.
Volvió a su habitación y no cenó esa noche, sino que se mantuvo encerrado, fingiendo un dolor de cabeza.
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El día siguiente amaneció con lluvia. Eso fue una bendición, la frescura y la desaparición momentánea del sol ardiente convertían a todo lo verde más verde, todo lo rojo más rojo. Por primera vez, Patrick pudo decir que aquel lugar perdido de la selva era hermoso.