Pasado.
El planeta Loto contaba los días para el nacimiento de los futuros herederos al trono. Marte sentía las pataditas de sus hijos, el movimiento brusco que a veces le impedía dormir con normalidad y las contracciones no le daban tregua.
Su corazón se mantenía feliz mientras que la reina Luna los ignoraba con recelo. El rey Neptuno le hizo un pedido al que no se pudo reusar, mantenerse alejada de su esposa e hijos hasta que las aguas se calmaran.
Neptuno no lo admitía, pero tenía miedo que el odio cegara a su madre y quisiera hacerle daño. Sin embargo, él no estaba dispuesto a correr el riesgo y prefería prevenir que lamentar.
Su confianza se había reducido en Nude, el comandante de su ejército; Antón, su consejero real y Rocco, que se disfrazaba siendo el enemigo en persona. Ubicado en su cetro daban su opinión sobre un nuevo sacrificio en honor a sus hijos que pronto los tendrían en sus brazos.
- ¿Qué les parece si hacemos un sacrificio a la diosa Blanca para que ilumine a mis hijas en su camino hacia la vida? – pregunto bebiendo de su copa y mostrando el anillo de la piedra rosa que llevaba puesto en su anular.
La otra mitad lo tenía Marte. Rocco no dejaba de ver la joya de un brillo especial que lo tentaba, sin embargo, su plan iba en la mitad por lo que debía seguir fingiendo solo para obtener la piedra completa.
Hallarla le costaría su vida porque son cuatro pedazos. Por lógica estarían destinadas para las hijas del rey, pero ese era un secreto a voces y nadie tenía certezas de ello.
- ¡Mi rey! – hizo una reverencia Antón – Creo que lo mejor sería esperar hasta que nacieran ya que así sabríamos cual serían las palabras de agradecimiento.
-También lo pensé Antón – fijo sus ojos amarillos con calma en los de color azul – pero temo que le suceda algo sino lo hacemos. La diosa Blanca suele enfurecer cuando no cumplimos con su sacrificio a tiempo.
-Entonces haga una promesa, mi rey – intervino Rocco con una sonrisa tan falsa como sus palabras – Seria fácil recriminarle si mueren.
- ¡Por la diosa Blanca! Que cosas insinúas, Rocco – se puso de pie furioso por el inoportuno comentario. – Rocco atente a tus palabras si vas a hablar.
Asintió con ademan de cabeza. Aunque por dentro se carcajeaba peor que una bruja. Sabía que decir algo respeto a la muerte causaría tal reacción que se molestaría y no se equivocó.
¨Pronto te arrodillaras por el perdón del príncipe Mejías¨ murmuro para sus adentros mientras los demás seguían dando una opinión sobre las intenciones del rey.
-Bien, haremos una promesa y el día que llegue cumpliremos con el sacrificio – sentencio el rey alzando su copa invocando a la diosa de la mujeres embarazadas - ¡Por la diosa Blanca, señores! – ellos asintieron con una reverencia.
En la plaza Turman ya se había instalado una figura gigante de la diosa Blanca rodeada de mantos blancos, flores de todos los colores y un camino de muñecos simbolizando niños recién nacidos. Es venerada por proporcionarle fuerza, energías y coraje a las que darán descendencia.
Es una leyenda que pervive entre los habitantes de Loto. La figura con un enorme vientre vestida de blanco, corona de metal y las manos cubiertas de sangre ya que el ejército Andino, que existió hace miles de años, la encarcelo y le prohibió comida, murió desangrada justo cuando su hijo pujaba por salir. Se consumió como una luz blanca estallando para ser una nueva estrella y aclamada por sus manos curativas y ruegos.
Las antorchas encendidas la iluminan en la noche oscura de la ciudad que está ansiosa por conocer a los futuros reyes de Loto.
La reina Luna aborrecía todo el alboroto por sus nietas, sin embargo, se contenía de incendiar todo solamente porque todo el día y noche era vigilada por un soldado que cumplía ordenes de su hijo.
Se encontraba en sus aposentos yendo de un lado a otro pensando cómo hacer para huir del palacio. Una nube negra se materializo dejándola petrificada al ver a su hijo con otro hombre que desconocía.
- ¡Hijo ¿eres tú?! – cuestiono dudosa - ¿Quién es este señor?
El hombre de manto marrón, cabeza calva y con dibujos en su cara que daba miedo revisaba todo. Cerrando las cortinas fueron alumbrados por una vela que pronto se terminaría de consumir como su venganza.
- ¡Madre! – exclamo entre el calor de sus brazos - ¿Alguna novedad?
-No, hijo. Neptuno me dejo a fuera del concejo y tengo vigilancia permanente ya que teme que su propia madre. Protege a Marte como si fuera su propia vida. – su tono desesperado y triste ablandaron el corazón del príncipe, pero no el suficiente para impedir una tragedia.
-Yo también lo haría estando en su lugar, madre – beso su frente mientras esta fruncía su entrecejo confundida – Necesito de tu ayuda para dar el siguiente paso ¿está dispuesta a traicionar al rey Neptuno?
Dubitativa pensó por un instante, pero el rencor movía montañas y ella estaba convencida que arrebatarle su trono lo dejaría indefenso. Así podría a expulsar a Marte sin sus hijas. Le arrancaría lo que más quería como lo hicieron con su hijo.
- ¿Cuál es tu respuesta, madre? – volvió a insistir. Sabia cuando diera un "si" no habría vuelta atrás.
-Siempre te apoyare, hijo – Mejía sonreía abrazándola.
-Él es Adén, un brujo que nos guiara en nuestra venganza – con su callado en su mano los transporto a otro lugar – Tranquila, sabe lo que hace.
A la reina Luna no le daba buena espina el brujo Adén, sin embargo, no podía decírselo tan abiertamente porque no los dejaba de mirar con esos orbes negros profundos.
-En unos días reuniremos el suficiente ejército para combatir – Adén los llevo a su cueva a una altura aproximada de 20 metros, una parcela de hielo los congelaba y el viento helado se colaba entre sus prendas, la reina se abrazaba a si misma mirando de reojo el precipicio – Cuando todo sea un caos, tú te encargaras de arrebatarle la piedra rosa a Marte y Neptuno.