Pasado.
El nacimiento de las niñas trajo mucha felicidad a los habitantes de Loto. Todos se reunieron alrededor de Turman para darle las bendiciones correspondientes.
Mientras la reina Luna observaba a la multitud con molestia desde su ventana en la torre blanca lejos de su hijo, no podía asimilar que todos adoraban a las niñas y a ella la habían apartado de su lado.
-Esa inmunda de cabello de fuego se robó todo lo que tenía... - dijo con impotencia entre sollozos – pero no permitiré que te quedes con lo que me pertenece por derecho. Ese trono nunca será de tus hijas, nunca.
Sus murmuro se perdían entre las paredes de color ocre. Ese sitio se había convertido en su habitación luego de apoyar a su hijo menor, se reducía a soledad y tristeza.
Después de dar tantas vueltas sobre la alfombra roja que le hizo recordar a Marte, tomo un cuchillo de la charola de plata donde estaba su comida, de la cual no probo ni un bocado. Empezó a hacer tajos hasta deshilacharla quedando totalmente destrozada a causa de su ira por esa mujer.
Entre lágrimas se tendió sobre el bulto y gritando tan fuerte por la desesperación apareció su asistente, que la miraba con tanta lastima y el corazón adolorido al ver a su reina en esas condiciones.
- ¡Mi reina! – exclamo acercándose con pasos cautelosos. No se fiaba del deplorable estado de la que una vez fue reina.
Sus ojos se volvieron oscuros ya no eran más azules, respiraba como un animal cargado de ira sintiéndose amenazado por la presencia de Fena y estrujaba con una fuerza desconocida sus manos sobre los pedazos de ese manto rojo que ella misma destruyo.
-Fena – susurro - ¿Estarías dispuesta a hacer lo que sea para complacer a tu reina? – preguntó con voz gélida y con la cara en el piso. –Es el precio a pagar por continuar bajo mi protección.
Fena no sabía que responder. El rey Neptuno la dejo quedarse si a cambio le daba información de todo lo que su madre planeaba hacer. Necesitaba trabajar tenía un niño que alimentar y no podía traicionar la confianza de su rey ya que la ayudo siempre.
Además, su esposo nunca se lo perdonaría. Antón prefería mil veces dar su vida que deshonrar su apellido y familia, entonces, Fena se debatía entre su lealtad a la reina o a su hijo, pero decidió por el rey.
- ¿Cuál es el trabajo? – inquirió segura, sin embargo, temblaba por dentro ante la sonrisa macabra de la reina Luna.
-Matar a la reina Marte – los ojos desorbitados de Fena no pasaron inadvertidos para Luna, pero no dudaría de ella ahora porque jamás se atrevería a traicionarla. Es lo que quería creer. – Y debe ser esta noche cuando Neptuno salga a la plaza para presentar sus criaturas horrendas.
Poco a poco fue levantándose. Fena permanecía anclada en la entrada porque temía por su vida si daba un paso más. La reina no parecía estar en sus cincos sentidos, pero contradecirla sería un grave error.
++++++++++++++++
Por otra parte, el rey discutía los últimos detalles para ceremonia a la diosa Blanca.
Sus dos pequeñas ya vestían túnicas blancas mientras eran contempladas por Venus como lo más maravilloso que hayan visto en su vida. Quedo fascinada al verla y sus deseos por ser madre surgieron de la nada.
Aregon miraba con ceño fruncido a su esposa ya que la conocía demasiado como para saber que pensaba. Llevaban mucho tiempo deseando ser padres, sin embargo, Venus se negaba, aunque ya vio que esas niñas serian su milagro.
-Creo que alguien ya se decidió a tener un hijo ¿tú que crees? – el rey Neptuno interrumpió sus pensamientos haciéndolo sonreír.
-Esas niñas se convirtieran en mis favoritas si lo que insinúas es verdad – los dos rieron devolviendo la atención a Antón que hablaba sin parar.
La sala del trono estaba atiborrada de tantas personas que salían y entraban, algunos felicitaban a los reyes, otros disponían un banquete para los invitados a minutos de salir para compartir con su pueblo.
La alegría no podría empañarse, pero alguien tenía un plan para borrar la sonrisa de todos, aunque hablar a tiempo ahorraría muchos martirios.
+++++++++++++
La reina Luna ya de pie bebiendo una copa de sangría lucia desmejorada. El cabello alborotado y desparramado, el rostro pálido y con pensamientos torturadores que implanto su hijo, el príncipe Mejías.
-Dígame ¿Cómo lo haremos? – su voz no vacilaba, pero su corazón quería salir huyendo arrepintiéndose de haber tenido una pizca de piedad por ella.
-Tú te encargaras de hacerlo – impuso con una voz que rozaba la locura – No quiero errores – saco de la gaveta al costado de su cama una pequeña botella que contenía un líquido verde.
Fena miraba el envase y a la reina, si estaba en lo correcto eso era hiedra del diablo y una sola gota podría matar a más de uno. Aunque podría estar mezclado con otra hierba venenosa.
- ¿Sabes que veneno es? No sentirá dolor solamente basta una gota para verla morir lentamente – sonreía con triunfo, aunque todavía era temprano para hacerlo – Debes verterlo en un vaso con jugo de durazno sino alguien te podría descubrir.
Su olor levantaría sospechas además debe ser vertido con sumo cuidado.
- ¿Quién le dio ese veneno? Es muy difícil de encontrar en este planeta – la pregunta estaba demás, sin embargo, no era tonta.
Conocía a la reina hace bastante tiempo como para darse cuenta que siempre conquisto lo que se propuso y alguien tan loco como ella era quien proporciono ese veneno. El príncipe Mejías seguía teniendo influencia sobre su madre que comenzaba a darle miedo.
-No hagas preguntas y haz lo que te dije.
Asintió y con una reverencia se retiró con el líquido entre sus manos. Los guardias apostados uno a cada lado de la puerta se asustaron al verla tan temblorosa, pero había suficiente tiempo para contarles lo que sucedía.