"Si te caes, te levantas" me enseñó alguien una vez, y digo que me enseñó porque no solo lo dijo, me lo demostró desde el momento en que la conocí, me lo demostró cada segundo que compartimos.
Ella solía decir que la vida no puede derrotarte, porque la vida no te golpea, jamás lo hará, "la vida no tiene tiempo para pensar en ti" solía reprocharme; "son las personas y sus propias decisiones las que te golpean", pero sin importar si el mundo se va a acabar, o si solo es una tormenta en un vaso de agua, la única decisión realmente importante es la tuya.
Tú y solo tú decides darte por vencido o seguir adelante, tú eres tu propio cielo y tu propio infierno, tú tienes la capacidad de decidir si te rindes o si sigues adelante a pesar de todo, pero... para la clase de vida que le tocó vivir... realmente rendirse no era una opción, ¿Por qué? Porque rendirse implicaba algo más que solo perder algo, implicaba más que llorar un par de noches, algo más que lo material, para ella el rendirse implicaba la muerte.
"¿Y eso que más da? El mundo es un lugar sombrío y tétrico que solo te inyecta dolor punzante por los ojos, no vale la pena vivir ni luchar al final te quedaras solo" Pensaran algunos suicidas con medio cerebro por ahí, pero no se preocupen, yo también pensaba así, pero, en este mundo existen tres tipos de personas, las que te marcan, las de siempre y las que solo pasan.
Las que solo pasan son las que olvidas con facilidad, las clase de persona con la que tienes una noche loca, la clase de amigo con la que sales una vez y jamás vuelves a ver, luego, vienen aquellas personas del día a día, las que siempre están, como lo es la familia, o los amigos, esos que siempre vas a amar y que jamás podrías olvidar, la clase de gente que puede o no marcarte, y por ultimo, están aquellas que entran por accidente y dejan todo tu ser impregnado con su esencia aunque te resistas férreamente, esas que pueden permanecer o irse, pero cuya ausencia repercute en lo profundo de tu ser, personas que al entrar cambian tu percepción del mundo entero inevitablemente y para siempre.
Justo así era ella, pero para mí, un adolescente, o más bien adulto cabeza hueca con complejo de "nadie me entiende" "estoy solo" y de "playboy rompe corazones", solo hay una respuesta que puedo darles acerca de la primera impresión que tuve y que aún tengo:
Ella es demasiado testaruda.
Pero dejando todo este drama en el que explico todo y los espoileo ¿Qué tal si comienzo a explicarles cómo es que todo comenzó? (no respondan, digan sí o no igual lo haré).
Era diciembre, el treintaiuno de diciembre (si en año nuevo) estaba tremendamente ebrio y mis "amigos" me habían dejado varado en una estación de servicio en plena carretera, la ciudad no estaba tan lejos, bueno no para un adolescente ebrio, así que decidí que era buena idea caminar por en medio de la carretera hasta la ciudad, ahora que lo pienso era una idea ridícula.
En fin... comencé a caminar como un reverendo imbécil con una botella de champán en una mano y mi corbata dando vueltas en la otra, tenía la camisa desabotonada e iba cantando una ridícula canción sobre un reno, la nieve comenzó a caer, me estaba congelando, pero no sé si era por mi terquedad o mi ebriedad pero eso no me importaba en absoluto, de hecho en ese momento no me importaba nada de nada, no quería saber ni escuchar nada, solo quería cantar esa estúpida canción.
No sé por cuanto tiempo caminé, realmente no recuerdo muy bien que sucedió, no sé qué clase de suerte tuve para llegar hasta el punto de poder divisar la entrada a la ciudad sin que un auto me arrollara aun, pero esa suerte estaba a punto de acabarse, y a mis diecinueve años y con todo un futuro por delante eso era justo lo que quería, morirme de una vez por todas.
Ahogado en mi propia autocompasión, egocentrismo y lo que yo creía el fin del mundo, deseaba con todas mis fuerzas acabar con mi vida de golpe sin oportunidad para arrepentirme, pero era demasiado cobarde para quitármela yo mismo, por eso, cuando divisé las luces de un auto que se acercaba a mí a lo lejos, tomé una decisión, la más complicada e irreverente de mi vida, no me movería, si el auto no me arrollaba dejaría de lado toda esa mierda de autodestrucción, pero...si por el contrario me arrollaba y no moría...lo intentaría de nuevo, iba a rendirme.
El auto se acercaba cada vez más a mí, me paré justo en medio de la carretera con los brazos abiertos, esperando el impacto, pero algo en mi reaccionó, algo se negaba a aceptar el hecho de que no había por que vivir, el hecho de que no hubiera una persona o una cosa que me retuviera, aquella resolución de morir comenzaba a flaquear, esa estúpida decisión comenzaba a desmoronarse.
¿Qué hay de los demás? Pensé, ¿Qué hay de mamá? ¿Qué hay de papá? ¿Qué hay de mí? ¿Iré...al infierno? ¿Qué me sucederá?, mi mente no me dejaba tranquilo, las preguntas me acosaban sin piedad, no me daban tregua, una tras otras me susurraban miles de cosas que yo era incapaz de negar, el conductor del auto me vio y comenzó a sonar su claxon mientras trataba de frenar.