Ya me dolía la cabeza de tanto pensar.
Por más que tratara no podía dejar de darle vueltas al asunto de aquel chico que con rápidez irreal había llegado hasta mi lugar en el campus. Incluso más rápido que la pelota.
Una persona puede desarrollar buenos reflejos pero los de él sobrepasaba los límites.
Suspiré tirándome a la cama, haciéndome bola entre las sábanas, todo me parecía cada vez más extraño.
—¿No te molesta comer pizza otra vez?—entró james sosteniendo una caja de pizza y dos botellas de coca cola.
Me incorporé en la cama fulminándolo con la mirada.
—Toca antes de entrar, ¿qué harías si estuviera desnuda o en ropa interior?—refunfuñé aproximándome a la delicia que james dejó sobre la cama.
—Oh, vamos, yo te cambiaba los pañales, jovencita—comentó riendo. Le dí un empujón juguetón.
—No necesitaba saber eso.
James sonrió dándole una mordida a su pizza.
—Oye...—le dije pensativa—¿qué tan rápido se puede cruzar la mitad de un campus de más de noventa metros para lograr atrapar una pelota a una velocidad considerablemente más ventajosa?
James lo pensó un segundo, algo descolocado.
—Creo que me perdí en noventa metros-rodé los ojos.
—Olvídalo-solté una risa—tu nivel de cálculo está peor que el mío.
—Cálculo es mi enemigo mortal, pero nuestra relación suele ser más llevadera cuando decide dejarme las cosas fáciles—negué con la cabeza.
—No sé como llegaste a trabajar a una empresa tan buena.
—Soy un estratega supremo, querida. Las empresas matarían por obtener la mitad de mi capacidad creando estrategias de negocios.
—Ajá.
Le dí una mordida a mi pedazo de pizza.
—Por cierto—limpié las comisuras de mis labios—¿pudiste contactar a Mamá?
James dejó su mordisco a medio camino y su rostro se tornó serio en segundos. Lo miré expectante.
—Bueno...—dejó su pedazo de comida en la caja—sí hablé con ella, al parecer todo está bien.
Entrecerré los ojos, dubitativa.
—Nunca algo está bien en esa casa—me cruzé de brazos—dime la verdad.
James bufó hundiendo sus anchos hombros, resignado.
—De acuerdo, en realidad...—me miró preocupado, mi estómago dió un vuelco—estuve llamando todo el día pero, nadie contestó.
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Inquieta golpeé la punta de mi zapato contra el piso mientras miraba mi comida sin tener muchas ganas de comer a esas alturas.
Si no fuera porque Adam me arrastró hasta la cafetería e insistió en que comprara algo, me hubiera metido en la biblioteca. Tambien consideré ir al campo de futbol, allí corría más aire fresco pero después de que casi me arrancaran la cabeza con esa bola de béisbol no quería acercarme a ese lugar.
—No puedo creer que tú vayas a estar en el equipo de futbol-dijo sam riéndose.
—Pues creelo, nena. Este guapo chico jugará este viernes en el campeonato de futbol-presumió Adam sonriendo orgulloso—y si ganamos tendremos una gran fiesta de celebración.
—¿Y si pierden?—inquirí sin mucho interés en el tema. La verdad es que me había perdido mitad de conversación.
—¡Estás viva!—exclamó Sam sacudiendo mis manos desde el otro extremo de la mesa, reí un poco.
—Andas demasiado distraída hoy, pelirroja. ¿Todo bien?—preguntó Adam engullendo un papa frita de mi plato.
Le sonreí.
—Lo estoy y felicidades por tu logro de entrar al equipo.
Adam abrazó mis hombros.
—Gracias, irás a verme jugar ¿no?
Me mordí el labio inferior, recelosa.
—¿Aceptarían un no por respuesta?
—Si te atreves a abandonarme ese día, te aplicaré la ley del hielo por el resto de mi vida—bromeó Adam, reí nerviosa.
_Bueno... Estoy acostumbrada a eso—murmuré entre dientes.
—¿En serio?—preguntó sam interesada.
—No soy muy sociable que digamos, asi que en mi antigua escuela era como si me aplicaran la ley del hielo todo el tiempo—expliqué, sonriendo incómoda.
Adam rodó los ojos.
—De acuerdo, entonces quieras o no, te obligaremos a ir.
—A la fiesta tambien—agregó sam animada.
—Ni loca—me apresuré a responder.
Ambos suspiraron.
—Sabíamos que dirías eso, es una lástima que no te vayamos a permitir quedarte en casa—miré a Adam aterrada. No tenía cara de que estuviera bromeando.
Siguieron comiendo comentando sobre la dichosa fiesta a la que seguramente no iría porque james no lo permitiría. Me dediqué a observar las paredes de la cafetería, pensativa.
Fue entonces cuando noté las puertas del lugar abrirse, por esta entró él con pasos calmados e impasibles, llamando mi atención. La mayoria en la cafetería evitaban siquiera mirarlo, y era notable ese hecho por el modo en que se removían en sus asientos de manera que no hubiera contacto visual. Era extraño.
Nuestras miradas se encontraron al instante en que se sentó en una mesa al fondo, no había expresión en su rostro, pero podía jurar que algo en sus iris era palpable, a pesar de la distancia que separaba nuestras mesas.
—Es raro que esté viniendo con tanta frecuencia—escuché a sam mencionar, volteé a mirarla.
—¿De quién hablas?—sus ojos señalaron con prudencia al chico recién llegado. Fruncí el ceño.
—¿Acaso nunca venía a la cafetería? ¿O le han prohíbido eso?—inquirí, confundida. Sentía unas ganas irrefrenables de que de una vez por todas, dejaran de cuestionar todo lo que ese joven hacía.
Adam volteó a mirarme.
—No se atreve a hacerlo porque sabe que nadie lo quiere aquí—dijo fulminando al chico del fondo por una milésima de segundo.
Negué con la cabeza, incrédula.
—De veras que no lo entiendo. ¿Qué ganan odiando a una persona que a simple vista no se mete con nadie? Lo he observado y no hay nada de malo en él ¿por qué tanta aversión?—cuestioné con molestia.
—¿Y por qué lo defiendes si ni siquiera lo conoces?—comentó adam, a la defensiva—no llevas más de una semana aqui, asi que no sabes nada.