Un café latte por aquí. Un Red Velvet por allí. Otros dos caffe machiato y un Carrot. Dos matcha y un Strawberry. Un zumo de naranja y una magdalena Banana Cream... Aún le quedaban tres intensas horas más de trabajo en la cafetería. Tomar pedidos, prepararlos y servirlos en las respectivas mesas. Después limpiar las mesas y atender a los nuevos clientes. Luego volver a poner el menaje en el lavavajillas y preparar la nueva remesa de vajilla para los nuevos servicios.
Día tras día las mismas tareas con orden aleatorio pero parecido resultado, una despedida sonriente por parte de los clientes. Y mostrar su sonrisa, como se marcaba implícitamente en su contrato. Llevaba toda la mañana de pie y aún restaban unas horas para cerrar. La encargada estaba al pie del cañón junto a ella ocupándose de la supervisión de su trabajo y la gerencia del establecimiento. Su nombre era Krestina, Krestina Miller y llevaba a su cargo la cafetería. Ella era la única encargada que había conocido desde que trabajaba allí.
La miró antes de recoger la mesa que acababa de quedar vacía y limpiarla. Su gerente era cuanto menos muy atractiva, incluso para otra mujer. Su pelo rubio ondulado recogido en una trenza larga y sus ojos de un verdoso acuoso recordaban sus raíces inglesas. Las pecas en su rostro contrastaban con la blancura nevada de su tono cutáneo y sus rasgos poco afilados y simétricos, la hacían hermosa. Ella no podía comprender cómo una mujer tan bella trabajaba en aquel pequeño rincón del mundo.
Aquella era una de esas extrañas circunstancias que le asombraban de la vida que vivía allí, en Atlanta. Al parecer su encargada tenía ascendencia inglesa por parte materna por lo que su aspecto era más europeo que estadounidense. Y no era el único caso de multirracialidad. Todos los días servía a personas de todas las razas y colores en una proporción nada desdeñable de cinco a ocho.
Ella misma era europea y no estadounidense como la mayoría de sus clientes. Aún tras dos años trabajando en aquella ciudad, su sorpresa seguía siendo mayúscula al ver interactuar cada día a amistades y familias multiculturales. En los dos años y cinco meses que había permanecido allí no había logrado acostumbrarse.
Aquella ciudad le había mostrado que lo que había vivido desde niña en su ciudad natal no era ni parecido a una sociedad multirracial. Tan alejada de sus experiencias pasadas... ¿Cómo había llegado a parar allí?
Recordaba cada elección que había hecho en su vida y la que la había llevado a Atlanta era la más presente de todas ellas. Tenía veintidós años cuando la había tomado y no se había arrepentido a pesar de las dificultades pasadas. Era el final del verano de sus veintiún años y acababa de pasar el verano más maravilloso de su vida. Poco antes de junio había conocido a Sam, un estudiante estadounidense de intercambio. En septiembre estaban enamorados.
Él regresaba en diciembre a su Atlanta natal donde terminaría su carrera el año siguiente. A ella sólo le restaba el trabajo final para su graduación. Se graduó en enero del año siguiente en Traducción e interpretación de inglés. Tardó en decidirse a marchar a Atlanta aún dos meses más, tiempo en el que se escribían diariamente y se hablaban por vía webcam dos veces a la semana. Se decidió a cruzar el charco y mantener su amor de cerca y no en la distancia.
Pensó que le sería muy complicado encontrar un puesto de trabajo y lo hubiera sido de no tener la inestimable ayuda de Sam. Su novio presentó su currículum en varias empresas y en la misma universidad en que estudiaba.
Llegó a Estados Unidos con un contrato bajo el brazo por el que una empresa le pagaba por traducir todas sus publicaciones al español. Estaba dispuesta a comerse el mundo, la verdad era que aprendió mucho en aquella empresa pero el idilio no fue duradero. Un año después por diferentes causas Sam y ella rompieron en buenos términos y ella renunció al contrato existente. Firmó con una editorial de libros que le dejaba más margen de libertad aunque menor salario.
Y así fue como acabó en aquella cafetería: camarera de día, traductora de tarde. El sueldo entre ambas actividades era razonable para vivir y la ciudad... Atlanta, la tenía cautivada por las grandes diferencias que tenía a donde había crecido. Situada cerca del auditorio mayor de convenciones de la ciudad, tenía a menudo afluencia de clientes francófonos e hispanohablantes. Por lo que una empleada como ella con español nativo y francés fluido era valiosa para el negocio.
Había otra empleada con francés fluido cuando llegó pero dados los horarios y el sacrificio que la cafetería exigía, renunció para ocuparse de su familia. Sabía que ahora tratajaba en un instituto y compaginaba mejor sus horarios. Ella era un simple cliente regular cuando Marie trabajaba allí.
Fue una conversación telefónica con su madre en español la que la dueña de la cafetería presenció. Aparte del hecho de que había presenciado las conversaciones con Marie en francés siempre que coincidían. Así por las mañanas servía mesas y por la tarde, se dedicaba a la traducción de libros para la editorial.
A excepción de las semanas con convenciones en que ella doblaba el turno en la cafetería. En esas ocasiones acababa el día reventada y aún tenía que volver a su apartamento y ocuparse de la traducción de las novelas cortas y otras ediciones.
Eran días pesados y mal remunerados pero ese extra que ganaba, formaba sus ahorros. A pesar de esas temporadas más agotadoras, estaba encantada con aquellos trabajos. Uno, le obligaba a estar en contacto con el público y practicar sus idiomas de continuo. Dos, le permitía leer cuanto quisiera y horarios flexibles dentro del plazo límite.