Al finalizar la reunión y empezar a irse los miembros de la mesa, fue él quien la detuvo diciendo con tono serio y en su español perfecto:
- Señorita Gómez, ¿puede acompañarme a mi despacho antes de irse? No será más que un momento.
- Yo... - tragó saliva. - Por supuesto, señor Worthington.
- Por aquí, por favor.
Samuel la guió con su porte elegante por el piso hasta un amplio despacho que daba a la fachada principal y la invitó a pasar antes de entrar, como siempre había hecho mientras eran novios. Una vez estuvieron dentro, él cerró la puerta y la rodeó para irse al escritorio relajadamente.
- Siento la trampa, Irene, sé cuánto aprecias la sinceridad. Pero también sé que de haber sabido que era yo quien había presentado tu currículo, hubieras rechazado la propuesta de inmediato.
- Lo he entendido en cuanto has aparecido, tienes toda la razón, la habría rechazado de inmediato.
- Recuerdo lo que me dijiste la última vez que nos vimos, Irene, lo recuerdo como si hubiese sido ayer. - Hizo una pausa y la miró cálidamente. - Lo intenté, me esforcé en olvidarte sin remedio. Cuanto más lo intenté, más veces te recordaba al hacer vida normal. - ¿Decía la verdad? Ni estaba segura, sólo veía en sus ojos azules un remanso de paz y algo parecido a... ¿cariño?
- Yo...
Irene se quedó allí en pie clavada como una estaca. ¿Qué le podía decir? ¿Que aún sentía algo por él fuese aquello lo que fuese? ¿Que verlo le traía mil y un recuerdos que ya ni recordaba haber vivido? ¿Qué debía decirle?
Le miró de nuevo, esta vez de arriba abajo. Samuel era un armario ropero con sus hombros anchos y alto con su metro setenta y tres. Su pelo rubio que antes era largo, ahora estaba más corto y engominado con raya a la izquierda. Daba igual, ella sabía distinguirlo del mismo modo.
Aquel cabello lacio que en otro tiempo había tenido que apartar de su cara, gesto por el que le habían recompensado con una sonrisa o directamente con algún beso. Recordó la calidez de su cuerpo contra el suyo... A su mente regresaron las sensaciones que sus besos provocaban en ella pero su corazón no se aceleró del mismo modo que entonces.
Su corazón aún no era inmune, era obvio que a pesar del tiempo ella tampoco había podido olvidarle. Pero ¿qué significaba aquello? ¿acaso él tenía la vana esperanza de que podrían volver a estar juntos? ¿Como antes?
Irene dudaba de que sus sentimientos por él fueran en verdad los necesarios para cumplir los sueños de ambos, especialmente los suyos propios de casarse y formar una familia. De hecho, dudaba incluso que pudiera trabajar codo con codo con él si Samuel le pedía algo así.
Un carraspeo suave de Samuel la sacó de sus pensamientos, ¿cómo ellos habían tomado tales derroteros? Siempre le pasaba lo mismo, se planteaba demasiadas cosas aún sin que nadie le hubiese dado pie a ello. Irene sorprendida tragó saliva y se concentró en sonar creíble y segura.
- Yo... Es un placer ver que te encuentras bien, sin embargo, no me siento del mismo modo que tú. Yo pude, al menos en mi día a día, olvidar cuanto a ti se refería.
- Entiendo, Irene. - Hizo una pausa y se volvió hacia la cristalera tras su mesa. - Espero no renuncies ahora, necesito tus conocimientos del mercado español. Mucho probablemente tú seas el activo más valioso en este equipo como asesora, tengo confianza que podamos dejar los sentimientos fuera de la oficina y colaborar adecuadamente por bien de mi empresa.
- Tú sabes que hace ya muchos años que vivo aquí, ¿cómo podría estar al día acerca del mercado español? Eso es imposible, Samuel, lo sabes tan bien como yo.
- Yo y tú sabemos que tú estás muy pendiente de la actualidad de La Bolsa española y del mercado en general, Irene, quizás más por tu padre que por ti misma pero eso no le quita valor a tu conocimiento acerca de ello.
- Es cierto que aún sigo estando al pendiente del mercado a través de los periódicos pero eso no me convierte en una experta, mi campo es el de la traducción no el comercio.
- Verdad, Irene, - Samuel se giró hacia ella y la señaló. - Pero nos conocemos y sé que tu visión de la economía suele ser muy ajustada y acertada. Quiero que des tu opinión acerca de cada producto y cada campaña que pase por tu equipo sin importar si Angella o otro miembro de ese departamento se sienten agredidas por tu franqueza.
- Pero... ¿Y la cortesía debida por años en la empresa? - El tono de voz de Irene había sonado arisco.
- En todo caso, Irene, - su voz sonaba segura y confiada tal cual se veía su rostro - sé que sabrás salvar la situación gracias a tu gran talento para la diplomacia. De todas formas, dado tu puesto como traductora en jefe todos los informes los entregarás a mí personalmente - enfatizó tocando su escritorio - así que de cualquier modo valoraré tu opinión personal.
- Eso me coloca en el ojo de la tormenta, Samuel, y tú lo sabes. Aparte de convertirme en el posible foco de "supuesto" favoritismo, que por otro lado es completamente cierto.
- Tú has visto el equipo, eres la única persona en él que tiene gran conocimiento del mercado tanto europeo como español. Irene, sólo necesito que formes a este equipo para que el día de mañana ellos mismos puedan desenvolverse en el mercado español como si fuesen un nativo.