Hacía dos días desde que Eric, o el pretendiente de la nota como lo llamaba Krestina, se había pasado por la cafetería por segunda vez... No era ese el problema, de hecho le había gustado conocer su sentido del humor un poco. El problema era que cada vez que abría el armario y veía la funda del vestido, le recordaba a él y su mirada al decirle que se vería muy bella en él.
Por si fuera poco, su tono de voz y sus palabras estaban como clavados en su memoria con fuerza... ¿Qué era lo que le atraía de él? No tenía ni idea, pero se sentía extraño todo lo relacionado con él... Como si nunca le hubiese sucedido a ella algo parecido.
Sin embargo, al mismo tiempo desconocía qué le sucedía en realidad. Cuando menos lo esperaba, recordaba alguna de sus palabras o alguno de sus gestos y sonreía. Mientras tanto su relación con Samuel iba tan bien como podía ser dado que estaba establecido que no pasarían de la primera base, véase manos entrelazadas y besos castos o no tan castos...
No habían habido aún más que besos en las mejillas además de citas llenas de bromas, recuerdos, intercambios de pensamientos e intensas miradas. Se sentía como si hubiera retrocedido en el tiempo en algunos instantes pero segundos después, regresaba de golpe al presente junto al maduro Samuel... Y entonces se veía invadida por el deseo de aprender del nuevo adulto que tenía enfrente de ella.
Esa curiosidad se adueñaba de ella como una ráfaga de aire nuevo que revolvía alrededor de su cuerpo, jugando con su corazón y sus sensaciones. Comenzaba a sentirse tentada con romper sus propias condiciones y entonces se hallaba entre la espada y la pared. No dejaba de plantearse qué había fallado en el pasado...
La vida de Irene se había tornado una curiosa monotonía en menos de dos meses. Desde la última visita de Eric a la cafetería, no paraba de pensar durante sus turnos acerca del intrigante asiático que quería que le hablase en español. Mientras en la oficina no paraba de pensar en los momentos que había pasado con Samuel fuera de ella.
La primera cita había sido cómoda y fantástica en aquel dinner ya conocido. Había resultado algo así como una recreación de sus citas antes de que ella sintiera que su lejanía era irremediable. La había disfrutado enormemente, igual que si dicha cita hubiese sido con una nueva pareja.
La segunda cita había sido el fin de semana después de que Eric reapareciese en la cafetería. Esta vez Samuel la había recogido en su apartamento antes del mediodía y había conducido hasta un restaurante en una hacienda histórica de Union City. Era la primera vez que él la llevaba allí y le pareció un romántico detalle.
Samuel vestía ese día un pantalón vaquero negro que le hacía más alto aparentemente, zapatos de piel serios y una americana azul marino ceñida que realzaba su buena forma. Llevaba la camisa blanca con el último botón del cuello abierto, mostrando su piel ligeramente morena en comparación con la de ella. Al verlo salir del automóvil para abrirle la puerta del copiloto, ella se quedó sin aliento.
Al acercarse, percibió su colonia de menta y espliego. Su mente voló a sus muchas noches juntos años atrás, ella rodeada por su aroma y envuelta en sus brazos y sábanas. El recuerdo le arrancó una sonrisa y no pudo evitar morderse el labio inferior cuando él la abrazó antes de ayudarla a subir sin golpearse la cabeza.
Él la sonrió de un modo brillante y atractivo que le hizo sentir un cosquilleo en la espalda... Se sentó en el asiento y esperó a que él montara para preguntarle nada. Le vio apresurarse por delante del automóvil, sentarse y atarse antes de arrancar el motor.
- Estás preciosa, Irene - le dijo él guiñándole el ojo y sonriendo de lado nada más desaparcar.
- Tú estás muy atractivo hoy, Sam.
- Lo he notado, - ella fijó su mirada en su perfil con los ojos aún más abiertos por la sorpresa.
- Antes de abrazarte, contenías el aliento y al hacerlo, has soltado el aire y suspirado... - ¡Oh, Dios mío! ¿Había hecho todo eso sin percatarse? Estaba demasiado centrada en cada uno de los gestos que él hacía.
- Soy demasiado obvia, lo siento. - Susurró sintiéndose estúpida.
- No lo eres tanto, Irene, no te culpes. Yo también contuve el aliento al verte, ese vestido. El azul siempre te ha quedado como un... ¿Cuál es la palabra? - Le preguntó con inusitada suavidad.
- Como un guante... - Le sonrió ella cohibida mirando sus manos sobre la tela del vestido, en su regazo. - Cuando dijiste que eligiera ropa cómoda pero formal, sólo pensé en escoger un vestido...
- Pues has escogido bien, me encantan esas flores azules sobre fondo blanco. Borran esa seriedad y profesionalidad de la que abusas en la oficina. - Ella rió bajito y observó con tono jocoso:
- Así que el jefe me está diciendo que voy vestida de un modo demasiado serio y profesional para el trabajo. Según usted, ¿qué debería vestir para la oficina? ¿Tal vez una blusa ceñida que deje ver mi figura hasta el mínimo detalle y una minifalda que convierta mis piernas en kilométricas? - Le consultó con grandes gestos de sus manos sobre su cuerpo para marcar sus palabras.
- No estaría mal verte así en la oficina, lo reconozco, - su tono era divertido - pero no me agradaría que el resto del personal masculino y mi propio socio te vieran así... - Él negó con la cabeza y su pelo engominado perdió algo de apariencia pétrea. Se lo alisó mientras me reconocía con tono tranquilo: - Ni se te ocurra presentarte así en la oficina o nada más verte, te ¿secruestaré? en mi oficina indefinidamente. - Ella negó con una sonrisa autocomplaciente.