Rompiendo Esquemas (fanfic Eric Nam) [contenido sensible]

XXV - La tan esperada visita

Tras aquella reunión pasaron dos semanas mundanas en las que, no sabía de qué modo, mantenía una serie intensa e intermitente de mensajería instantánea con Eric... Coincidió que Samuel tuvo varios eventos familiares en el fin de semana de la primera semana. La semana siguiente salieron al cine únicamente viendo Café Society de Woody Allen y cenando en un pequeño sitio hindú.

No soltaron su mano, ni Samuel dejó de besarla y ella se dejó llevar como le habían aconsejado sus amigas. Incluso él se ofreció a ayudarla a preparar la visita de sus padres a Atlanta la semana siguiente. Irene rechazó su oferta de primeras aunque no sin dejarle claro que en caso de ser necesario sería el primero en saberlo.

Así que allí estaba parada cerca de las salidas de embarque del aeropuerto en ese día de septiembre. Revisaba a cuantos pasajeros pasaban ante sus ojos en busca de dos rostros muy especiales y añorados. Habían anunciado la llegada del avión correspondiente hacía sólo medio minuto pero la emoción la embargaba.

Suficiente como para que su mente no entrara en razón y los buscara como loca. Tenía tantas ganas de verles que había pasado la semana con una sonrisa tan grande como su cara. Krestina había bromeado con que sus hoyuelos debían doler de tanto mostrarse... Había sido realmente divertido oírla quejarse de su buen humor.

Su móvil vibró en su bolsillo y vio que era un mensaje instantáneo de Eric en que le decía que al día siguiente llegaba... El viernes por la mañana estaba ya en Atlanta que si quería salir con él a algún lado. Ella le respondió que estaría ocupada todo el fin de semana con el trabajo y una visita pero le agradeció la oferta y le deseó que disfrutase de su familia.

Se quedó mirando fijamente a la pantalla del móvil inteligente como si él fuera a responder de inmediato... Y lo hizo, un simple "Okay, te veré en el trabajo" que hizo que Irene sonriera más calmada. A la mente le vino su imagen al abrazarle tras el viaje en coche desde Nueva York, parecía agotado pero muy calmado y juvenil... Se le veía feliz...

Una mano posándose en su hombro la sacó de su ensimismamiento de golpe:

- ¡Irene, mi niña, qué guapa estás! - La voz suave de su madre le hizo levantar la mirada de inmediato y sonreír.

Su madre era una mujer de apenas metro cincuenta y cinco de pelo castaño con tonos cobrizos y teñida de pelirroja. Sus ojos pardos eran más oscuros que los que la miraban en el espejo cada vez que se observaba. Ellos estaban enmarcados en un rostro redondo con rasgos suaves pero marcados como el mentón prominente y la nariz aguileña.

Era una mujer rellenita, con curvas marcadas y más bajita de cuerpo en un aspecto que recordaba a las grandes actrices de los años cincuenta en Hollywood. Vestía un pantalón ancho marrón junto a una blusa larga de color beige, unos botines de flecos del mismo tono y un abrigo de borreguito de un tono crema que le llegaba por las rodillas. Se la veía brillante de felicidad, como si hubiera estado deseando verla tanto como ella y era normal, aun discutiendo se echaban de menos.

- ¡Mamá, cada día estás más guapa! Un día va a parecer que yo soy la madre y no la hija, ¿verdad, papá? - Su padre sonrió y ambos la abrazaron juntos.

Su padre medía metro setenta y uno y era mucho más larguirucho que su madre lo que hacía de ellos una pareja curiosa y bien avenida. Su cabello ahora negro y con bastantes canas, antaño había sido rubio. De momento la alopecia no le había atacado en nada más que la zona de la nuca y eso hacía que Irene pensara que su pelo sería casi eterno.

Sus ojos color arcilla brillaban con clara felicidad y tranquilidad, había en ellos incluso un toque de alivio por poder verla en persona. Estaban enmarcados en un rostro ovalado de nariz enjuta y frente larga que le daban un aire sencillo a la par que nostálgico. Vestía aquel día un jersey de cuello redondo de color marrón, una camisa de rayas finas azules sobre fondo blanco, unos pantalones de pana beige y unos zapatos de cordones marrones. Irene no pudo evitar pensar que siempre parecía recién salido de casa si no fuera por ese delirante mechón de cabello que denominaban rebelde y que se le había levantado otra vez más.

- Si eso es así tendré que asegurarme de saber si tu madre no se habrá reencarnado en algún otra... Así que déjate de tonterías, pequeño ratoncito. - El uso de aquel apodo de cuando era niña le llenó de nostalgia y se apretó contra ellos.

- Os he echado de menos, no sabéis cuánto lo he hecho...

- Créeme, nosotros mucho más, Irene. Nunca es fácil saber que tu hija pequeña está en un país al otro lado del océano sin más apoyo que desconocidos.

- ¡Mamá! - Exageró Irene con intención de llamarle la intención.

- Sí, - dijo con tono cansado - ya sé que eres adulta pero siempre serás nuestra hija más pequeña. - Se separaron y se alejaron un poco para mirarla de arriba abajo.

- Aunque una mujer muy fuerte de la que estar muy orgulloso, Elena. - Le guiñó el ojo su padre y ella se rió de nuevo.

- Eso espero - miró las maletas, cogió la de su madre y preguntó: - ¿qué tal si nos vamos a casa? Seguro estaréis cansados del vuelo y ya no es hora de hacer nada especial. Prepararé la cena y dejaré que descanséis hasta mañana, como debe ser.

- Perfecto, pequeño ratoncito, porque veníamos comentando que estamos molidos de los incómodos asientos de turista. - Ella negó con la cabeza y le respondió:




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