[AVISO IMPORTANTE: En esta escena se habla de los temas delicados anteriormente mentados durante el transcurso de lo narrado hasta ahora, sí, sólo se mentan pero como ya he dicho no me gustaría que nadie saliese herido por lo que, como ya he dicho en otros capítulos, si continúas leyendo que sea bajo tu propia responsabilidad]
Dicen que la monotonía es aburrida pero eso es porque quien lo dice no sabe en verdad apreciar la felicidad que supone ser sorprendido por algún hecho inesperadamente perfecto... Irene veía en esa calma y en ese control la oportunidad de ser mucho más deslumbrada por las pequeñas buenas sorpresas que cada día podían tocar a la puerta de uno. En el control de su rutina en la cafetería ella veía la posibilidad de fijarse más en los pequeños detalles de cada cliente: sus gestos, sus emociones, su forma de expresarse y de ser o descubrir cómo su día estaba yendo...
Esas pequeñas sesiones de observación del mundo alrededor le hacían ver cuánto tenía en su vida, le recordaban cuán valiosa su vida era aun cuando sólo tenía cerca a sus amigas como apoyo... Irene había visto tantas historias comenzar y terminar entre aquellas cuatro paredes entre el delicioso olor a dulces y café por las mañanas y en las meriendas y a hamburguesas y emparedados varios en el almuerzo y las cenas... En aquel pequeño rincón del mundo, rodeados de otras personas, las mismas personas hacían algo tan sencillo y mágico como avanzar en sus vidas.
Avances que, en ocasiones, consistían en dejar ir aquellos sentimientos y personas que los ataban o en iniciar un nuevo camino juntos... Esos pasos suponían pasos en retroceso para coger carrerilla o grandes zancadas para alcanzar los verdaderos objetivos marcados solos o acompañados. Cada momento en aquel reconfortante local de paredes en tono crema y amarillo pastel y papel ligeramente floreado en un rincón, sillas y mesas de madera en color blanco de modelo romántico y una barra de madera en tono rojizo, más propia de un salón del Salvaje Oeste, era testigo mudo de cómo la vida avanzaba para todos.
Incluido para la propia Irene que se hallaba en un alto del camino, uno de esos que ayudan a valorar más la vida. Disfrutando de lo que ella le brindaba de la mano de dos hombres que lograban que con un solo mensaje en el móvil su corazón se agitara como el de una adolescente y que su sonrisa no dejara sus labios en horas sino días. Por si no fuera poco con ello, a veces, se descubría como una tonta esperando la respuesta a sus mensajes incapaz de resistirse a poner sus ojos en la pantalla oscura demasiado a menudo...
Lo que decía, que se había convertido en una completa adolescente sin el acné, ni los traumas de quiebra por falta de paga, los castigos, los traumas de vestuario... Pero con los terribles dolores de cabeza de las facturas y llegar a fin de mes, de la lucha hormonal, de la imposibilidad de compatibilizar horarios con los demás y de la supervivencia a ese terrible mal del mundo que valora más los objetos que las personas. La penosa lacra de la esclavitud de la nueva sociedad.
Una sociedad demasiado preocupada por la apariencia y muy poco por desarrollar el verdadero contenido frente a tanto esfuerzo por el continente... Irene trataba de evitar los prejuicios pero había algunos que los tenía tan interiorizados desde niña que le costaba no exteriorizarlos. En Atlanta había aprendido a eliminar algunos gracias a la gran multiculturalidad que podía ver a diario aunque había ganado muchos complejos propios en el camino.
Estaba meditando sobre ello mientras limpiaba varias mesas y se aseguraba de que no faltara nada para el servicio. Krestina le sonrió y se le acercó dejándole el periódico al lado de donde estaba una vez en la barra. Se lo abrió por una página y señaló hacia una pequeña nota de una columna lateral.
- ¿Lo has leído? - Le preguntó la rubia con sumo interés y ella lo observó con detenimiento.
- No lo había leído. - Irene negó con la cabeza, sin necesidad de hacerse la tonta pues su ignorancia era completa, y la miró inquisitiva.
- Sales con su hijo ¿y no sabías nada de que se estaba preparando una demanda contra su padre? Es imposible de todo punto. - Observó la encargada en apariencia indignada.
- No lo es, aquí pone que la demanda está bajo secreto de sumario así que Samuel no puede hablarme de nada de ello, ¿no crees? - Adujo ella con seriedad y la rubia asintió con el ceño fruncido.
- Cierto, y... ¿Crees que prospere? - Irene lo meditó un poco y asintió mirando la columna.
- Creo que Samuel puede lograr lo que se proponga, por muy fuerte que sea su padre. Además le conozco lo suficiente como para decir que no pelea jamás por causas injustas así que sí, creo que prosperará. Hay que ser muy fuerte y valiente para tratar de limpiar un apellido que está tan corrompido y sucio como el suyo y no dudo que Samuel es fuerte y valiente. - Krestina sonrió negando con la cabeza y de improviso la abrazó.
- Eres un amor, Irene, ¿lo sabes, verdad? - Se separó de ella con una sonrisa. - A Samuel le ha tocado la lotería contigo, - le guiñó el ojo con clara diversión - más le vale ser el caballero que te mereces. Si no se comporta, me avisas y yo le doy el rapapolvo más intenso que haya oído en su vida. - Irene se rió.
- Kres, deberías vivir el romance más por ti en lugar de hacerlo a través de mí y el resto de tus amigas... - Levantó una ceja y la miró con los ojos entrecerrados, ocurriéndosele una idea: - ¿Qué tal si prestas más atención a Jackson? - Los ojos verdes de la encargada se abrieron de golpe, medio asustados. - A mí no me engañas, Kres, siempre que os miráis hay un "qué se yo" entre vosotros... Llámalo "tensión sexual" o un "amor demasiado grande para ocultarlo" pero vosotros tenéis algo y más te vale asumirlo de una santa vez. - Irene vio cómo los ojos de la rubia brillaban de un modo vital, muy fugaz, antes de que bajara su mirada al suelo.