En su mente se repetía la imagen del rostro tranquilo y natural de Eric con esos bellos ojos caramelo, iluminados por la sorpresa y algo más oscuros de lo habitual, al alcanzar la manija de su puerta sobre ella y abrirla para ella justo antes de besarle la mejilla y desearle las buenas noches. No sabía si ella estaba exagerando al sentirse tan atemorizada por la intensa corriente de deseo y el calor intensificado en sus mejillas que aquel roce de labios tan leve había causado en ella. Cada vez que cerraba los ojos en su cama tratando de dormir la veía ahí como si la estuviera reviviendo en bucle.
Incluso a sus narices llegaba el aroma provienente de su cuello a romero y eucalipto, junto con su olor personal, que había percibido al hundir su cara en su hombro… Era como si sus sentidos estuvieran agudizados al recordarlo allí tumbada en su cama, se giró para ponerse de cara al techo y suspiró tratando de vaciar su cabeza pero fue imposible. Apretó los párpados de nuevo y lo intentó de nuevo pensando en el relajante sonido del mar pero a pesar de recordarlo no estaba lo suficiente alto como para silenciar sus conversaciones internas.
Diálogos que criticaban ese pánico escénico del que parecía haber sido presa contra otros que dilucidaban que era lo más correcto que podía haber hecho dado que en ese mismo momento no estaba segura ni de su nombre en el carnet de identidad. Pamplinas que sólo renosaban en su cabeza obligándola a retrasar su sueño no minutos, sino horas, horas en que el momento se repetía en ella con diversas acciones y pensamientos inconclusos acerca de cómo podía besar Eric. Besos, besos o besos…
¿Sería rápido o lento? ¿Sería dulce o posesivo? ¿Saborearía su boca o arrasaría con ella? ¿A qué sabrían sus besos a romero, a eucalipto o a ninguno de los dos? ¿Guiaría él o la dejaría tomar el mando? ¿La envolvería en su abrazo como acostumbraba a hacer o por el contrario solo la atraería hacia él tomándola por la nuca? ¿Le susurraría palabras sobre los labios o la haría reír con cualquier tontería poco después de haberla besado para mantener su faceta Peter Pan?
¿Fijaría su mirada insistente sobre sus labios como si no los hubiera catado segundos antes o solo la miraría expresando todo con sus ojos? ¿Acariciaría sus labios con sus dedos o dejaría a sus dedos perderse en su cabello? ¿Se levantarían sus pies del suelo al ser besada por él o por el contrario la tierra temblaría bajo ellos? ¿Se compararía a cualquiera de los besos que había recibido y dado en su vida? Para esa cuestión tenía respuesta sencilla y racional: no, cada hombre al que había besado había sido diferente por diversas causas que no iba a explicar porque no venían a cuento.
Lo que sí podía reconocerse a sí misma era que solo una vez en la vida le había pasado que el mundo desapareciera a su alrededor al estar con un hombre… No era con Samuel, no había sido con Fran su novio a los quince y si podía culparse de algo no era de haber sentido que nada más que ellos existiera sino de haber tardado en comprender que las hormonas en la adolescencia eran enrevesadas y con amor por medio mucho más. Pero bueno, ese aprendizaje era el resultado de locuras varias más propias de dos adolescentes con ganas de comerse el mundo.
Ahora ya no era una adolescente hormonal como entonces aunque al tener a Samuel cerca notara a todos sus estrógenos trabajar en pos de un solo objetivo. No, hacía al menos unos años que había logrado controlarlas y ya sus deseos no dominaban sus acciones aunque de ser sincera las reacciones físicas que sentía con Eric iban más allá de simples hormonas funcionando. Pero ello solo se había visto reflejado en pequeños y estúpidos impulsos como aquel beso en la mejilla o sus ojos dirigiéndose a sus labios demasiadas veces, ¿no?
Y otra vez su mente volvía al punto de partida demostrando que ése debía ser el tema principal de la semana, cual revista de salseo repitiendo una y otra vez la noticia sobre una nueva relación entre famosetes… Irene se palpó las mejillas sintiéndolas ardiendo bajo sus dedos y suspiró, quizá no era una adolescente pero como no se dejara llevar por sus impulsos pronto retornaría a esa etapa de su vida derechita. Lo haría con un absurdo calentón, los estrógenos y la progesterona al máximo y la irrefutable orden de su amiga Katherina resonando en su cabeza.
¿Era el hecho de que él le hiciera olvidarse del mundo una verdadera razón para temer dejarse llevar por la magnitud de lo que sintiera? ¿Pensaba ahora ponerse como una mentecata a escapar de sus sentimientos solo porque le aterraba la intensidad que él provocaba? ¿Podía ser posible en realidad que aquellas reacciones físicas desembocaran en algo más que simple anticipación y deseo irracional? No lo sabía, conocía solo cómo había resultado con Fran pero Francisco era muy distinto del hombre que era Eric.
Por no hablar del hecho de que entonces Irene estaba formándose y, en cambio, en ese momento estaba perdida en sí misma buscando volver a sentirse ella misma. Desandar los pasos que ella misma se obligó a andar para alcanzar una meta inalcanzable, más incluso que la escalada al Annapurna, agradar a una mujer que ni siquiera se agradaba a sí misma. Ahora no estaba formándose, estaba reformándose de haberse marchitado ella misma para encajar en un molde que no era ella.
Estaba luchando contra su propio instinto de supervivencia para ser ella misma… “Con él siempre eres tú misma, te sentirías cómoda a su alrededor incluso vestida con un saco de patatas” cruzó su mente como un rayo, “por eso te incomodaba su atención al principio…” Volvieron a señalar sus neuronas como si de un rompecabezas se tratara, ella consintió en que decían la verdad. Era cierto, tan cierto como que desde el instante en que sus ojos se cruzaron con los de él tuvo la sensación de que se conocían.