Rompiendo Esquemas (fanfic Eric Nam) [contenido sensible]

LI - Para perder la cordura [D]

Regresó a aquel día de mayo en el que llevaba semanas desbordada por la presión ejercida por su venenosa madre y sus visitas. Había despertado inestable, sentía que se iba a quebrar nada más alguien le dirigiese la palabra; por eso se mantuvo en las conversaciones básicas en la empresa en que trabajaba. Tenía sobre la mesa desde la semana pasada una entrevista con una editorial, lejos de la influencia de él y cuanto más lo pensaba, mejor creía que era esa opción frente a quedarse.

Llevaba ya un mes barajando irse, había dejado de sentirse a gusto entre sus compañeros, los que no la ignoraban se limitaban a la mínima interacción. Al final sólo la recepcionista del edificio y los limpiadores le trataban y sonreían, no le gustaba el ambiente desde que la mujer había metido las zarpas para herirla. Y por si no tuviera suficiente con aquello, la visitaba más veces de las necesarias para que cogiese el dinero y se largase a España.

Nunca lo hubiera hecho pero la idea se le atragantaba mucho más al temerse que si lo cogía, su suegra la denunciaría por desfalco sin importarle el daño que pudiera ocasionarle. Ella era capaz de cualquier cosa por cumplir sus objetivos, lo veía en sus ojos y no estaba dispuesta a darle ese beneficio por nada del mundo. No necesitaba dinero, de hecho lo que menos le había importado de su relación con su hijo había sido su capital…

Había priorizado su bienestar, el de ambos; amaba a Samuel lo suficiente como para querer ser su pilar tanto cuando le viera caer, como cuando se sostenía solo. Él le había enseñado que no todo era sencillo en su status y le había dado el empujón necesario para salir de su zona de confort. Le era imposible no soñar con él cada noche, no obstante, los sueños se estaban tornando lúgubres e inquietos cuanto más la buscaba esa arpía.

Ni siquiera su pequeño apartamento, que tanta felicidad le había aportado allá por finales de febrero, estaba limpio del veneno que rezumaba a cada paso de la pretenciosa modelo. Kath y Dulce estaban preocupadas de que en solo dos meses hubiera perdido la sonrisa diaria; Estefi no lo mencionaba pero en sus ojos verdosos se entreveía la silenciosa acusación. Las había conocido allá por febrero cuando buscaba ingredientes algo más familiares que los estadounidenses de los supermercados, en los que no paraba de ver azúcares añadidos; y se sentía como si la conociesen de toda la vida.

En realidad, se había presentado con Kath que tenía tres años más que ella y había sido la chicana quien la había introducido en el grupo en un viernes de tequila, el primero de muchos. Había sido inevitable quererlas, eran una fuerza de la naturaleza juntas y revolucionaban los corazones a su paso. Por entonces, su relación con Samuel iba muy bien: se veían dos veces a la semana en la calle y podían pasar escondidos  en uno u otro hogar dos o tres días más sin descuidar sus obligaciones en el exterior, por supuesto.

Recordaba cómo le gustaba recibirlo en su pequeño despacho en la empresa cuando él había acabado las clases en la universidad o cómo le iba a buscar a su despacho cuando estaba de prácticas en una financiera. Muchas veces se iban a comer algo y después él se sentaba a finalizar sus tareas de la universidad mientras ella leía o se ocupaba en repasar su gramática de francés porque acababa de toparse con Marguerite en la cafetería en la que hacía el descanso del trabajo y desayunaba los domingos.

Aprovechaban cada mínimo segundo para estar juntos y lo adoraba, tal cuál lo habían hecho en España. Sólo había existido un problema, su madre que había comenzado no solo a presionarle a él con que debía tomar las riendas de la empresa familiar en el futuro, sino a ella con su creencia de que ella estaba allí por su dinero. Daba igual lo que dijese, Isobel la tenía clasificada y no desistiría en echárselo en cara en todo momento.

Y a eso había que unirle que en el último mes Samuel había estado más agobiado con el avance del trabajo de fin de grado, alejándose de ella y compartiendo solo escasas visitas semanales cuando más había. No podía culparle y no lo hacía, le comprendía porque había pasado por esa situación el año anterior pero el mundo había comenzado a caérsele encima. Ya ni en su pequeño refugio podía respirar con tranquilidad, se sentía ahogada en todos lados a excepción de esos pocos momentos en que estaba con sus amigas, en la cafetería hablando con la encargada o su amiga canadiense.

Estaba realmente cansada, apenas había tenido dos horas de sueño durante aquel periodo de tiempo y la idea de dejarle –que antes se le hacía remota e impensablele rondaba a cada segundo del no descanso. Se sentía atosigada por su propia mente y todos los pensamientos lóbregos que la acuciaban como si de repente el Sol se hubiera apagado en su mundo. La gota que colmó el vaso fue el paseo que Isobel se había dado por su empresa el día anterior.

Tras aquel nuevo acoso, había comenzado a escribir su primera carta de renuncia y se había preparado mentalmente para no recibir ninguna referencia en su currículo de su primer trabajo. No era algo bueno, todo el mundo como empleado por cuenta ajena deseaba tener una referencia grata de su primer choque con el mundo laboral tanto para que los siguientes vieran su esfuerzo como para poder sentirse agradecido por la oportunidad otorgada a uno como recién graduado. No sería su caso.

Irene ni siquiera la incluyó en su currículo y apenas hizo mención de su anterior contrato en la editorial a excepción de una vez en la entrevista para exponer que tenía interés en establecerse en Atlanta sin importar su situación personal. Como ya se había planteado el mes anterior cambiar el trabajo y el puesto aún seguía vacante sólo tuvo que confirmar su intención de unirse a su equipo de modo inmediato, nada más realizó la llamada a primera hora. Sólo restaba informarle a Samuel y en eso se afanó.




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