Rompiendo las olas

Capítulo 5

Era la hora de la cena en el hostal, la casa estaba hecha un alboroto. Teníamos todas las habitaciones ocupadas, turistas de varias partes del mundo nos acompañaban, y tenía la sensación de que nos encontrábamos en medio de una reunión de la ONU, lo que con gritos por todas partes. La mesa era grande, con una capacidad máxima para dieciséis personas e incluso así, no alcanzaban los asientos. Darel y yo quedamos fuera por completo. Terminamos sentados en dos de las butacas altas de la isla del comedor esperando a que mi madre sirviera su maravilloso plato estrella.

—¿P-P-Por qué no llevas puesto mi regalo? —la pregunta de mi amigo me tomó por sorpresa. No recordaba dónde había dejado el colgante. Con el ajetreo de esa tarde por el señor Don Estirado se me debía de haber perdido entre sus cosas. Bueno, después de todo no pensaba ponérmelo, pero eso Darel no lo sabía.

—Lo olvidé. —mentí descaradamente apartando la mirada de sus ojos.

—¿N-N-No te gustó? —sus palabras salieron con cierto temor de sus labios. Frunció el ceño y me observó con detenimiento tratando de entender mi comportamiento. Estaba algo avergonzada. «Un regalo es un regalo, venga de donde venga.» No debía despreciarlo de esa forma. Mi corazón comenzó a latir desesperadamente. «¿Ahora qué hago?»

—Solo falta uno de nuestros huéspedes. Nadel, cariño, ¿puedes avisarle al señor Kart que ya es la hora de cenar? —Antes de que terminara mi madre la frase ya yo estaba subiendo los escalones para evitar contestar la pregunta de Darel. Eso tenía que ser una señal, debía encontrar ese colgante fuera como fuera.

Toqué la puerta de la habitación del biólogo con desesperación. —Oye, es hora de la cena. —seguí tocando, pero nadie contestó. —¿Señor Yoisel Kart? ¿Está ahí? Mira que esta vez prometo que no le romperé nada. —Comprobé si la habitación estaba cerrada con llave, y me sorprendió descubrir que no. Entré sin pensar dos veces en las consecuencias de mis actos. El tal Yoiselestaba tumbado en la cama leyendo un libro, tenía el cabello alborotado, las piernas cruzadas y vestía una camiseta de manga corta que no deja nada a la imaginación. «Lindos bíceps»

—¿Qué haces aquí, Darel? —Me dedicó una mirada asesina que casi hace que me marche corriendo. «Que mal humor tiene este hombre.»

—Tres cosas. Primero, soy Narel, Darel es el otro, los nuevos siempre confunden los nombres. Segundo, que conste que toqué la puerta varias veces, por eso entré, y tercero y no menos importante ¿Por qué coño no contestabas? —me llevé las manos a la cintura, e inspeccioné la suite alarmada.

—Tenía la esperanza de que te cansaras y te fueras. —gruñó molesto.

—¡Madre mía! ¿Pero qué le has hecho a la habitación? —Tenía un montón de esqueletos de peces por todos lados, una pizarra gigante, un microscopio, y un mapa de la isla colgado en la pared. «Lleva solo unas pocas horas aquí y ya destruyó la suite. ¡Con lo linda que era antes! »

—Son las cosas que necesito para trabajar. —Se levantó de la cama y pude ver el chándal de color gris que acompañaba su atuendo. Dejó el libro en la mesita de noche y se acercó a mí. —Ya puedes marcharte antes de que rompas algo.

—No, espera. Necesito preguntarte una cosa. —me anticipé a detenerlo para que no me sacara completamente de su habitación.

—Sí, tengo novia. —«¿Qué dice?»

—No era eso lo que te quería preguntar. —puse los ojos en blanco. —¿Por casualidad encontraste algún colgante en forma de concha de mar entre tus pertenencias?

—No. Vete. —Intentó cerrar la puerta, pero me escabullí por debajo de su brazo para entrar de nuevo en la suite.

—¿Puedo revisar? Será solo un momento.

—No.

—Venga, ya vi tus calzones, no hay nada de que avergonzarse. Yo tengo una camiseta de Stars Wars, no he visto las películas, pero el logo es bonito. —Le confesé y su cara de enojo no cambió.

—Nadel, ¿puedes irte? —No lo conocía, pero por la vena en su frente debía deducir que estaba a punto de perder la paciencia. Habíamos empezado con mal pie. Yo estaba enojada y él también. Pero en ese momento realmente necesitaba encontrar ese colgante, por ello analicé que siendo amable con él era la única forma en la que podríamos tener una conversación cordial.

—¿No vas a cenar?

—No tengo hambre. —Señaló la puerta nuevamente.

—Yoisel. Es un nombre nativo ¿no? ¿Qué significa? —Ignoré todas sus mañas mientras que él soltó un frustrado y ahogado suspiro.
—No, se lo inventó alguien. — Suspiró con cierta molestia para luego decir — Significa hombre protector, trabajador y alma silenciosa. —susurró.

—¿Protector? —Considerando que tenía un montón de esqueletos de peces en su habitación el nombre no le pegaba mucho. —Te falta actitud. —logré que se le escapara una carcajada, y lo vi disimularla con una tos.

—Si encuentro algún colgante te lo daré. Ahora, ¿puedes irte? —Volvió su cara de enojo.

—Me voy, pero que sepas que te perderás las costillas con salsa barbecue que hace mi madre.

Esperaba que Darel no volviera a preguntarme por su regalo, por lo menos no hasta que lo encontrara. Le informé a todos en el salón que nuestro aburrido huésped no tenía hambre, y compartí espacio con mi padre sentándome cerca de su silla de ruedas.


 

Lo admiraba, era la persona más valiente que había conocido en mi vida. Sobrevivir a un ataque como el suyo fue un milagro, y nosotros bien lo sabíamos. Por eso, lejos de deprimirse o llorar por las esquinas como otras personas en su condición harían, papá agradecía cada día por estar vivo. Aunque sus sueños, propósitos, y metas habían cambiado, su alma pura y bondadosa seguía intacta. Creo que el yoga lo ayudó a encontrarse a sí mismo, a estar preparado mentalmente para cualquier prueba que tendría que superar en su vida. Somos de vivir el momento, de esquivar obstáculos, de enfrentarnos al mundo y de buscar libertad. Ganar la competencia de Axal era la puerta a un mejor estilo de vida para mi padre, era lo más parecido al pasado que podíamos ofrecerle, y cada segundo que pasaba estaba más convencida de que podíamos hacerlo.




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