Fernando Belmont.
Cuando finalmente había conciliado el sueño, fui interrumpido por una mano insistente sobre mis hombros. La alcé sigilosamente; una vista borrosa, además de una extenuante luz blanca, lastimó mis ojos. Una silueta femenina estaba siendo enfocada poco a poco.
—¡Despierta!—mencionó una voz familiar—¡Fernando Torres Belmont!
Melissa ¡Oh, no! Estaba enojada.
Me froté los ojos, parpadeé unas cuantas veces hasta recuperar mi vista. Estaba en el salón de clases, voltee a ver a todos lados y no había nadie más que nosotros dos.
—¿Dónde están todos?—pregunté con voz ronca debido al sueño.
—¿Dónde crees?—preguntó obvia—La clase terminó, campeón. Te quedaste dormido.
Agarró mi mochila mientras me paraba de mi asiento. Caminamos por todo el salón hasta la salida del mismo. Me devolvió mi mochila. Al estar en el tercer piso, bajamos por las escaleras para salir del edificio de idiomas.
—¿Crees que el profesor se dio cuenta?—negó.
—Por suerte, fue el primero en salir. —contestó—No entiendo cómo es que sigues en ese trabajo teniendo tu barbería.
—Ya te dije, es para…
—... No encontrarte con tu mamá, lo sé—completó con obviedad—. De verdad, insisto en que hables con ella. No has hecho lo que te dije, ¿verdad?
Poner límites.
—¿A qué horas? La semana pasada me tocó turno nocturno y en la tarde fui a capacitar al nuevo barbero.
—¿Tan siquiera duermes?
Sonreí, rodeé sus hombros con mi brazo, la otra mano la tenía metida en el bolsillo delantero de mis jeans.
—Tranquila, enana. Solamente fue una semana.
—Son los últimos días del semestre, Fernando. ¡Vas a reprobar!
Me detuve enfrente de ella. Molesta, me miró de arriba a abajo cruzándose de brazos.
—¿Con quién crees que estás? Fernando, un dios, emprendedor y dueño de su propio tiempo.
Me miró amenazante.
—Un Dios que llena sus vacíos emocionales con trabajo, dejando de lado lo importante, ¡LA ESCUELA!
Noah Arredondo.
Al llegar a la habitación del hotel, me di cuenta de que no solamente había sido una de las mejores noches en mucho tiempo, sino también lo mucho que me iba a doler el momento en que me tuviera que marchar. No por el lugar, sino por la persona. Amaba a Leslie más que a nada en este mundo, pero no era capaz de dejar toda mi vida por ella. Sabía que ella me apoyaría, tomase la decisión que fuera, pero no sabía si yo me apoyaría.
Pensar en dejarlo todo para venirme acá estuvo rondando por mi cabeza durante mucho tiempo, pero al estar con ella me di cuenta de lo bien que me sentía aquí. Sabía que los procesos de migración eran más factibles aquí que en Estados Unidos. Sin embargo, había algo que me detenía: mi sueño. Tal vez podría empezar de cero, establecerme en una empresa como lo hice en México, pero amaba mi país, mi familia, mis amigos. En fin, todo.
Conocía la valentía que me caracterizaba, pero no estaba seguro en dejarlo todo por la mujer que amaba. ¿Dejarla? No lo sabía. Únicamente deseaba dejarme llevar, disfrutar cada uno de los momentos que la vida me permitía compartir a su lado. Aún éramos jóvenes y no podía atarme a ella, así que no podía apresurarme a algo que todavía no estaba seguro de si era lo correcto o no.
Estaba consciente de mis palabras. Le prometí casarme con ella porque estaba convencido de todo el amor que sentía por ella, el rumbo que había tomado nuestra relación después de todos los obstáculos, pero había uno que no me dejaba dormir: la distancia.
—Sabes que te amo, —dijo entre lágrimas agarrando mis mejillas con ambas manos a centímetros de distancia—pero no quiero atarte a una relación que no sé si funcionará.
Agarré sus manos sobre mis mejillas sin intención de quitarlas.
—Leslie, hemos pasado por muchas cosas. Esto es un obstáculo más.
—Pero no sé si volveré.