Rompiendo Paradigmas

15: Recuerdos del Pasado

Leslie Belmont. 

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Volteé a verla. Me miró seria, aunque podía notar que internamente deseaba todo menos reconciliarse. Tragó saliva. Mi tío se encorvó. 

—El hecho de que me vaya no significa que abandone a mi familia. Además, me hubiera gustado que si tenías algo personal conmigo me lo hubieras dicho. Digo, tienes mi número, mi correo… No entiendo por qué ese afán de hablar mal de mí con mi hermano cuando ambas somos adultas y podemos resolverlo cara a cara.  

Se quedó callada. La miré fijamente, tratando de ser lo más respetuosa posible sin perder el estribo. 

—Te voy a decir lo que le dije a tu hermano. Es un tema de adultos, y si no les decimos nada es para no hacerlos sufrir, pero creo que contigo sí podemos hablar las cosas crudas y como son. 

Me contestó desafiante después de permanecer callada durante varios segundos. Asentí encorvándome y acomodándome en el sillón. Alexia suspiró.

—Pero no has respondido a mi pregunta. ¿Por qué hablaste mal de mí a mis espaldas? 

—No lo hice con mala intención. A Fernando solamente le dije que me preocupaba que tomaras una mala decisión. Tenías toda una vida aquí como para que la desperdiciaras en un trabajo de menor categoría allá. 

—¿Y eso qué? Allá gano más en un empleo de “menor categoría” que aquí siendo licenciada. Además, ¿en qué te afecta? No te estoy pidiendo dinero. 

—Tampoco es para que me hables así. Estoy aquí porque me interesa que ya no existan conflictos entre nosotros. 

—Entonces tía, ayúdame a entenderte. ¿Cómo es que te preocupan mis decisiones y jamás te preocupó tu madre? —calmé más el tono de mi voz. 

Ok. Podía haber cruzado la línea al hablarle hostil, pero no podía permitir que se sintiera con el derecho de opinar sobre mi vida por simple chisme. 

—Perdóname. Serás mi sobrina y todo, pero no puedes opinar si nada más sabes lo que hay por fuera sin siquiera averiguar el contexto. 

—Tienes razón. No voy a suponer nada. Hablaremos de lo que yo vi con mis propios ojos, como por ejemplo el día que saquearon la casa de la abuela, repartiéndose todos sus muebles, buscando los papeles cuando no tenía ni una semana de muerta.

Ella, al igual que Rodrigo, comenzaron a defender sus puntos de vista. Las cosas comenzaron a subir un poco de tono. Aun así, no podía evitar alejar mis pensamientos de aquel recuerdo. Nos habíamos reunido para el velorio. Todos nos encontrábamos en la iglesia. Unos llorando, otros escuchando. Mi tío Rodrigo cargaba las cenizas toda la ceremonia hasta que llegó el momento de llevarlas a donde el sacerdote lo indicó. Cuando salimos en dirección a la casa, llegaron personas a dar el pésame. En el proceso, Alexia y sus hijos andaban siguiendo a mi mamá, quien conversaba con uno de sus primos sobre la situación que pasó en el hospital. 

Mamá la había llevado al hospital a petición de la abuela porque ya no aguantaba permanecer en casa de Alexia. Por más que mi mamá le decía que la llevara a casa, ella insistió en ser llevada al hospital. Aquella vez, papá se encontraba hospitalizado debido al COVID-19, mientras que nosotros nos resguardamos en casa igual de infectados que él. Toda la familia se enfermó debido a un descuido del tío Rodrigo. A pesar de eso, nadie le echó en cara nada por temor a que se sintiera culpable.  

Por esa razón, mamá fue la única que pudo llevar a la abuela al hospital. Sin embargo, los tres días que permaneció allá, lo único que lograron fue dejarla devastada, cansada y con la única noticia de que tenía que quedarse porque la abuela era sospechosa a COVID. Cuando mamá regresó esperando ser relevada por su cuñada, la esposa de mi tío Rodrigo se enteró de que llegó horas después, dejando a la abuela sola por mucho tiempo. La mañana siguiente, mamá recibió la noticia de que había fallecido. 

—¡Yo le dije que me la llevara! ¡Le pedí que se viniera conmigo! ¡Que yo la cuidaría! ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?—expresó desesperada. 

Mamá se había desvanecido en el piso de su habitación. Tanto mis hermanos como yo, nos unimos al abrazo, aunque permanecimos en shock e impactados sin poder creer lo que estaba pasando. Sabíamos que aquel momento llegaría, pero no tan pronto y mucho menos a una persona tan cercana a nosotros.

—¡Lo intenté! ¡Juro que lo intenté! Tus tíos me dijeron que no podían. Ellos…

Habló desesperada. Después de unos minutos suspiró para pararse con nuestra ayuda. Fue ahí cuando se cambió de ropa. 

—Voy a ir al hospital. Así sirve que paso a ver a su padre. 

Nunca habíamos estado solos tantos días. Si no se encontraba mamá, era papá. Pero teniendo a papá hospitalizado y a mamá con lo de la abuela, entró en mí una preocupación tan grande que tuve que encerrarme para que mis hermanos no me vieran llorar. Perder a mis papás era lo peor que podía pasar y cuyo pensamiento no dejaba de atormentarme en todo ese tiempo.




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