El calor era intenso y pegajoso, las calles se veían vacías, como muertas a esa hora de la tarde, el único sonido que que se dejaba oír, era el mio propio al caminar a toda la velocidad que podía. Había retrasado la salida de casa, hasta el punto en que se me hizo tarde para llegar a mi primera clase del segundo año de Licenciatura en psicología. Pero no era llegar tarde lo único que me preocupaba, hacía varios días que experimentaba una desagradable sensación persecutoria que no tenia idea de donde había surgido ni porqué. Me giré, nadie me seguía. Como siempre. respiré, como si en verdad hubiese logrado perder a alguien en el camino hacia la facultad. Aún así esa molestia no se alejaba de mí. Busqué centrar mi mente en otra cosa, en algo que borrara aunque sea por unos minutos el miedo que se apoderaba de todo mi ser. Rebusqué y recordé, por un momento, la última clase en el diciembre pasado, justamente el 24, día de noche buena, casi había salido disparada por la puerta junto con mis amigas a terminar de coordinar nuestro plan de salida para esa noche. Se me tornaba casi insoportable pensar que ya se me había terminado el verano. Eso sí, solo a mí, porque corría el 1 de febrero. Mi familia se había quedado en la playa disfrutando del mar y las tardes de diversión, mientras yo me cocinaba al sol, debajo de mis enormes lentes y mi gorra antiinsolación para asistir a esa fatídica clase que, no dudaba, sería muy aburrida.
Cuando por fin llegué al centro de la ciudad, me insunflé más fuerzas para seguir caminando por tres motivos: el primero ya no me encontraba tan lejos de la facultad, el segundo, el kiosco de Paúl me quedaba a tan solo dos cuadras, allí me compraría una botella de agua y cuatro alfajores de chocolate, y el tercero que por las calles ya había mas gente, y el miedo a que alguien me estuviese siguiendo desaparecía casi por completo. Miré mi reloj pulsera, marcaba las 15:50, aún me quedaban diez minutos y seis cuadras por recorrer, según mis cálculos el tiempo me iba a alcanzar muy bien.
En cuanto hube retomado el camino hacia la facultad, mientras tomaba agua, que por cierto estaba deliciosa, distinguí a no más de una cuadra a Morena, una de mis amigas y compañeras de facultad. Estaba parada en la esquina y me levantaba el brazo en señal de saludo. Le respondí de la misma manera, mientras pensaba en todo el tiempo que hacia que no la veía, ella había decidido tomar sus vacaciones en Brasil, junto con sus padres, mientras que yo al igual que Mia y Magdalena, mis otras amigas, solo habíamos pasado nuestras vacaciones en la villa balnearia que se hallaba a menos de cien kilómetros de distancia de la ciudad. Nos saludamos con un efusivo abrazo, y continuamos transitando entre cotorreos atropellados nuestras dos últimas cuadras. Antes de llegar a la facultad, miré instintivamente hacia atrás. Nadie nos seguía. Ya no sentía miedo.
Cuando llegamos Mia ya estaba allí. A ella hacia tan solo una semana que no la veía porque había estado viviendo conmigo unos veinte días en la playa. Magdalena no tardó en llegar. Entre comentarios subimos todas juntas las escaleras e ingresamos en la clase. Algunos de nuestros compañeros ya estaban allí, aún no había comenzado la cátedra. Nos ubicamos entre pupitres cercanos y seguimos unos minutos más parloteando a todo dar, tratando de resumir el verano en pocas frases.
El profesor no tardó mucho más en llegar. Era un hombre bastante alto y corpulento, con un maravilloso bronceado y una sonrisa impecable, parecía muy feliz de estar parado frente a nosotros que con cara de póker lo mirábamos aburridos.
-¡Buenas tardes señores! –saludó muy cortésmente. Se notaba a la legua que era un hombre de lo más enérgico. Mala suerte la nuestra –Soy Jorge Irazabal, licenciado en Psicología, y les voy a dictar las clases de Neuropsicología. Hoy por ser el primer día no van a necesitar el material correspondiente, pero sería de vital importancia que lo tuviesen para la próxima clase –hizo una pausa y nos miró satisfecho-. Si me disculpan voy a constatar mis apuntes para comenzar. No me tardo.
Enseguida giré mi posición para hacerles saber a mis compañeras lo irritada que estaba por tener que abandonar mis vacaciones para asistir a esa clase.
- ¡No dijo ni tres cosas y ya me cae mal! –me quejé es susurros –¡Me aburren los tipos tan catedráticos! –hice un mohín forzado. Tampoco es que me cayera tan mal. Solo estaba irritada.
- ¡Y prepárate para lo que viene! -se adelantó Morena -Tiene pinta de ser hincha.
- ¡Ni hablar! - afirmó Magdalena con un mohín de disgusto.
Mia solo sonrío con malicia.
- ¡Hay chicas que mala onda! ¡Pobre tipo! –dijo fingiendo compasión, mientras se reía.
- ¡Mírala a esta! -dijo Morena sobreactuando una cara de desprecio muy cómica -¡Ahora se las da de estudiosa!
- ¡Obvio, siempre estudie más que ustedes! –se defendió sonriendo de nuevo.
- ¡Te voy a cachetear a vos eh! -amenazó Morena entre risas.