Marshall estaba cansado.
Y también hambriento, muy hambriento.
Tanto, que el león en su interior estaba comenzando a ver a Gala como un bocado apetecible. Y eso era el peor error que alguna vez podría llegar a cometer. La enfermera no era comestible, de ninguna forma, sobre todo porque había un gran cartel en ella que decía: aléjate si quieres seguir con vida.
Y eso era en parte gracias a Alexander.
El león bufó en su mente, frustrado. No lo malinterpreten, amaba al hombre que le daba de comer de una forma en que un hombre amaba a un amigo, de una manera en que un orgulloso macho cambiante león podría amar a un compañero de coalición, pero Alexander se las había ingeniado para cabrearle, y mucho.
Y no era porque hubiera tomado a la feroz y curvilínea enfermera para sí solo, arruinando así el espectáculo que había sido el entretenimiento favorito para los miembros de la coalición durante meses. No, él jamás podría tomar eso como algo para alimentar su enojo, en realidad se sentía feliz por esos dos.
Porque el cocinero y la enfermera habían jugado al gato y al ratón durante tanto tiempo que la persecución sería una buena anécdota cuando los cachorros crecieran lo suficiente para comenzar a preguntar sobre relaciones. Alexander había jugado todas las fichas en su arsenal, y Gala lo hizo comer polvo.
Literalmente.
Hasta que viejos conocidos de ella los raptaron y los llevaron al norte de Canadá, Alexander se enfrió las bolas ahí, y regresó felizmente emparejado con una mujer que por primera vez e mostró abiertamente a la coalición.
Y con eso se refería a abrirse sinceramente y mostrarse por primera vez transformada frente a los demás.
¡Era una osa polar!
Marshall no lo podía creer, incluso ahora mientras estaba luchando contra su propio animal, sentado en una de las camillas de la enfermería y siguiendo la llana y demandante orden de una mujer que sería la pesadilla de cualquier hombre si se la encontraba enojada.
No, lo que le molestaba de Alexander era que había estado encima de él desde que regresó a la coalición.
Y eso lo tenía con los pelos de punta.
Alex se había tomado en serio la idea de ir diciendo qué era mejor y que no, qué cosa tenía grasa y cual tenía fibra, y si por casualidad Marshall quería robar furtivamente otra rebanada de pastel de cereza, el cocinero enviaba volando cualquier utensilio que encontraba a su alcance.
Y Alex gozaba de tener buena puntería. Solía alardear bastante con eso últimamente...
—Quédate quieto y portate bien —Gala ordenó.
Por supuesto, a ella no se le escapaba nada.
Ella debía verificar su corazón y todo lo referido con ese sistema, con meticulosa paciencia y concentrada atención. Lo que implicaba que la posición que mantenía, sentado sobre el borde de la camilla con la espalda recta y la respiración lo más normal posible, debía prolongarse durante media hora al día.
Y las revisiones habían quedado acordadas una hora antes del almuerzo.
Justo cuando el hambre y la necesidad se convertían en demonios pinchando sus costillas con tridentes afilados.
De no ser necesario, Marshall habría huido de ahí, porque no le gustaba quedarse quieto en un mismo sitio. Le gustaba la libertad, dentro de los límites del territorio. Era un hombre león activo, como cualquier otro.
Pero... Él no era normal. Era defectuoso. Su corazón tenía un tamaño demasiado grande como para ser calificado como normal, y eso le estaba trayendo enormes problemas a su ya complicada vida adulta. Habiendo superado un fallo cardíaco, una arritmia y un paro en el último año, Marshall estaba comenzando a considerar que de verdad tenía siete vidas, tal vez más. Habría pensado en seguir todas las indicaciones de Gala y Tanya hasta que una de ellas tocó una de sus fibras sensibles.
—Tienes que hacer dieta —había dicho la doctora y jefa del equipo médico de la coalición.
En ese entonces, Marshall le había mostrado los dientes por primera vez desde que había conocido a la doctora humana y ahora pareja vincular del león Alfa de Gold Pride. Y ese gesto había tenido una fuerte respuesta por parte de Patrick —quien para su desgracia, había presenciado el diagnóstico—, el león más grande le había dado un gruñido que le había erizado el pelaje y había irritado a su propio león.
Patrick podía parecer un gigante apacible, pero si tocabas los cables correctos, soltaba la correa de la bestia.
Y Marshall lo sabía bien.
Lo que no entendía era porqué siendo ya un cambiante adulto debía dejar de comer todo lo que amaba. Bien, si podía ser sincero consigo mismo, lo sabía, tenía algo que ver con los tapones en algunas arterias que según Tanya lo llevarían a un fallo coronario si no se eliminaba pronto, y eso implicaba al molesto medio hermano jaguar de Tanya metiendo sus manos en su caja torácica.
No en este siglo, gracias.
—¿Todo en orden? —Ahora Marshall preguntó.
Gala tenía la mirada endurecida, sus ojos marrones destilaban un poder que enviaban múltiples ráfagas de electricidad al cuerpo de Marshall a modo de advertencia. Una cosa era digerir el hecho de que ella era una cambiante osa polar, pero algo completamente diferente era saber que era Alfa.
Patrick lo tomó bien porque Gala casi era como una especie de hermana para él, las cuestiones de dominio no le importaban en lo más mínimo, pero el resto... Bien, las mitades animales estaban inquietas si Gala estaba presente. La reacción era similar a cuando Aria Ashburn venía de visita, y estaba comenzando a creer que un duelo entre ambas mujeres sería algo interesante de ver, porque no existía rival equivalente para las dos, y la pequeña mujer de ojos gélidos como el corazón de un Iceberg y cabello negro tenía fama de ser despiadada si peleaba con alguien lo suficientemente estúpido para cabrearla, o para menospreciarla por su tamaño. Diablos, esa mujer Alfa podía hacer encoger a cualquiera, y era menos de la mitad del tamaño de la osa de Gala.
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Editado: 08.08.2022