Los sentidos de Ava Storm se encontraban saturados mientras esperaba en una de las mesas del salón comedor de la Casa Matriz, el entorno era vibrante y cargado de la poderosa energía que solo los cambiantes leones podían diseminar en cada sitio al que iba.
Vivir con leones era un asunto serio.
Ellos eran ruidosos e imponentes, protectores y atrevidos, perfectos para vivir en la compleja existencia de la coalición, con las emociones al límite entre risas y peleas triviales, bromas y muestras de apoyo.
La privacidad y el espacio personal eran conceptos que todavía estaban aprendiendo por su cuenta. Pero si Ava tuviera que elogiar una virtud de estos cambiantes, esa sería la lealtad.
Porque la lealtad de un león no podía ponerse en duda, y eso solo había aumentado, haciéndose más y más fuerte el último año. Parecía que las piezas iban encajando, todo se acomodaba en su debido lugar, excepto Ava.
Era la pieza que se negaba a integrarse del todo, a pesar de que tuvo una ceremonia de integración a la coalición, todavía no estaba segura si de verdad alguna vez pertenecería a Gold Pride.
Y no se debía al hecho de que era una tigresa.
Desde que su reducida familia fue fragmentada, Ava fue perdiendo lentamente la fe en esta coalición, su deseo de una vida normal fue consumido por la sed de venganza de su tigresa, y esa misma necesidad la estaba acorralando y poniendo más y más violenta.
Los leones reaccionaban a la violencia de una hembra de dos maneras, con más violencia o mostrándole atención, y eso era lo último que necesitaba.
Ava tenía una misión, todos estaban en desacuerdo con ella pero ninguno podía interponerse, no cuando una ley había sido pisada: la familia de un cambiante no se toca. Ava tenía el derecho a su venganza, pero luego estaba el problema número dos; la moralidad era una espina molesta, porque el motivo del responsable fue salvar a la coalición, que fue su segundo hogar, uno que debía ser seguro para ella y sus hermanos.
¿Por qué destruirlo? Era la pregunta que siempre le detenía de cruzar la línea y terminar su misión. Porque tuvo muchas oportunidades durante el último año, y falló en cada una al detenerse.
Odiaba las contradicciones.
También odiaba el zumbido de poder acariciando su piel cuando el objetivo entraba a la misma habitación en la que se encontraba, ocasionando que su sangre corriera caliente en las venas. Marshall Lawrence, lugarteniente de Gold Pride, era el hombre al que debía matar pero también era el hombre que despertaba sus instintos dormidos.
Más contradicciones...
Ava respiró profundo mientras apoyaba el codo sobre la mesa redonda de madera, en su mano descansó la mejilla e hizo un barrido panorámico para no ser tan evidente. Porque sus sentidos palpitaron más fuerte cuando él entró, porque su esencia golpeó duro en sus pulmones y esa cálida risa sacudió algo más que su pulso.
La hora de la cena había llegado.
Casi la mitad de la coalición se encontraba en la sala esperando la comida, el resto se encontraba haciendo rondas por el territorio o cubriendo turnos especiales. Casi se sobresaltó cuando escuchó la fuerte palmada que sacudió a un león moreno en la mesa contigua, las bromas y risas brotaron con fuerza, llamado la atención de Marshall en el otro lado del salón.
Él tenía varios pares de ojos encima, pero su atención cayó en Ava, y las leonas lo notaron, pero no dijeron nada, solo se dedicaron a comentar por lo bajo las trivialidades del día, cosas que no tenían importancia. Ava capturó algunas miradas de reojo, el sabor de la decepción y frustración en el aire. Aún cuando Marshall había aumentado de peso, seguía despertando el calor femenino.
Casi tan alto como el Alfa, era robusto, ancho y había perdido los músculos marcados del pecho y abdomen que una vez tuvo, pero eso no le quitaba el puesto del segundo hombre más fuerte de Gold Pride, o el hecho de que su mirada quemaba de una forma abrasiva. Había que sumarle una bien cuidada melena castaña clara y la delgada capa de barba alrededor de su mandíbula y se tenía a un buen ejemplar rompe corazones.
Hoy vestía una camiseta de algodón verde oscuro y pantalones de entrenamiento militar con botas viejas, ¿como rayos podía verse bien con algo tan simple y viejo? Aspecto aparte... Ava no podía romper este extraño contacto visual que confundía a su tigresa, era su presa, a quince metros de distancia, mirándola, diciendo “Hey, aquí estoy, cómeme” como si se pusiera un blanco encima, pero al mismo tiempo era una burla.
Aquí no podía. Y no era porque había más de cincuenta cambiantes, una humana, varios cachorros, una loba omega y hasta una osa polar, no, también estaba el Alfa.
Ni siquiera su brutal cazadora interna podía atreverse a enfrentar al Alfa de la coalición, a pesar de ser una tigresa en su mejor punto, Patrick Mcgraw era más grande, fuerte y tenía su respeto. Ava no podía cruzar la sala para ir hacia el cuello de Marshall, porque si Patrick intercedía ella terminaría cediendo.
Otra contradicción más... ¿Cómo cobrar su venganza si al mismo tiempo dejaría al Alfa sin su mejor amigo?
—Ava, ¡aquí estás! —una ágil forma femenina se interpuso entre Ava y su presa—. Te he estado buscando todo el día.
La intensa mirada de Marshall fue borrada cuando Bonnie Lewis se acomodó en el asiento, bloqueando al león, dándole un respiro a Ava. Bonnie era una de sus pocas amigas cercanas en la coalición, aunque era más vieja que el mismo Alfa seguía conservando un rasgo jovial en su personalidad lo que la convertía en parte del pegamento de la coalición.
Diferente a Ava, quien se convirtió en un cuchillo afilado listo para romperla.
—Hola Bonnie, ¿qué puedo hacer por ti?
A veces envidiaba a la mujer frente a ella, la naturalidad de su sonrisa, o tal vez su normalidad. Porque Bonnie era una mujer normal, una cambiante normal con un propósito un poquito diferente.
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Editado: 08.08.2022