Mientras Ava y Gala terminaban de vestirse con la ropa que Dimael había recuperado, el hombre se ocupó de contener y tranquilizar a la pareja de tigres que aún seguían transformados.
Los sentidos de Ava estaban saturados, la presión de su tigresa era insostenible, una fuerza que barría por dentro, empujando más y más para tomar el control. Estaba insatisfecha con lo que había hecho, pero Ava no podía darle más de lo que podía, si lo hacía estaba segura de convertirse en una máquina de matar, destruyendo cualquier cosa viva en su camino.
Eso era su mayor fortaleza y al mismo tiempo, su debilidad. Un instinto asesino que no conocía fin una vez que se activaba, algo como un defecto de nacimiento, la hembra más agresiva de la camada, aquella que debía ser puesta en entrenamiento constante, ahogada en drogas y disciplina, hasta que pudiera ser convertida en una dama ideal para seguir engendrando cambiantes.
Apretó los dientes, el fugaz recordatorio de sus años de niña no servía en un momento como este, pero desde que perdió a Nolan sus memorias se fueron intensificando hasta que no había un solo día en que uno de sus recuerdos no se liberara por si solo.
Era un nuevo estilo de tormento. Una señal roja de su inestabilidad mental.
—Gala, espera —dijo, sosteniendo a la otra mujer por los hombros. Gala se apoyó en ella, tomó unas cuantas respiraciones para estabilizarse—. ¿Estás bien?
Ava buscó heridas, pero no encontró más que ligeros rastros de sangre ajena, ella sentía dolor, aunque lo ocultaba muy bien.
—Alex ya sabe todo —habló, su voz salió oscura y acerada, poniendo en evidencia quien tenía el control sobre su cuerpo ahora—. Estoy dando un reporte —terminó, luego volteó su mirada.
La enfermera que luchaba contra sus propias emociones peligrosas y la necesidad de poner a su compañero a salvo, corrió hacia donde estaba el león. Ava había querido mantener su distancia, pero su cuerpo se movió por su cuenta. La rabia amarga le hizo apretar los puños, su tigresa saboreó la idea de terminar con las vidas de los cazadores inconscientes. Apretando las cadenas de su cordura, Ava volvió a restringir los instintos violentos. Necesitaban a esos desgraciados con vida, solo unos cuantos días, para estrujar y retorcer, exprimir toda la información posible.
Después, los desecharían como ellos desechan la carne, entrañas y huesos de los cambiantes a quienes le quitan los pelajes. Se pudrirán en una jaula.
—Su pulso está bien —afirmó Gala, había pegado su oreja en el pecho de Marshall—. Solo está inconsciente.
Gruñó bajo al atender la pierna herida.
—Arpón de cuatro puntas. —Ava se acercó para rodearlo—. Un mecanismo automático lo dispara y retrae, mientras que su sensor inteligente se asegura de apuntar siempre a los músculos.
—La tecnología a veces falla —argumentó Gala, intentando ver más de lo que podía sin tener que manipular la pierna.
No tenía forma de comprobar cuánto daño había hecho el arpón y qué tipo de tejidos estaban involucrados.
—¿Tienes una forma de cortar la cadena? —La enfermera preguntó.
—No. Es acero reforzado para acarrear peso.
—Ya veo. —Gala extendió una mano sobre el flanco de Marshall—. Él tiene prioridad ahora, debemos llevarlo de regreso a la Casa Matriz para que Trent le quite el arpón.
Ava torció ligeramente los labios.
—¿La herida es tan grave?
—No, pero lo será si recupera la consciencia y se transforma. El arpón puede moverse y lesionar más la pierna, incluso puede comprometer venas y arterias importantes.
Ava consideró la idea de acabar con su miseria, sin embargo, entendió que eso solo sería complacer su lado egoísta que había decidido ignorar para ayudar a los miembros de la familia. Como fuera, lo mataría después, por el momento, Marshall Lawrence tenía que seguir con vida.
—Es demasiado pesado para moverlo y estamos al límite de fuerzas, ¿qué haremos?
Gala siguió la cadena con la mirada, hasta que la perdió en la oscuridad, el viento sopló sobre las copas de los árboles, volviéndose más intenso, amenazante. Ava reconocía la tensión de la enfermera, podía entenderla, en un territorio desconocido y con la potencial amenaza de los cazadores, no existía una sensación más grande que la inseguridad.
Esto, pensó Ava, es el efecto residual de la cacería, no importa cuan grande y fuerte sea el cambiante, al final, la balanza termina inclinándose a favor de los humanos y su maldita tecnología perversa.
Tal vez estuviera identificándose, o un escenario diferente corriera en su mente, tal vez estaba preguntándose si, de haber venido Alexander en lugar de Marshall, sería él quien estaría tumbado y herido.
Las cosas habrían tomado un rumbo diferente, la furia de Gala, convertida en un monstruo incontrolable saldría para teñir la tierra de rojo carmín.
—Gala —Ava llamó, de una manera suave para ayudarla a enfocarse—. Hicimos bien. —Puso una mano sobre su hombro y apretó ligeramente—. Hicimos bien —repitió.
Gala dejó salir el aire que guardaba, y confirmó con un breve asentimiento.
—Marshall tiene un enorme coraje —comentó, pasando su mano por el pelaje del león—. Pocos pueden entender su resistencia frente a la violencia, pero una vez que la opción queda en sus manos, fácilmente se pone en medio del peligro.
Por detrás, Ava sintió a Dimael acercándose, tuvo que relajar un poco su postura. La persona que Gala estaba describiendo colisionaba con la imagen que día tras día ardió en su mente. El mismo hombre que corría a través del fuego por los demás fue también el que destruyó su mundo.
Y Ava no podía vivir tranquilamente con eso.
—¿Está sangrando? —la suave voz de Dimael arrastraba un borde preocupado, la tigresa agradecía que no alimentara la sensación de violencia y peligro que impregnaba el ambiente.
Dimael todavía era un novato dentro de Gold Pride, estaba ajeno a los vínculos que mantenían a la coalición unida y a diario trataba de insertarse, con tres meses conviviendo con leones pronto su temperamento dócil, gentil y curioso comenzó a encajar.
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Editado: 08.08.2022