De nuevo, había cedido, había actuado por impulso. Tonta, tonta Ava... Quería morderse a sí misma hasta entrar en razón. No le inquietaba haberlo intentado, lo que comía su mente era que se había prometido no volver a caer en la tentación de sus impulsos violentos, y tan sencillo como cortar un simple trozo de papel, había roto la promesa.
Pero Marshall complicaba las cosas. No importaba cuan fuerte fueran los muros que erguía en su contra, bastaba con estar cerca de él para convertirlos en polvo. Y ahora, la sensación era peor. Su tigresa quería salir para morderlo, desgarrarlo, tomarlo... Era una criatura sin sentido que jugaba con las contradicciones como si fuera un pequeño ratón indefenso.
«¿No estás cansada?»
Esa pregunta no le había dejado dormir. Maldito león. Ava maldijo su nombre una y otra vez mientras daba vueltas en la cama, regañándose a sí misma por ser tan idiota y débil. ¿Cuán fuerte era su voluntad? ¿Cuán inquebrantables eran sus metas? El bastardo no le creía lo de la venganza, le hizo pensar, le hizo confundirse.
Pero..., infiernos, ella había intentado matarlo veinticuatro veces ¿eso no significaba algo? ¿Por qué demonios él nunca mostraba resistencia?
Poniéndose manso bajo sus garras..., destruía sus intenciones.
Ahora, él estaba tranquilo. Su enorme cuerpo de león, un peso pesado y caliente, ocupaba la mayor parte del espacio dentro de la camioneta de cabina simple. No mencionó nada sobre lo que pasó en la noche, como si lo hubiera olvidado por completo, como si ella no lo hubiera ahorcado por algunos segundos solo para retirarse de manera instintiva.
¿Qué diablos son mis instintos? Se preguntó después, cuando el agua fría de la ducha calmó el calor abrasivo en su cuerpo. La quemadura de sensación no desapareció, sin embargo. Permanecía ahí, donde él había deslizado sus manos, donde él había tocado su piel. Incluso ahora, esa sensación volvía si la recordaba, y ella lo hacía, incapaz de poner su mente en otra cosa. Los recuerdos volvían a ella sin llamarlos. ¿Qué clase de criatura soy? Se preguntó ahora, inclinando su cabeza contra el frío cristal de la ventana. Quería asesinarlo por instinto, pero cuando lo tenía en sus manos, esos mismos instintos tiraban para retroceder. «No importa cuanto luche, no tengo control de nada en absoluto» podía gemir de tristeza y frustración, pero recordó que no estaba sola y este no era un viaje turístico.
Estaban aquí para trabajar.
Se dirigían al norte, rumbo a tierras lejanas y desconocidas, lejos de la jurisdicción del clan de leopardos, pero legalmente dentro de su territorio. A Ava no le gustaba tratar con cambiantes extraños por fuera de la coalición. Podía lidiar con las visitas frecuentes, pero entrar en terreno tomado era un asunto diferente.
Pero, dada la situación, estaba dispuesta a enfrentar lo que sea para obtener información. Y si eso incluía el requisito necesario de viajar en un espacio pequeño con el hombre al que había intentado matar, podía con eso.
Solo tenía que hacerse más fuerte. En algún momento, Marshall dejará de tener efecto sobre ella.
«¿Debo creer en eso o sólo es otra escusa?»
La criatura irracional mostró los dientes, agitando el pelaje que se deslizó bajo su piel. Una compulsión visceral empujó en ella cuando el hombre le echó una breve mirada, quería girar hacia él, morderlo con fuerza. Era irónico, hubo un tiempo en que había contemplado la idea de besarlo, cuando sentía un agradable revoloteo en su estómago y solía sonreír al recordar su nombre.
Ahora, sólo quería morderlo, ¿por qué? No tenía respuestas, desconocía hasta sus propios impulsos.
Tal vez su mente estaba comenzando a degradarse. Sí, era una buena opción.
Un sonido inesperado le dijo que el modo de conducción automática había sido activado, en absoluto silencio, Marshall activó el panel digital integrado y puso la ruta de viaje en el mapa de navegación.
—Llegaremos a unos tres o cuatro kilómetros de la cabaña —informó, la profundidad de su voz haciendo zumbar su sangre—. Según los leopardos que se acercaron un poco por la noche, la construcción debe tener un sistema de seguridad. No fueron más allá.
Su cautela era justificada.
—Conozco las posibilidades, no habrá problema con eso.
Con las manos libres, Marshall giró medio cuerpo hacia atrás, estiró su cuerpo hasta alcanzar el espacio que había entre los asientos y el panel trasero de la cabina. De ahí sacó un contenedor de alimentos.
—Come —ordenó, con una mano le extendió una barra de chocolate, yogur y nueces.
Queriendo apartarlo de un golpe con la misma intensa necesidad con la que quería sentir el tacto de su piel, Ava tomó la barra. La misma intensidad de su mirada sostenía sus ojos, los de él, fragmentos de verde colisionando entre el ámbar y el azul pálido que rodeaban las pupilas oscuras, guardaban gritos de emoción contenida.
Pareció apaciguarse con el primer mordisco a la barra.
Entendió que este león solo quería regodearse en la satisfacción de haberla alimentado.
«Demonios»
Esto no significaba nada. No podía.
Para intentar contener la inestabilidad de su mente, Ava tomó un delgado anotador digital que había dejado en la parte superior del panel. Lo encendió y de inmediato abrió el reporte de Cleo, la mujer puma pertenecía a su equipo de investigación y era la que ahora estaba buscando todos los vínculos y contactos de Hyram Kingley.
La investigación apenas había comenzado en la madrugada, pero Cleo tenía la ventaja de poseer manos extras a toda hora. Después de todo, era estúpido formar parte de un clan con importantes recursos y no utilizarlos. Ahora, Cleo había señalado un dato crítico sobre el cazador; tenía un hijo joven.
—Mira esto —dijo, entregándole el aparato con el reporte.
Mientras daba un mordisco que consumió la mitad de su barra de chocolate sólido con maní, Marshall leyó con cuidado.
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Editado: 08.08.2022