Ava escuchaba cómo su corazón tronaba en sus oídos, con cada paso que daba hacia el sitio donde lo habían dejado la necesidad de gritar la envolvía más y más y más...
Su visión se fue empañando, sus manos cerradas en puños rígidos, dolía hasta respirar. Llegó al borde y se detuvo. Un dolor agudo apretaba su corazón con tanta fuerza que sentía como si se lo fueran a arrancar en algún momento. Escuchó pasos detrás de ella y supo que él no la dejaría sola.
No supo porqué saber eso desvaneció parte de los temblores de su cuerpo.
Aquí estaba, junto a los restos de su hermano. Estaba muerto, verdaderamente muerto. Su tigresa se quejó tumbándose en un rincón de su mente para apoyar la cabeza sobre las patas y resoplar con tristeza. Había sentido los restos de la esencia que Nolan había portado en vida, incluso luego de más de un año, permanecía aferrándose a los huesos. El olor de la tibieza primaveral y el acero.
Justo como había sido con ella, con su familia.
Con la garganta ardiendo y un grito que no alcanzaba a salir, Ava se arrodilló, bajó más hasta dejar su frente sobre la aspereza dura de la tierra y lloró sin limitaciones. No se contuvo. No le importó que la estuvieran observando o que su llanto se convirtiera en el eco furioso que se desplazó por los alrededores, lloró con el alma astillada, con el corazón roto.
Lloró por el hermano que le contaba historias para dormir, el que cada día le decía lo que iban a hacer cuando fueran libres recostados lado a lado observando el techo gris de la celda, el que la abrazaba cuando la repulsión después de cada experimento que hacían con ella la hacía gritar en su lecho, odiar su debilidad. Lloró por el tigre que recibía golpe tras golpe por ella, el que luchaba cada noche por su vida solo para reunir el dinero suficiente para comprar su libertad.
Lloró por el hermano que no soltaba una sola lagrima cuando el dolor de sus heridas le estallaba en todo el cuerpo. Por el que se preocupaba si comía o si dormía bien, por el que pasaba noches vigilando para que el resto tuviera unas horas de descanso, por el que le prometió que encontraría un lugar donde estuvieran a salvo.
Por él derramó todo su dolor en el sonido, hasta que ya no salió nada más, hasta que su boca quedaba abierta pero nada podía decirse, ni gritar, ni siquiera el más débil de los susurros le obedecía a salir.
Estaba vacía.
Y de pronto, tan desgarradoramente sola que pensó que podía hundirse en las oscuras aguas de sus instintos violentos...
Pero un brazo fuerte rodeó su espalda, el toque como un salvavidas para mantener a flote su humanidad. Un segundo después ella fue levantada por las axilas, como si pesara menos que una pluma, y fue arrastrada para ponerse de pie en el abrazo de un hombre que cumplía sus palabras, aunque sólo fuera una maniobra para acercarse a ella.
El enorme vacío en su interior fue reemplazado con una extraña calidez que le hizo cerrar los ojos y frotar la mejilla contra su pecho. La tela de la camiseta verde se ajustaba contra él.
Era seguro, reconfortante, como si algo la hubiera empujado con suavidad y ternura, una tenue forma de animarla a dar un paso adelante.
Sintiéndose sin fuerzas Ava empujó en el abrazo y se sentó sobre la tierra dura, reacio a dejarla, Marshall se sentó junto a ella, pasó un brazo alrededor de sus hombros y tiró gentilmente, como una suave persuasión que en cuestión de segundos sedujo a su debilitado cuerpo a inclinarse contra él. Antes de darse cuenta, Ava tenía la mejilla apoyada sobre su pecho.
—¿Él dijo algo de mí? —preguntó, palabras bajitas y apagadas.
Como sus ganas de existir en este momento.
Saghani, la mujer que había tenido la posibilidad de vengar a su hermana y sin embargo había elegido conocer a su asesino, la buscó con esos ojos oscuros que eran incapaces de encontrar un rumbo fijo.
—En su última hora —ella respondió, su voz un poco pesada por la emoción—. Dijo que tenía dos hermanas y un hermano, que juntos eran cuatrillizos. También dijo que fueron concebidos de forma artificial y que habían pasado la mayor parte de sus vidas en recintos de cría y pelea.
El corazón de Ava dolió más. A su alrededor Marshall se estrechó sobre ella, un muro de calor y fuerza envolvente. Gala no dijo nada, aunque de reojo percibía su consternación.
—No entiendo —murmuró desplazando la sensación de autodesprecio para poder hilar un pensamiento tras otro—. ¿Por qué le diría eso a alguien que no conocía?
No estaba segura de que siquiera le hubiera contado de su pasado a Erya.
—No lo sé —Saghani movió un hombro, el viento tiraba de sus largos cabellos negros en un desorden que le hacía ver aún más inocente—. Le dije que recordara algo que lo hiciera sentir bien, entonces él recordó a su familia.
El pecho de Marshall vibró con un gruñido cuando quiso apartarse de él, sus brazos volvieron a apretar, a envolverla con una calidez protectora. Pero el dolor era un latigazo atroz, y saber que incluso en sus últimos momentos su hermano los había tenido presentes empeoraba la sensación.
—¿Por qué? —Cuestionó, queriendo saber más y al mismo tiempo deseando cambiar la conversación a algo que no estuviera tan ligado a Nolan—. Tenías la posibilidad de vengarte en tus manos.
Igual que ella, pensó, pero irónicamente la razón por la que Nolan estaba muerto y no encerrado en prisión ahora mismo la sostenía como si fuera a desvanecerse con el viento.
—Es cierto, pude haber hundido mis garras en su cuerpo como él hundió las suyas en Katya. —La voz de Saghani se volvió sombría, su labio superior tembló y Ava apenas pudo ver los caninos—. Iba a hacerlo hasta que escuché su desesperación cuando me pidió que lo asesinara. —Saghani se sacudió con un escalofrío y se abrazó a sí misma—. Era la desesperación de un hombre que no tenía nada que perder, una desesperación avergonzada. Mi osa sintió curiosidad en lugar de violencia y le hice esa misma pregunta.
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Editado: 08.08.2022