Marshall contuvo el rugido que subía por su garganta y tensaba sus cuerdas vocales. El sabor de Ava en su boca, la suavidad de su piel y la fuerza de su cuerpo, seguían siendo marcas en su mente. Marcas que no pretendía borrar. Y aunque la bestia en su interior quería más, ajustó las riendas de su cordura.
Ava le abrió una puerta, le mostró su vulnerabilidad. Y Marshall entendió que le había fallado, le había herido. La furia se arremolinaba en su interior mientras subía las escaleras de la segunda planta, cometió un error pero no estaba dispuesto a repetirlo. Había dos olores desconocidos y fuertes que se entrelazaban con el de Micah. Eso llevaba a dos posibilidades, o se habían ensañado tanto con él que llevaban su olor o el león blanco estaba de regreso en la Casa Matriz.
Su león mostró los dientes.
Llegaron al pasillo superior, el rastro de olor cruzaba la puerta de la oficina de Patrick. El animal de Marshall volvió a rugir imperioso, clavandole las garras al saber que del otro lado había dos desconocidos que representaban una amenaza para Ava. Debía ir primero, asegurarse, tomaría las represalias de su temperamento después.
La tigresa gruñó bajo cuando Marshall abrió la puerta y entró primero. Había un olor fresco y punzante, como si hubiera respirado adentro de un iceberg, el otro era más suave y terrenal, como un bosque. Además de Patrick, Jason, Callahan y Dimael, había otras dos personas en la oficina.
No sabía cuál de los perfumes le pertenecía a cuál, estaban demasiado compenetrados, enzarzados, pero no de la forma en que lo haría si ambos tuvieran algún tipo de relación o vínculo.
Uno de ellos, estaba sentado en una de las sillas frente al escritorio de madera oscura, vestía formal por lo que podía ver y tenía el cabello gris con raíces negras. La otra persona, una mujer, estaba de pie detrás del hombre. Alta, rubia, vestía con una remera negra de cuello alto cuyas mangas no llegaban a cubrir los antebrazos, el material parecía algún tipo de tela protectora como una especie de blindaje flexible, además tenía pantalones cargo verde oscuro, con múltiples bolsillos y lo que parecía ser un cinturón con extrañas fundas cuadradas.
«Está armada» justo cuando ese pensamiento llegó a su mente para desatar su instinto protector y ponerse en defensa de Ava, Patrick clavó su mirada en él. Hizo que su león retrocediera con una sola mirada cargada de autoridad y poder, su humor no era el mejor en este momento.
Frenando su necesidad por los pelos, Marshall notó que tanto Dimael como Jason estaban a ambos lados de la oficina, en posición de alerta. Si la mujer decidía un ataque los hombres estaban listos para interceptarla, además, si Callahan optaba por unirse Marshall y Ava lo detendrian.
Se respiraba tensión en el aire, los ingredientes estaban puestos para un conflicto violento.
Cuando estuvieron a una distancia en la que podían cubrir a su alfa para interponerse en un ataque frontal, Marshall y Ava se detuvieron, en posición de descanso con las piernas separadas y las manos cruzadas por detrás.
Ava estaba más próxima a interponerse, Marshall pensó, y su león merodeaba desesperado por salir.
—Bien —Patrick habló, su mirada verde dorada se enfocó en el desconocido—. Mi equipo de investigación a cargo del caso está aquí.
El hombre apoyó un pie haciendo deslizar la silla hacia su izquierda para girar y enfrentarlos. El gruñido agresivo de la tigresa sobrecargó el aire, la mujer detrás de él llevó una mano a una de las fundas del cinturón.
—Un movimiento y estás muerta —amenazó Dimael, la gravedad de su voz reflejaba al furioso leopardo de las nieves.
—Te haré pedazos antes de tocarla —murmuró Callahan, pero la advertencia era seria.
—Sonya, cálmate —ordenó suavemente el hombre, con su mirada fija en Ava.
Sus ojos tenían el color del cobre, una capa de barba oscura enmarcaba sus labios y mandíbula, recortada con precisión. Camisa blanca, chaleco formal gris con pantalones del mismo estilo y color, una corbata simple de color negro y zapatos oscuros lo hacían ver como si hubiese salido de una reunión empresarial.
—Ember —Ava pronunció su nombre con una mezcla de ira, desagrado y confusión.
Patrick alzó una ceja.
—¿Lo conoces?
Un asentimiento brusco.
—Es un ex agente de la AAC. Era un agente de campo senior que dictó el curso de orientación cuando ingresé como aprendiz.
La sonrisa ladeada de Ember le recordó a Marshall a la de un lobo, pero Marshall no estaba seguro de lo que era, o si era un cambiante. Su león, por otro lado, quería destriparlo para borrarle esa sonrisa de la cara.
—Me alegra haber sido inolvidable, si mal no recuerdo, eso pasó hace cuatro años.
—Cierra el pico, lo tuyo fue tortura. —Ava cerró los labios, conteniendo lo que iba a decir—. Y pasaron seis.
«Muy joven» Marshall pensó, Ava había cumplido treinta este año, debió empezar el entrenamiento a los veinticuatro.
—Sigues siendo igual de impulsiva, Queen.
En una fracción de segundo Ava sacó las garras y se movió hacia Ember, pero la detuvo la mujer que lo protegía, quien sacó algo parecido a una pistola taser tan rápido que ninguno se dio cuenta. Y la estaba presionando contra el cuello de Ava aprovechando la diferencia de altura. La tigresa podía alcanzar a darle un arañazo poco profundo a Ember si usaba una técnica de empuje, pero podía terminar con una descarga eléctrica. Así que Ava esperó, torturando los nervios de Marshall.
Marshall estaba a punto de ver rojo, la necesidad instintiva de protegerla desgarraba su cordura lentamente.
—TC378 —dijo Ava, sin inmutarse por el arma que tocaba su piel—. Con balas paralizantes supongo.
Los ojos de la mujer, de un gris verdoso fantasmal, centellearon.
—Las suficientes para fundir tus neuronas, retrocede.
Ava siseó.
—Ava..., es mejor hablar primero —sugirió Marshall, empleando toda su fuerza para parecer neutral. Debía analizar las cosas, no podían llevarse por el instinto o las emociones—. Luego podrás arrancarle los ojos.
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Editado: 08.08.2022