Ruge por mí [serie Gold Pride 3]

Fragmentado

 

 



 

Noviembre, 2453

Centro de reclusión cambiante New Horizons


 

Patrick Mcgraw, león Alfa de la coalición Gold Pride, miró con atención los inquietantes ojos azules de Micah Aberdeen. El hombre que había solicitado el asilo y la protección de un alfa se mantenía silencioso en su silla del otro lado de la mesa. Tenía un aura de misterio que se volvía pesada, casi tangible.

Electrificaba el aire.

No ayudaba la carencia de emoción en su mirada, parecía que estaba consumido, hueco por dentro. Pero no lo engañó.

—¿Por qué necesitas mi ayuda? —Le preguntó en tono formal.

Micah le sostuvo la mirada sin problemas, su piel pálida con algo de rubor en los pómulos marcados estaba tensa, pero su labio superior temblaba en un extremo y la vena en su sien palpitaba. Patrick aprobó el valor de este hombre, pero necesitaba una razón válida para aceptar a un cambiante clasificado como IPP.

Individuo potencialmente peligroso.

La coordinadora del programa de reubicación de cambiantes agresivos que fueron rehabilitados le dio el historial completo de Micah. El hombre había pasado los últimos tres años en el centro de reclusión por haber matado a un hombre humano.

No era suficiente información, un cambiante no mataba por placer a menos que fuera un psicópata o estuviera rabioso o en un estado salvaje.

—¿No es obvio? Quiero salir de aquí.

Su voz era profunda, crepitante. No agresiva, pero de alguna forma tenía el poder de amedrentar a alguien más débil.

Patrick apoyó los brazos en la fría mesa de metal atornillada al piso de concreto. Todo en la habitación era gris, incluyendo el uniforme de Micah. Lo que hacía resaltar sus inquietantes ojos, fragmentados de azul.

Nunca había visto ojos así. Era como ver un cristal roto en pedazos.

—Dime la verdad —gruñó—. No me gusta perder el tiempo.

Un atisbo de emoción rabiosa se deslizó por aquellos ojos, y se perdió cuando dejó salir el aire en un bufido molesto.

—Hay un límite de tiempo para enviar solicitudes, los cambiantes que no son acogidos pasan otro año aquí. —Micah sacudió la cabeza con brusquedad, se inclinó hacia adelante—. Pero no duran mucho tiempo, ellos se desvanecen de un día para el otro ¿sabes a lo que me refiero?

El cuerpo de Patrick se tensó.

—No.

Micah compuso una mueca burlona, sus labios se torcieron en una sonrisa arrogante. Este hombre sentía cosas, pero sabía cómo ocultar ese hecho.

—Piensa en lo peor, eso es posible. —Micah se tornó serio, su mirada salvaje—. Este lugar es un fraude, y yo no pienso convertirme en una rata de laboratorio. Llévame, Patrick, haré lo que sea necesario para pasar mis últimos días en libertad.

Frente al atisbo de desesperación en su voz, Patrick estrechó la mirada. Micah se golpeó la cabeza con un dedo.

Sintió un escalofrío en el cuerpo, un rugido violento en su mente.

—Mataste a un hombre.

Era un hecho.

—Estaba abusando de una mujer en un callejón, ¿lo habrías dejado vivir?

Cerró un puño, negó.

—Los humanos y su doble moral —Micah escupió–. Le salvé la vida a esa mujer y mira cómo terminé. Son una raza patética y débil.

—Cuida tus palabras —gruñó.

Micah volvió a sonreír, su expresión mezcla de burla y desdén.

—¿Qué, tu pareja es humana?

—Sí.

El hombre palideció, se sacudió la sensación de inmediato al pasar una mano por su cabeza, no tenía melena, en su lugar tenía el pelo cortado al raz de su cuero cabelludo.

Extraño.

—¿Qué vas a hacer?

Patrick permaneció mirándolo, pensando en qué era lo correcto. Si creerle a Micah sobre la corrupción de este centro o creer en las palabras de la coordinadora «es hábil para decir lo que los demás quieren oir» Estaba seguro de que su desesperación era real, por más que intentase ocultarla con su actitud insolente.

Un león como él, con carácter tan fuerte, jamás buscaría la ayuda de un alfa a menos que estuviese acorralado.

—Terminamos.

Incluso después de salir de la pequeña sala de reunión, Patrick podía sentir esa mirada fragmentada de azul clavada en su espalda. Todavía intentaba comprenderlo cuando encontró a la elegante mujer morena con su blusa roja y su falda negra ceñida a sus curvas.

—¿Y bien señor Mcgraw, qué opina? —La mujer colocó un rizo detrás de su oreja, sus grandes ojos marrones entonaban con el marrón más cálido de su piel.

Pero esa mirada, era voraz, lo sacudió.

—Traigame los papeles necesarios —casi gruñó, luego recordó los modales que su esposa intentaba inculcarle—. Por favor —agregó—. Me llevaré a Micah conmigo.




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