Jiro fue rápido, e hizo contacto con gente de la zona rica del área metropolitana, gracias a las relaciones que su familia tenía. Con esa ayuda, organizaron una expeditiva subasta de los tres enormes diamantes de alta pureza, mientras su amiga cuidaba de la madre en el hospital. Pero no podían tener esa suma en sus ahorros o inversiones, porque las autoridades les harían preguntas. Mei Rin lo guardaba en casa y aunque vivía en una zona segura, tenía terror de que alguien le robase. Por la confianza que le tenía, dio al vendedor las llaves de su madre y éste le traía en la noche comida y la suma que fuera a necesitar, además de vigilar la casa vacía.
Mei Rin era rica. Sólo por aceptar ayudar a Rui, tenía dinero suficiente para pagar toda su carrera universitaria, su deuda con Jiro, su “deuda” con su padre para ser libre de él y también sus gastos actuales, junto con el tratamiento de su madre. Pero no era feliz.
Diabetes hereditaria desatada por estrés, ese era el diagnóstico de su madre y requería de la toma diaria de un medicamento fuerte. Antes le habían detectado esbozos de la enfermedad, pero su madre no le dio la importancia debida y Rin tampoco. Ahora lo lamentaba, y siempre fue experta en lamentarse. La madre había estado en coma por varios días y Rin faltó a clases para estar al pie de su cama y cuidar de ella, aterrada de saber que mientras más tiempo pasara en ese estado, más difícil sería que despertara. Después de haber recibido el dinero de Rui, fue consciente de que pedirle que se robara más fruta del Krita sería muy egoísta y quién sabía si hasta peligroso. Tal vez esa fruta no aliviaba las enfermedades crónicas. Ella lo había presionado sin pensarlo.
Estar en el hospital no fue ningún descanso: se puso en contacto con el presidente de su clase para estar al día con los estudios, se llevaba los libros consigo y no comía. A partir del tercer día, Jiro le llevaba la comida en la noche y con éste hacía turnos para más o menos dormir. Pero ella no quería cerrar los ojos, pues cada vez que tomaba el sueño, veía a su madre ser asesinada por accidentes o crímenes. Despertaba llorando. Sus familiares la llamaban por teléfono para preguntarle por la situación, pero no se ofrecían a ir. Su padre no volvió a llamar.
A la quinta media noche, estando ella a solas, la bestia cornuda se le apareció de la nada, en medio de la unidad de cuidados intensivos. Los enfermeros de la guardia, que iban a controlar el estado de los pacientes cada tantos minutos, cayeron dormidos. La criatura no dijo nada, pero doblando las patas delanteras, logró que su cabeza siempre erguida descendiera y que el cuerno tocara la cabeza de la mujer inconsciente. Luego de lo cual desapareció tan rápido como había aparecido.
Rin no supo si fue real o un sueño, pero a la mañana siguiente, su madre comenzó a tener varios movimientos involuntarios. Probó hablarle y ¡consiguió que le agarrara la mano! Para la tarde ya tenía color y en la sexta noche, abrió los ojos y preguntó con voz extraña dónde se encontraba. Estaba muy confundida, no entendía nada y de forma intermitente, preguntaba la fecha y el lugar una y otra vez, tras lo cual volvía a la inconsciencia. Muy lentamente comenzó a recuperarse en los días siguientes y la movieron a una sala normal, la chica vio aliviada cómo disminuían los números de aparatos alrededor de su progenitora, aunque preocupada porque al principio ésta no la reconocía. La recuperación siguió hasta que pudo hablar con fluidez y comer con normalidad los alimentos livianos del hospital. Al duodécimo día le dieron el alta, con recomendación de reposo. La dieta debió cambiar: harinas, arroz, panes, dulces, pastas y frituras desaparecieron de la mesa y sólo comerían vegetales, cosas hervidas y al vapor. Rin no era excesiva amante de los dulces, pero la sola prohibición hizo que tomara cierta cantidad de dinero para comprar algunas golosinas y comerlas en sus horarios fuera de la casa, tentada de vez en cuando.
La mujer quiso volver a trabajar de inmediato, pero su hija le pidió que disminuyera sus horarios a cambio de que ella aumentase el suyo. No hubo demasiado que discutir. El restaurante había tomado en la cocina alguien que ocupara el puesto vacío, pero le ofrecieron un sitio para limpieza.
La mujer tuvo que aceptar, porque Rin omitió contarle las ayudas de Jiro, Rui y el padre. Conociéndola, intentaría devolver todo el dinero, negarse al favor del ex esposo y a que Rin se fuera con él.
La chica sabía que no podía ocultar el dinero, pero de todas maneras lo intentó, ayudándose de Jiro para hacerle un fondo falso al guardarropa. Ya con su madre en casa, recordó que aquel dinero tenía mucho más propósito que simplemente salvar a un familiar. Estaba comprometida con la visión de Rui.
Se le encendió una lamparita y decidió hacer una nueva inversión. Pidió a su amigo poner en la tienda un centro de copiado y de impresión y comprar las máquinas necesarias con el dinero de Rui. Eran servicios muy usados tanto por docentes como alumnos de todos los niveles. Estaba segura de que funcionaría. Los estudiantes de la zona y los de su escuela estarían muy agradecidos y podría ganar bastante dinero, además de promocionar más la tienda y la sección de donativos. Pondría a Jiro al frente, debido a que ella por su edad no podía tener su propia empresa registrada, ni comprar equipos e insumos por sí misma. Pero el vendedor sí que podía.
Él aceptó hinchado de orgullo de que ella decidiera intentar algo por sí misma, aunque la tienda le fuera quedando pequeña. Así que averiguaron tiendas de insumos con buenos precios, calcularon un presupuesto y se presentaron a comprar, ella con la mochila de dinero y él dispuesto a hacer todas las transacciones, como si fuera el verdadero comprador.
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Editado: 11.05.2020