Ruidos en la noche

Segunda Noche

Thomas

Debía usar una camisa de botones, blanca y pantalones negros, no dijeron nada sobre zapatos, así que me puse los deportivos. Me había puesto el cuello de la camisa de forma que no se notaran las marcas de mi cuello, pero algo me decía que ahora me veía como en esas películas malas de vampiros, tal vez debería poner el cuello en su sitio. No.

Cuando baje al comedor, solamente nos encontrábamos cinco personas y entonces estaban las tres de la cocina, que se sentaron cuando ya la mesa estuvo lista. Entre ellas estaba mi madre. Mientras comía empecé a ver las caras que me rodeaban, mi madre con su cabello castaño rizado, apenas sujetado en una moña, pudo haberse visto terrible según ella, pero su rostro se veía lleno de vida, con sus mejillas sonrosadas y esos ojos verde esmeralda igual a los míos que brillaban como nunca. Ella era feliz. Relaje los músculos, sintiendo como perdía ese peso de mis hombros.

Entonces vi a las dos chicas que le ayudaban en la cocina, la primera tenía el cabello corto, hasta la barbilla, de un color negro noche y ojos oscuros casi negros. Tenía una mirada desafiante y siempre estaba apretando la mandíbula, no lucía muy amigable. Su tez morena la hacía sobresalir un poco entre nosotros, tenía la impresión de que era extranjera. Mi madre me la presentó como Mariela y la otra chica como Nadia. Nadia, era la más blanca de todos, su cabello rubio, era casi blanco y sus ojos demasiados azules me intimidaban, creo que era rusa, porque me recordaba a una modelo de allá que vi en la televisión una vez. A diferencia de Mariela, era demasiado alta, apuesto que media por lo menos un metro y setenta y cinco centímetros. Diez centímetros menos que yo. Era una chica muy amable, no como la de pelo negro que lanzaba llamas con los ojos.

Entonces estaba la mujer del día anterior, la ama de llaves; tal parece, siempre se peinaba igual, una trenza que lucía bastante complicada, me preguntaba si eso no le daba dolor de cabeza. La señora intimidaba y no porque te hiciera mala cara o escupiera fuego. No, ella era diferente. Sus ojos se sentían vacíos, eran de un tono grisáceo, pero demasiado claro, ¿y si era ciega?, imposible, a veces la encontraba mirando de uno en uno, como si revisara nuestros atuendos o la postura, no lo sé. Incluso me senté más derecho y hasta mire mi ropa. La de ella no tenía ni una sola arruga, su vestido negro se veía perfecto, pero me desagradaba un poco, era como si estuviera en un funeral, entonces los observe a todos y me di cuenta que no era la única. Incluso mi madre llevaba un vestido negro, largo, que le llegaba hasta los tobillos como a todas las demás mujeres presentes.

El resto éramos hombres, el señor Donovan, era el más anciano, su cabello ya estaba totalmente blanco y era bastante delgado, pese a que, según lo que vi, comía bastante. Su tez era bronceada, probablemente por el sol que recibía trabajando en el jardín, porque obviamente era jardinero, casi siempre llevaba un sombrero gris, opaco a causa del sol. Tenía una estatura promedio, ni alto, ni bajo, pero no hablaba mucho, siempre estaba contemplando el exterior.

Luego estaba el señor Hampton, con bastantes kilos demás y un bigote prominente, comía como cerdo. Creo que trabajaba en los establos, pero nunca vi caballos en la propiedad, era bajo y siempre decía tonterías o contaba chistes malos. Le seguía Adam, el más joven, con solo quince años, no sé de quién era hijo, ni lo que hacía en las tardes, lo veía únicamente a la hora de comer, el niño era un revoltoso, nunca se quedaba quieto y era el único que se reía de los chistes de Hampton. Tenía el cabello negro y era muy pálido.

Por último, estaba yo, sin saber en qué trabajaría, sentí los ojos de la señora Birmingham en mi, llenos de desaprobación, maldición y yo que me había sentado bien recto, la vi fijarse en mi pelo, nunca lo arreglaba, pero necesitaba un corte. Me pase una mano, para aplastar los cabellos negros y me volví a concentrar en mis huevos revueltos con pan y chocolate, todo hecho en casa.

—Muy bien —vi a la señora Birmingham arremangarse las mangas del vestido, todos habían terminado, menos yo. Me meti lo que quedaba en mi plato a la boca rápidamente y tome el chocolate para acelerar el proceso de masticar. —Todos a sus labores —su voz se escucho tan plana como siempre. —Señor Donovan, lleve al muchacho Holland al cuarto de víveres —. El nombrado asintió y dicho esto, todos empezaron a moverse. —El almuerzo será como siempre a las doce de la tarde —dijo antes de salir del comedor.

—Vamos muchacho, no tengo todo el día —Tomé el último sorbo y lo seguí afuera. —Tengo mucho por enseñarle... —Pensó en voz alta mientras caminábamos. —Aquí —se detuvo frente a una puerta de madera bastante vieja a un costado de la casa, quedaba completamente al exterior, frente al bosque y esa mañana el clima era bastante frío, incluso había neblina.

—Entra, el tiempo es oro —asentí y me apresure adentro. —Bien, fijate en el lugar... aquí guardamos comida y herramientas, además de madera y carbón. Te vas a encargar de lo último. Hay tres chimeneas en esta casa y luego está el horno de la cocina, el único lugar al que llevarás carbón —explicó. —Tu trabajo será dividir el carbón en estas bolsas, no vayas a cerrarlas, simplemente mételo ahí para que queden listos, la madera la vas a amarrar en pequeños grupos. Ven, te enseñaré como —me instó a acercarme y eso hice.



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En el texto hay: fantasmas, horror, amor dolor y muerte

Editado: 03.05.2018

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