Ruinas en las tinieblas (un cuento oscuro 0.6)

20

Keiran llevó a Awen, a Lorcan y a tres sidhe más, dos mujeres y un hombre, al interior del cuartel principal de los dannan. Idris, Alai y Gawain habían entrado con ellos. El resto de los soldados, tanto fae como sidhe, y los neónach, se habían quedado fuera, en la plaza que se extendía delante del edificio. Allí dentro cabían más feéricos mayores, pero a Keiran y a Awen les había parecido justo reunir a quienes consideraban más importantes para ellos y para plantear una estrategia.

Keiran esperaba que aquella reunión terminase rápido. Nunca había dudado de que sus soldados se atrevieran a desobedecer sus órdenes, pero aquello era diferente. Keiran seguía siendo su Hijo Predilecto, pero ahora… ahora no sabían que pensar de él. Estar rodeados de sidhe armados hasta los dientes y de criaturas extrañas y agresivas no mejoraba su situación.

En ese momento, Alai buscaba un mapa más grande que el que había en la sala de reuniones del piso superior. Estaba en la planta más baja, donde se guardaban la gran mayoría de las armas de entrenamiento y de los soldados, ahora considerablemente vacía, acompañada por las dos mujeres sidhe que habían entrado en el cuartel. Alai siempre estaba quejándose del desorden que había en aquel lugar, de las armas guardadas en lugares que no le correspondían y de los documentos que desaparecían y volvían a aparecer misteriosamente donde no deberías; ahora tenía más razones para rezongar sobre aquel desorden.

Keiran se había sentado en el alfeizar de la ventana, con la espalda apoyada contra el cristal enfriado por la noche; sudaba y su respiración era pesada. La cabeza le daba vueltas y los bordes de su visión se difuminaban a ratos. El anillo de mineral azul palpitada en su dedo corazón de la mano derecha, recordándole que sus poderes estaban atados y reducidos. Sus ropas estaban desastradas y ondas de cabello negro le caían sobre la frente. No era precisamente la imagen del Hijo Predilecto de la Casa más grande de Elter en ese momento.

Awen, en cambio, parecía una auténtica reina. Se había sentado en una de las sillas que bordeaban la mesa redonda que ocupaba la mayor parte de la sala. Su postura era relajada y jugueteaba con la punta de su daga dorada, haciendo muescas en la madera de la mesa.

Gawain e Idris se encontraban en un extremo de la sala, juntos, a una distancia prudencial de los sidhe. Y también de Keiran. Su primo y Alai le habían dedicado miradas discretas al Hijo Predilecto, y por una vez, Keiran no estaba seguro de cómo interpretarlas.

El silencio en la sala era asfixiante, pesado. Solo se escuchaba el murmullo de Alai revolviendo cajones y armarios en la planta de abajo hasta que Keiran habló.

─ ¿Puedo preguntarte de dónde has sacado esto? ─dijo moviendo los dedos de la mano derecha en alto. El anillo lanzó un destello azul, como un cometa atravesando el cielo.

─Es un regalo de Padre y Madre ─contestó Awen con sencillez.

─ ¿Además de esas criaturas extrañas que os acompañan? No hay nada parecido en Elter ─replicó Keiran al ver la mirada que le dirigía la reina─, así que asumo que no son del todo de este mundo.

─ ¿Cómo sabes que estoy aquí con la bendición de nuestros dioses?

Debería haberse quedado callado. Prefería soportar el espeso silencio antes que la mirada ardiente y las preguntas inquisitivas de la reina. Tenía que medir sus palabras y su mente estaba demasiado cansada y adormecida para eso.

─Es lo más lógico ─contestó tras una pausa─. La historia se repite, pero esta vez, tú has sido más rápida poniéndote en contacto con ellos.

─ ¿No vas a preguntarme cómo lo he hecho?

Lo estaba tentando. Lo podía ver en la curva de sus labios sonrientes y en la manera en la que titilaban los aros de fuego alrededor de sus pupilas. Keiran estaba cansado, pero su capacidad de observación seguía lo suficientemente despierta.

─No es algo que me competa saber. Soy tu socio, pero tú eres la reina ─las palabras quemaban en su garganta, ácidas, pero las pronunció despacio, sin vacilar─. Tú decides lo que quieres compartir conmigo y lo que no.

La punta de la daga de Awen se clavó con fuerza en la madera de la mesa. Keiran mantuvo su posición desenfada, con la espalda y la coronilla apoyadas en el cristal y las piernas estiradas delante de él, pero su cuerpo se puso rígido.

─Tiene que ser doloroso ─dijo Awen despacio, ladeando la cabeza mientras lo mirada─. Tragarte tu orgullo fae de esa manera.

─Tú pareces estar muy segura de ti misma, metiéndote en el territorio de un potencial enemigo de esta manera.

─Tengo mis razones para estarlo ─sonrió la reina mostrando los caninos.

Se escucharon pasos en las escaleras. Alai entró en la sala con las dos mujeres sidhe detrás de él, con las armas desenvainadas.  Le echó un breve vistazo a Keiran antes de extender un mapa de Elter de considerables proporciones sobre la mesa redonda.

El Hijo Predilecto bajó del alfeizar y se acercó. Se inclinó hacia delante, apoyando las palmas de las manos sobre la madera fresca.

─ ¿Comenzamos? ─preguntó en voz alta, aunque la respuesta estaba dirigida a una feérica en concreto.

Awen hizo un asentimiento con la cabeza y se inclinó hacia delante, apoyando los antebrazos sobre la mesa, para tener una mejor visión del mapa. Los demás sidhe y los fae que había en la sala también se acercaron. El primero en hablar fue Idris.



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En el texto hay: romance, guerra, faes

Editado: 26.07.2022

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