'Ἑλένη. Ruler of Everland

III

La copa en la mano cadavérica de Lear se había hecho añicos, tal como aquella ceremonia de coronación a la que nunca se presentó el príncipe y la imagen de la Emperatriz cubierta de sangre y sal mientras decía escuchar las voces del abismo en su cabeza aún perseguían a Erika de Riegar y sus hermanos pequeños.

 

Solo dos años menor que Rhydian y con la responsabilidad de proteger a sus siete hermanos, incluido Zion de tres años de edad, la rubia resistió a la escaramuza retirándose al falso fondo en su vestidor. Allí la pared se adelgazaba para mostrar una puerta que comunicaba con las catacumbas del Jardín del Silencio. Un espacio vedado para los menores antes de la unción, pero su única esperanza para mantenerse con vida.


—Quiero ver a mamá.


Zion tiró del vestido color ópalo de su hermana y a Erika se le formó otro nudo en la garganta. Cómo le decía al pequeño que su madre se había convertido en una marioneta de las fuerzas oscuras desde el momento en que su hermano abandonara palacio. La multitud congregada en el salón de fiestas presenció con horror como la hermosa Siena se abría los brazos con una daga color amatista mientras murmuraba palabras incomprensibles para los que nunca habían prestado atención a profecías y sortilegios.

 

Erika siempre tuvo curiosidad por ese mundo que su madre se empeñaba en ocultarle y ahora sus pesquisas en la Biblioteca Real mientras fingía investigar sobre la economía de las Tierras Altas daban sus frutos. En medio del caos desatado por su propia progenitora varios seres encapuchados se hicieron notar en la corte, dejando un saldo de silenciosas muertes a su paso como si la misma parca ingresara habitación tras habitación. 


La princesa había ganado tiempo a través de su vestidor, llamando uno a uno a sus hermanos para despertarlos de un sueño del que no podrían despertar a menos que abandonaran palacio. Ahora estaban allí, justo en medio del desastre, protegidos por la antiquísima piedra dorada que les relatara su padre. El redentor Fénix de la Casa Riegar los acogía mientras Erika se preguntaba si todas las leyendas eran una realidad.


Mientras la joven princesa se las apañaba para esconder a sus menores, Aries, la mujer de los mil rostros contemplaba con ojos vacíos la figura deshecha de la antigua Emperatriz de las Tierras Altas.


—Siempre fuiste un juguete obediente. Descansa en paz.


Un beso en la frente que acabó consumiendo el cuerpo de Siena de Riegar, tal como sucedía con todo lo que Aries tocaba con su verdadera forma. La cuarta princesa de la Casta de los Oscuros tenía el curioso don de traspasar las fronteras espirituales y recrear su propia figura en varios puntos a la vez. Podía ser Alissa para sus devotas pupilas y las brujas del Pacto Blanco.

 

Podía ser Ariana, la antigua hechicera que vendía encantamientos y que le prometiera a Siena una vida para la cual no nació. Podía ser todas las formas y a la vez nada, cuando la maldición del Abismo le afectaba más que a sus hermanos.

 

Al ser la única mujer de la progenie sufría con los cambios en la jerarquía y los requerimientos de Drakon. Estaba harta de ser un instrumento que manejaba otros hilos mientras sus hermanos se peleaban por el control de las huestes y tenían descendencia con humanas indignas como Leda de Riegar. Divinidad y humanidad, dos elementos que no se debían mezclar en la misma copa y al mismo tiempo necesitaba de aquel sacrificio para alzarse sobre sus hermanos.


—Que ridículo trono para un rey de mentira. 


Le dedicó otra mueca desdeñosa al salón del Emperador mientras el orbe en su pecho lanzaba destellos amatistas. Solo tenía que esperar un poco más y Everland caería bajo el velo de la eterna oscuridad.


***


Elen se retorcía de dolor mientras la sangre manchaba su rostro. Dédalos se había sentado sobre lo que antes de su pelea fuera un templo destinado a Gea. De los pocos que parecían quedar en la ciudadela. Las flechas se le habían acabado y ahora intentaba mantener el argentum con su propio cuerpo a falta de otra fuente de energía vital.

 

La mujer a su espalda seguía intentando plegarias a la Diosa cuando Elen se cuestionaba si tendrían efecto. No recordaba cuánto tiempo había pasado pero sí el suficiente para que sus músculos se rehusaran a sanar y el hombre a corta distancia luciera mortalmente aburrido.


—Pensé que serías más dura de roer. Debe ser la parte “común” de tu madre haciendo de las suyas. Pero no voy a quejarme. Ahora entiendo por qué Polux casi decide regresar a la superficie. 


Aquel comentario repugnante fue su oportunidad para tomar impulso e intentar atacarle. Las sombras de Dédalos no tardaron en alzarse sobre ella. Casi a centímetros del rostro ajeno y en un estallido mortal, Elen observó como uno de los zorros del atormentador del abismo perforaba la garganta de su protegida a través del velo de argentum.

 

La ira manó en el grito de Elen y fue como si su energía vital fuera renovada. Con el arco en la mano derecha construyó una palanca hasta alcanzar la yugular del Príncipe Oscuro. Su daga se cerró allí con saña mientras pronunciaba un hechizo memorizado no mucho tiempo atrás gracias a la insistencia de Alissa por enseñarle las Gemas Prohibidas del Pacto.




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