Ryan Gibbs

Capítulo 6

—Estoy intentando dar rienda suelta a mi creatividad pero tu música horrenda a toda voz me lo impiden, ¿podrías apagarla?

—Cuando termine de limpiar te hago ese favor.— Intenté cerrar la puerta pero la zapatilla llena de pintura de Nathan la obstruía.

—Apágala.— Ordenó mientras empujaba la puerta hacia adentro y se colaba en el pasillo de la entrada buscando la radio.

—Esto es allanamiento, te acabo de decir que cuando termine de limpiar lo apago y mientras más tardes en irte más tiempo voy a tardar en apagarla. Así que, por favor, lo que sea que estás pintando te espera en tu apartamento.

—Pues ya estamos en paz después de lo de anoche, no me voy de aquí hasta que no apagues ese horrible aparato.— Después de esa declaración de intenciones de lo más infantil se sentó cruzado de brazos en el reposabrazos del sillón donde estaba acostado Kafna.

Cerré la puerta encogiéndome de hombros y volví a la cocina para terminar lo que estaba haciendo bajo la atenta mirada del chico por encima de la barra de desayuno. Una de las cosas que me enseñaron en el instituto era perder la vergüenza en hacer algo delante de personas desconocidas y de algún modo me había servido de alguna forma en distintos momentos de mi vida. Y este no dejaba de ser uno de ellos.

Como había estado haciendo hasta que llamaron a la puerta, empecé a cantar acompañando a la radio mientras que limpiaba.

Mientras tarareaba una canción de las Spice Girls, secaba los últimos platos antes de ponerlos en el montón y los cogía para colocarlos en la repisa. Cuando terminé busqué la radio y la apagué, para posteriormente dirigirme al salón y avisar al señor con la ropa llena de pintura que tenía en mi salón.

—Ya te pued... No me lo puedo creer.— Aunque costaba reconocerlo, el raro de mi vecino si había tumbado en el sofá, abrazado a Kafna, quedando dormido con la boca un poco abierta y una pierna subida en la espalda de su cama temporal. Había que reconocer que la imagen era extremadamente tierna. También un punto de celos apareció en mi cabeza, jamás había conseguido que Kafna durmiera de esa forma conmigo si no era a través de sobornos. 
Miré la hora cerciorándome de que tenía tiempo para una ducha antes que empezara mi ritual nocturno: serie, manta y cena. No me importaba que se quedaran allí dormidos los dos mientras tomaba una ducha.

Cuando salí con mi camiseta super ancha del baño, el ojiazul estaba todavía en la misma postura que anteriormente. Decidí despertarlo.

—Princeso durmiente, no quiero tener que llamar a la mierda de princesa para que te despierte con su mierda de beso.— Cambié su diálogo de la noche anterior cuando dormí en su cama y lo zarandeé un poco hasta que abrió los ojos.

—Mierda— se reincorporó lo más rápido que había visto a una persona levantarse de un sitio, tirando a Kafna hacia un el suelo despertándolo también.

—Que buen despertar tienes. Así da gusto ser amable.

—No lo entiendes, espero no haber perdido demasiado tiempo. ¿¡Por qué no me has despertado antes!? Ahora si no llego es culpa tuya por permitirme dormir. —Se llevó las manos a la cabeza, haciendo que su pelo apuntara en varias direcciones y salió hacia su apartamento.

Me encogí de hombros y preparé mi cena para después ver al tipo de la tele que se dedicaba a hacer piscinas con filtros naturales y acorde con la naturaleza. Tenía claro que una de esas iría en mi futura mansión.

Abrí los ojos encontrándome todavía en el sofá, con la televisión encendida. Alguien formando una melodía llamaba a mi puerta. Miré la hora en el reloj, era algo tarde para que alguien anduviera llamando. Fruncí el ceño tallándome los ojos mientras me dirigía a la puerta para mirar por la mirilla. Un chico de cabello rubio, algo largo, ojos que tenían pinta de ser claros se tambaleaba nervioso jugando con sus manos y dirigiendo la vista a todas partes. Abrí la puerta solo el poco que necesitaba para mantener una conversación sin que viera mi situación pijamil.

—¿Puedo ayudarte en algo?— el chico buscó de donde provenía mi voz; al verme, se acercó de manera que pudiera oírlo mientras el susurraba cosas que no llegaba a entender. Tenía los ojos verdes y miles de pecas adornaban su cara pálida.— ¿Puedes repetir lo que acabas de decir? No te logro entender si hablas de esa manera.

—El gato de la vecina es negro. — esta vez si que pude oírle bien. Fruncí el ceño ante sus palabras, lo que le llevó a repetir por segunda, inclusive una tercera vez, la misma oración.



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En el texto hay: arte, amor, fugitivo

Editado: 17.09.2018

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