ADVERTENCIA: Este capítulo puede tocar temas muy controversiales relacionados con violencia y puede herir la sensibilidad de algunas personas, dejando esto claro queda bajo su responsabilidad.
Una mesera me ayuda a levantar del piso y al ponerme de pie noto como las miradas de todos los clientes del lugar están fijados en mí. “¡Que me ven pendejos!”, grito y algunas personas dejan de hacerlo pero a otras les da más curiosidad de ver. “Disculpe el espectáculo”, le digo a la chica y ella asiente con la cabeza y dice “Tranquilo, no se preocupe”. Llego quince minutos tarde a la casa blanca y doña Cleo está pegada en la ventana de la sala de estar.
— Disculpe señora es que tuve que ir a otro lugar — Digo al notar el incómodo ambiente.
— Cariño, no quiero empezar a tener problemas con usted, que por favor no vuelva a ocurrir — Dice ella y sin necesidad de alzar la voz siento temor mezclado con respeto.
— Téngalo por seguro señora. — Digo y no puedo evitar esbozar una sonrisa triste.
Ya han pasado aproximadamente tres días desde el rollo con Fernando, tres largos y agotadores días en los cuales debo hacer todo el oficio de la casa porque no son capaces de contratar a alguien más. Mis amigas me llamaron esta mañana y me alegraron el día, me siento tan afortunado de tenerlas. Mi cuerpo está cansado de tanto trabajo y yo que pensaba que mi abuela se quejaba de gusto, ahora mismo me encuentro quejándome como ella, incluso me ha tocado comprar unas tabletas porque me he sentido mal. Hoy fue un día muy duro y caigo como roca en mi pequeña pero cómoda cama. Por un momento logro conciliar el sueño cuando... *Suena la maldita campana por toda la casa* Me levanto maldiciendo pero me obligo a parecer intacto mientras subo las escaleras. Esta vez es el señor Jorge quien toca la campana después de mucho tiempo, si es que lo hizo alguna vez.
— ¿Puedo pasar señor?
— Pues para que le llamé, siga. — Dice él y el tono de su voz no me gusta. Lo primero que veo al entrar a la habitación del señor me hace poner la piel de gallina. Lo único que cubre el cuerpo desnudo de don Jorge es la sabana con la que esta revuelto en la cama acostado boca arriba. Trato de concentrarme y no ver en su dirección mientras aclaro mi voz para decir “¿Le puedo ayudar en algo señor?”, mi voz tiembla pero de repente la señora Cleo aparece por la entrada de la habitación y recupero el aliento.
— Buenas noches. — Dice ella y nosotros respondemos lo mismo — Diviértete hijo. — La señora se va y al saberme solo con el señor Jorge me pone los nervios de punta.
— ¿Le traigo agua o leche? ¿Quiere sus galletas de uvas pasas? — Digo porque todas las noches come lo mismo y porque no sé qué más decir.
— Y qué tal si te relleno de leche — Dice levantándose del lugar donde se encuentra y su única parte cubierta queda al aire libre. Mis ojos se abren como platos y la sangre se agolpa en mis mejillas, por acto de reflejo retrocedo unos pasos pero no hay más espacio, trato de moverme hacia la izquierda pero su puño pega contra la puerta del armario y quedo prisionero en su cuerpo.
— ¿Que me dice? — Digo con la voz temblorosa porque al mismo tiempo guardo la esperanza de que haya escuchado mal.
— Digo, que te rellenaré de leche. — Dice apretándome muy fuerte contra el armario y mis vértebras empiezan a doler.
— Voy por sus galletas. — Digo tratando de liberarme de su agarre pero es inútil él pone su gigante brazo derecho ante el camino entre la puerta y yo.
— ¡Hombre, que no quiero comer galletas! — Grita y lo ronco de su voz resuena en un lado de mi frente y todos los vellos de mi cuerpo se erizan.
— Señor déjeme ir por favor. — Le ordeno y trato de sonar firme pero en realidad estoy a punto de echarme a llorar, la desesperación está ganando terreno en mi interior.
— ¿Que no entiendes que yo quería una muchacha pero me ha llegado un muchacho? Y pues se trabaja con las herramientas que hay en casa. — Dice él y la confusión en mi cabeza es más grande aún.
— No entiendo señor... — Digo y mi voz suena aún más desequilibrada, tal vez si entiendo pero a la misma vez no quiero entender. El empieza a subir su mano por mi cadera hasta llegar hasta mi pezón y siento un corrientazo en todo el cuerpo.
— Que está haciendo señor... — Digo y un nudo se empieza a instalar en mi garganta. De repente aprieta mi barbilla con su mano derecha.
— Vas a hacer lo que yo te mande. — Dice y asiento con dificultad, luego me suelta el rostro de sopetón.
— Arrodíllate — Dice y me quedo congelado en mi lugar esperando que lo que haya dicho sea broma pero no es así. — ¡Que te arrodilles carajo! — Me grita y obedezco al instante cerrando los ojos con fuerza.
— Tómalo en tus manos — Dice y mis lágrimas se desbordan. De todo pensé menos que algo así pudiera pasarme y por un momento dije que no podía irme peor.
— Señor por favor... — Suplico pero entonces su puño es estrellado en mi cara y caigo al piso.
— Levántate putito y haz lo que te ordeno porque no seré condescendiente si desobedeces otra vez. — Me dice él y pienso en que título se estará poniendo llamándome así, como puedo me levanto y tomo mi posición inicial, entonces siento como estampa algo que creo que es su miembro en mi cara pero no soy capaz de abrir los ojos.