Castiel
Cinco semidioses más descienden en el Olimpo y rodean a Zeus con sus mágicas alas. A juzgar por sus posturas agresivas se trata de una pelea de seis contra uno. Está demasiado oscuro para observarlos con detalle, pero uno de ellos llama más la atención. Es un gigante, su estatura es muy por encima de la de los demás. Algo en la forma de sus alas me parece distinto, pero las doblan demasiado rápido al aterrizar y no logro observarlas bien como para disipar la duda de si, en realidad, hay algo diferente en él. Tal vez este semidios es mitad ángel y, por ese motivo, tiene alas celestiales.
Me agacho como puedo y mis músculos se contraen, negándose a moverse de la relativa seguridad de atrás de una estantería en la biblioteca. Hasta ahora, parece que no se percatan de mi existencia.
De repente, una luz empieza a titilar y se enciende por encima del estante híbrido aplastado. Vuelve la electricidad y ese foco es uno de los pocos que no se ha roto todavía. Ese solitario pozo de luz es demasiado brillante y tenebroso, resaltando los contrastes más que iluminar en sí. Unas cuantas ventanas vacías se iluminan también a lo largo del grandísimo Olimpo, ofreciendo la suficiente luz como para mostrarme a los semidioses un poco mejor.
No quiero verlos y pensar que están destrozando a su progenitor. No deseo que lo acaben, puesto que Zeus estaba tratando de hacer las cosas bien. Últimamente hemos creado un lazo interesante entre nosotros, creo que podría llamarse amistad, pero no estoy del todo seguro como para llamarlo de ese modo. Sin embargo, la muerte de este ser podría considerarse mi derrota y fracaso para no regresar a mi casa.
En un dos por tres, corro en dirección al rayo de Zeus y me vuelvo a colocar mi gracia. No tengo tiempo necesario para decir algo, ya que mis alas y poder angelical regresa rápidamente. Los hijos de Zeus caen rendido a la nada misma y el dios del rayo, observa con detenimiento todo lo que acaba de suceder. Me acerco a él y le dedico una pequeña sonrisa ladina.
—Es tiempo de irnos. Puedes venir conmigo, hay todo un mundo que tienes que conocer, Zeus. —Comento con seriedad en mi tono de voz—. Verás que esto no es nada comparado al mundo.
—¿Qué tiene la humanidad que te agrada tanto? —Cuestiona alzando ambas cejas—. No me iré sin mis hermanos.
Comienzo a comprender lo que él se refiere. Tampoco me iría sin mis hermanos, no podría dejarlos caer en la nada sabiendo que hay un gran Vacío. Ese lugar es justamente uno de los pocos sectores a los que no he llegado. O al menos, no todavía. Sin embargo, un ángel suele ir a todos los sectores donde Dios quiere y si mi misión es ir, no tengo otra que seguir adelante y adentrarme al Vacío.
¿Zeus será capaz de salir del Olimpo junto a mí?
Yo no lo lastimé, pero nada me dice que él no lo hará. Yo quiero confiar, pero muchas veces me han dicho que suelo confiar demasiado en los demás. Tal vez es verdad y siempre trato de ver lo mejor en los demás. No quiero que la gente piense que no tiene una oportunidad de seguir adelante con sus vidas. Yo sé que Zeus tiene milenios de vida, pero eso no quiere decir que los que le quedan tiene que estar encerrado en este lugar.
Yo solía estar encerrado en el Cielo hasta que una misión se me presentó y todo mi mundo cambió demostrándome que nada está escrito. Es por eso, que quiero ayudar a Rubby, ya que sé cuál es la idea de ella... ¿Será? ¿Será que realmente sé cómo piensa mi hija?
Rubby vivió en el mundo humano y se crío con los mundanos. Eso quiero decir que sus decisiones no son como las nuestras, puesto que los mundanos primero suelen pensar en uno mismo antes que en los demás. Por ese motivo, tengo que ayudarla a pensar en lo que hará. No quiero que piense en los demás, en este caso, quiero que mi hija sea egoísta y que salve su vida. Rubby no puede morir, no tiene que hacerlo.
—Tus hermanos no murieron y ya están allí —le respondo—. No soy un ser tan malo como para haber despojado la vida de tus hermanos.
—Pensé que... —Murmuro pensando en lo que está ocurriendo—. Tú me hiciste creer que lo habías matado.
Suelto una carcajada sonora de mis labios ante la situación y niego con la cabeza tan solo una vez.
—Nunca te hice creer nada, solo tú lo pensaste y creíste —comento con seguridad.
La mirada del dios del rayo me demuestra que no desea ser salvado todavía o que no se quiere aventurar a un nuevo mundo. No lo puedo culpar, hacer cosas nuevas siempre produce un temor que nadie comprender; sin embargo, las cosas pasan por una razón y yo sí quiero salir de este lugar.
—No me iré y tú tampoco, Castiel —ordena aquel dios.
Escuchar eso salir de los labios de Zeus me hace comprender que, aunque yo quiera salir del Olimpo, no podré hacerlo por mi cuenta. Ni siquiera sé cuál es el método de salir de aquí, así que debo esperar el tiempo necesario para que las puertas se abran y todos salgan en libertad. Una vez más encerrado en un reinado de otro ser y abandonado por los que amo.
Siempre hay que hacer un sacrificio y creo que este es el mío: ser olvidado. Lamentablemente, debo acostumbrarme a los hechos y advertirme a mí mismo que no podré salir de aquí hasta que alguien venga por mí o que Zeus se designe a abrir las puertas del Olimpo.
Respiro hondo observando todo lo que me rodea y pensando seriamente en mi familia y los planes que podrían estar surgiendo dentro de sus cerebros. No deseo que ellos se arriesguen por mí, ya he cometido muchos errores en mi vida como un ángel del Señor, ya no puedo ser salvado, solo queda esperar y ser estoico. Sí, eso es lo único que tengo que hacer, ser estoico y aceptar mi destino.
—¿En qué piensas, ángel de tu Dios? —Zeus quiere indagar en mi mente, pero no lo dejo aventurarse en ese pozo de oscuridad—. ¿Por qué nunca hablas con claridad? ¿Eso es parte de ser un ángel?