La tía Bárbara
La música alemana era lo único que llevaba resonando en el lujoso KIA Sportage desde que prendimos viaje al lugar secreto al que me llevara la mujer que supuestamente es mejor amiga de la mujer que me abandonó.
No negaré que el estar horas y horas en silencio es algo que me acaba sacando de quicio. Simplemente me resulta algo insoportable.
Sin duda he batido mi récor de no hablar durante dos horas, pero empiezo a cansarme, además de que la música está en alemán. Es que… ¡ni si quiera la entiendo!
Apoyo la cabeza en mi brazo mientras observo por la ventanilla el bonito paisaje ante mis ojos donde solo observo árboles y plantas.
— ¿Vas a estar en silencio todo el camino? – me mira de soslayo, pero no obtiene respuesta de mi parte – ¿Sabes que solo llevamos dos horas de veintisiete?
Eso me pilló tan de sorpresa que me incorporé mirándola con los ojos como platos, sin creer lo que acababa de decirme.
— ¿Todavía me quedan veinticinco horas contigo? – mi pregunta le hace sacar una pequeña sonrisa.
— Efectivamente, así que, estaría bien hacer el camino más ameno hablando de cualquier cosa ¿no crees?
Oh es que yo sí que no voy a poder estar veinticinco horas sin hablar, mucho menos cuando en el fondo tengo unas cuantas preguntas que quiero que me responda.
— ¿Dónde vamos exactamente?
— A Kalispell, Montana.
Vayaa… Montana es un estado bastante bonito o al menos todas las fotos que he visto sobre ese estado eran preciosas y la gente que lo ha visitado tienen buenas críticas.
La conversación se acabó tan rápido como soltó la respuesta a mi pregunta. Aunque tuviese razón con que el camino sería más ameno si hablásemos, no sé me ocurre muchas cosas de las que hablar con ella. Además de tener cero ganas de entablar conversación.
— ¿No te gusta la música alemana? – frunzo los labios pensando rápido la respuesta.
— Suena bien, pero no la entiendo y tampoco es de mi estilo.
— ¿Sabes algún idioma aparte del inglés?
Idiomas… sí bueno papá me enseñó dos idiomas más aparte de mi idioma nativo.
Italiano y ruso.
Aunque desde que entró en la cárcel los tengo algo olvidados y solo los podía practicar con él cuando iba a visitarlo a prisión. Es decir, una vez al mes o una vez cada dos, tres o cinco meses. Está claro que últimamente le ha dado por no querer verme.
— Sé italiano y ruso, aunque hace tiempo que no los hablo. – asiente lentamente como si estuviese pensando algo en su mente.
— Dos idiomas muy interesantes.
Recuerdo que papá me contó que él sabía más de tres idiomas, pero a los que más usos le ha dado ha sido el ruso e italiano, por eso me los enseñó.
— ¿Cuántos hablas tú?
— Aunque te puede sorprender, solo hablo dos más que tú – la miro con curiosidad –. Sé inglés, italiano, ruso, español y mi idioma nativo, alemán.
Y yo que pensaba que alguien de su rango debía de saber por lo menos unos ocho idiomas. Sin duda tengo que investigar un poco más sobre cómo funciona esa organización en vez de sobre las personas que la componen.
— Si nos queda literalmente un día de viaje ¿dónde vamos a dormir?
— El coche es cómodo, puedes dormir mientras llegamos, no pienso matarte si es lo que temes.
— ¿Y tú no duermes? – elevo una ceja – Agente o no eres humana y ya tienes tus años es decir que el cansancio se nota y como te duermas conduciendo nos matas a las dos quieras o no.
Me lanza una mirada indignada que ignoro esperando una respuesta que me sirva.
— Para tu información tengo cuarenta y cinco años y los llevo de maravilla – eso último no se lo negaré, pero tampoco se lo corroboraré – Y tengo un entrenamiento muy bueno.
— No digo lo contrario. – aseguro – Pero… ¿vamos a parar a dormir en algún sitio o no?
Suelta un suspiro y asiente.
— Si así te quedas más tranquila y dejas de insultar mis capacidades, genial, nos pararemos en un motel – escondo una pequeña sonrisa –. ¿Mejor?
— Bastante.
……… ₷ ………
Disfruto de cada bocado que le doy a mi querida hamburguesa y Bárbara me observa atentamente terminando de beberse su refresco. Ella se pidió un simple y pequeño sándwich que se acabó en minutos, mientras yo no perdí la oportunidad de tomarme una hamburguesa.
Hacía meses que no comía una así porque primero en el convento no suelen comer muchas hamburguesas y segundo porque papá lleva dos años en la cárcel y desde entonces el ir a comer a una hamburguesería con él es algo imposible de imaginar.
— ¿Comes lento porque estás disfrutando de la hamburguesa? – rompe el silencio y frunzo un poco el ceño por su pregunta.
— No como lento, tú eres la que engulle la comida como si fueras una boa. – saca una sonrisa divertida.
El camino hasta que pudimos pararnos a comer fue como al principio, solo intercambiamos un par de frases más, pero parecía que la conversación no fluía.
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Editado: 05.12.2024