–Sí, no nos hemos visto desde hace mucho tiempo –Dima asiente con la cabeza.
Pero tengo una extraña sensación de que esa frase no está dirigida a mi amigo. Al pronunciarla Salvaje no deja de mirarme a mí.
Y yo no puedo entrecerrar los ojos. Ni siquiera me atrevo a parpadear. Estoy toda congelada por dentro.
No sé qué se puede esperar de este criminal. Es un animal. En cualquier momento podría saltar encima de mí. A un tipo como él nada le importa. Es una bestia salvaje.
Qué situación tan complicada.
Resulta que el líder de los bandidos conoce a Dima. Son más o menos de la misma edad. Así que es un chico joven. Y yo que pensaba que él tenía unos treinta años. Que debajo de aquella máscara se escondía un delincuente empedernido.
–Qué bien –continúa Lebedev–. Ahora que estás de regreso, todo volverá a ser como antes.
De regreso...
¿Sabe de dónde exactamente ha regresado Salvaje? ¿O le mintió? Me parece poco probable que este bandido le haya dicho que estudiaba en Inglaterra. Estaba orgulloso de su pasado en la cárcel. Por lo menos a mí me lo contó enseguida.
Un estudiante. Sí, cómo no. No quiero ni imaginarme sus estudios.
–Tengo que marcharme por un rato, debo llevar a mi amiga a casa –dice Dima–. Por cierto, te presento a Katya.
–Damián –se presenta Salvaje.
Y de nuevo me devora con los ojos. Su mirada es peligrosa. Insolente. Unas chispas espeluznantes brillan en sus ojos. Me dejan totalmente atónita.
–Bueno, ya nos vamos –concluye Dima–. Volveré pronto.
–No te apresures –le responde el líder de los bandidos–. Aún tendremos tiempo para hablar sobre nuestros asuntos.
¿Asuntos? ¿Qué asuntos en común podrían tener?
–De acuerdo –asiente Dima.
–No puedes dejar sola a una chica así –concluye el bandido en voz ronca e inclina su cabeza hacia un hombro, observando cómo reacciono a sus palabras.
Me estremezco por dentro.
–Vámonos, Katya.
Mi amigo me empuja suavemente hacia la salida. Se me doblan las piernas de tanta preocupación. Si Dima no me sostuviera por los hombros, me tropezaría en los escalones camino a la calle.
No miro hacia atrás, pero siento su mirada. Es detenida. Pesada.
Salvaje me penetra con su mirada. No me quita los ojos de encima.
Si tan solo dejara de observarme. Si tan solo se olvidara por completo de mi existencia.
Recobro el aliento cuando la enorme puerta se cierra detrás de mí. Aspiro el aire fresco de la noche. Me cuesta mucho calmarme.
Dima abre ante mí la puerta de su auto, luego se sube al volante y enciende el motor.
–¿Desde cuándo lo conoces? –pregunto en voz baja.
–Desde niño –responde Lebedev–. Estudiamos juntos desde el primer curso.
–¿Y desde cuándo es tu amigo? –trago saliva.
–Damián es más que un amigo –dice Dima–. Es como un hermano para mí.
–Nunca me has dicho nada sobre él –digo en voz baja.
–Es que estuvo ausente –se encoge de hombros.
Su mejor amigo cumplía condena en la prisión. Por eso Dima no me contó nada sobre él.
El auto se pone en marcha. La mayor parte del viaje la pasamos en silencio.
–Veo que no te ha gustado Damián –dice mi amigo.
Instintivamente me abrazo a mí misma.
–Tiene un carácter complicado –explica–. Pero créeme, Damián es una buena persona. Y un verdadero amigo.
Y pensar que yo creía que Dima sabe quiénes son sus amigos.
En una cárcel no hay presos inocentes. Todavía no sé qué crímenes cometió Salvaje. Pero sé que al salir no esperó mucho tiempo para meterse en nuevas “hazañas”.
Es una verdadera escoria. Y enseguida supo conseguir un arma de fuego.
–¿De qué asuntos estaba hablando? –frunzo el ceño, acicalando nerviosamente mi cinturón de seguridad.
–Queremos montar un negocio.
La respuesta es abrumadora. Mi reacción se refleja en mi cara, Dima sonríe al notarla.
–Katya, ya veo que Damián no te agrada –dice–. Pero ahora pareces estar preocupada por mí. ¿Qué te pasa?
“¡Tu amigo es el líder de una pandilla!” –tengo ganas de gritarle–. “Ese engendro irrumpió en nuestra oficina hoy por la mañana. Intentó violarme".
Pero prefiero quedarme callada. Es mejor que no hable demasiado.
Salvaje es un hombre peligroso. Y Dima, si descubre la verdad, definitivamente querrá protegerme de él.
–Katya? ¿Me estás escuchando?
–Ha sido un día difícil –sonrío nerviosamente–. Estoy cansada.
–Quieres que ponga la música.