No puedo ni hablar. Trago la saliva y miro por la ventanilla. Veo el coche accidentado y a la gente amontonada que intenta alejarse del coche lo más posible.
–Katya, ¿cómo estás? –me pregunta Salvaje, obligándome a alejarme de la ventanilla. Y, mirándome directamente a los ojos, añade–: Estás muy fría, como si estuvieras hecha de piedra.
–Estoy bien –respondo en voz apagada.
En cuanto termino la frase, de repente se oye un rugido monstruoso. Me estremezco, literalmente me quedo aferrada al asiento. Instintivamente doy la vuelta y observo, totalmente horrorizada, lo que sucede de otro lado de la ventanilla.
El coche explota en llamas. Así como advirtieron los policías.
Qué bien que ya no hay nadie dentro del coche. Y si Salvaje se hubiera demorado aunque fuese un poco, si no hubiera logrado sacar a aquel joven, si él mismo se hubiera quedado atrapado en el salón del coche...
Un nudo tenso aparece en mi garganta. Ni siquiera quiero seguir pensando en eso.
El equipo de emergencias llega al lugar cuando ya queda poco del coche que está totalmente carbonizado. La cuenta atrás fue por unos pocos minutos.
–Vámonos –dice Salvaje–. Necesito encontrar una gasolinera.
El coche se pone en marcha, y mi corazón late tan fuerte que no puedo escuchar mis propios pensamientos. Se me pone la piel de gallina, y muy está muy fría. Estoy temblando por tanta emoción acumulada en mi interior.
La imagen sigue ante mis ojos. Como vuelan unos escombros entre las llamas. Como Salvaje saca al chico del coche. Como gritan los policías intentando a advertir a los curiosos sobre una posible explosión.
Seguimos con nuestro viaje. Aprieto mis dedos nerviosamente. Estoy tratando de calmar mis nervios.
Al girar el coche, la carpeta con los documentos que había dejado encima del panel frontal, se cae. Directamente sobre mis rodillas. Y me hace dar un salto de sorpresa.
Me cuesta mucho recuperar el aliento.
El camino se ve borroso ante mis ojos.
El coche se detiene en una gasolinera, y yo dejo la carpeta en su lugar y me abrazo a mi misma instintivamente.
–Vamos a salir –de repente me propone Salvaje–. Vamos a tomar un café.
Asiento distraídamente.
–No me gusta cómo te ves –de nuevo intercepta mi mirada.
–Tienes una mancha de sangre –trago la saliva.
Levanto mi mano para señalar su sien, donde se le ha quedado una huella de color carmesí.
–Y en tus manos también –agrego en voz baja.
–Ahora me voy a lavar –responde uniformemente.
Entramos en una cafetería que se encuentra en la gasolinera. Me siento en la mesa y Salvaje va directamente al baño. Miro hacia adelante sin pensar.
Aquí, dentro, suena una música ligera. Hay mucha gente alrededor de nosotros.
Pero yo no noto nada. Las imágenes terribles del accidente siguen pasando por mi mente.
–¿Quieres un café? –su voz ronca me distrae.
Salvaje se sienta enfrente de mí.
–¿Qué deseas? –me pregunta, y al ver que no puedo soltar ni una palabra, añade–: ¿Katya?
–Sí.
–¿Sí qué?
Sus dedos calientes cubren mi mano. De inmediato levanto mis ojos. Lo miro. Lo veo sonreír. Involuntariamente le devuelvo la sonrisa.
–Sí, ya estoy bien –por fin respondo–. Quiero un capuchino.
–¿Eso es todo? –levanta una ceja.
Asiento con la cabeza.
Solo ahora acabo de darme cuenta de que al lado de nuestra mesa se encuentra una camarera que nos toma el pedido. Quizás, ella me lo había preguntado varias veces, pero yo no la estaba escuchando. Me encontraba muy lejos de aquí.
En seguida nos traen nuestro café.
–¿Quieres comer algo?
Salvaje me está observando detenidamente.
–No, gracias –me niego con la cabeza.
Remuevo la espuma exuberante de mi capuchino. Siento su mirada, por un instante me olvido del café y me hundo en el mar de sus ojos azules.
–Puedo reprogramar la reunión –me asegura.
–Pero ese inglés… –balbuceo–. Se va mañana, ¿verdad?
–Podemos hablar con él mañana por la mañana.
–No –respondo rotundamente–. Hay unos asuntos importantes que están en el juego. ¿Y si mañana sucede algo?
–Te veo muy cansada –dice Salvaje.
–Ya he descansado un poco –toso para aclarar la garganta–. Llenemos el tanque y vámonos.
–¿Segura?
–Por supuesto que sí –tomo un sorbo de capuchino, y de inmediato un calor agradable se extiende por mi garganta–. Voy a revisar los documentos una vez más. ¿Cuánto tiempo falta para la llegada de su vuelo?