Salvaje

20

–Si aparece una habitación disponible, por favor, avísenos –pido antes de marcharme detrás de la enorme figura oscura de Salvaje.

–Por supuesto –asiente el administrador tomando nota en la computadora–. Pero por ahora no puedo prometerle nada.

–Lo entiendo. Gracias.

Tenemos que pasar tres largas noches en este hotel.

¿Cómo voy a ducharme? ¿Cómo podré dormir tranquila? ¿Cómo voy a pasar tanto tiempo a solas con Salvaje?

Me abrazo a mí misma. Trato de calmarme, pero no puedo.

¿Por qué Lebedev ha reservado una suite para nosotros dos?

Mientras subimos en el ascensor, intento llamarlo.

Su teléfono está apagado. Vaya, genial. Me pregunto si en los otros dos hoteles también me espera la misma “sorpresa”. Me gustaría saberlo de antemano. Para estar preparada para lo que viene.

Quiero guardar mi teléfono móvil en el bolso. Tiro nerviosamente de la cremallera, pero no se abre. Es como si la cremallera estuviera atascada, se me hace imposible abrir el compartimento necesario. Aprieto el metal con tanto desespero que me lastimo un dedo. Sin querer lanzo un grito apenas audible.

–Déjame ver –dice Salvaje.

Agarra mi bolso. Examina el estado de la cremallera. Rápidamente ajusta algo y al instante abre el bolso.

–No te pongas nerviosa –dice–. Voy a dormir en el sofá.

Sus palabras no me lo hacen más fácil. Ni siquiera quiero pensar en dormir en la misma cama con él.

Las puertas del ascensor se abren, salimos afuera.

En la habitación me espera un verdadero shock.

La vista de la ciudad es realmente impresionante. En lugar de una pared habitual hay un cristal macizo desde el suelo hasta el techo. El jacuzzi está justo al lado de esta pared de cristal.

Pero eso no es nada. No es obligatorio que use el jacuzzi.

Lo peor es que también el baño está a la vista. Las paredes son transparentes. Están hechas de un cristal ligeramente oscurecido, pero esto no salva la situación, porque a través de la pared se puede distinguir la ducha e incluso unos frascos con productos de baño que se encuentran en un estante.

El diseño de la habitación es tan llamativo que no me doy cuenta inmediatamente de otro detalle muy importante: en la suite no hay sofá. Sólo una cama enorme.

No puede ser peor.

–Que buen diseño –sonríe Salvaje.

Nuestras miradas se topan, y él inclina la cabeza hacia un hombro examinando mi reacción, como si quisiera captar cada emoción mía.

–No –digo en tono aburrido–. No está nada bien.

–¿Necesitas tomar una ducha? –me pregunta Salvaje y, sin esperar mi respuesta, continúa bruscamente–: Estaré abajo. La reunión será a las seis de la tarde.

Sale de la habitación cerrando la puerta de un portazo.

Este comportamiento suyo no me tranquiliza. Al contrario, levanta más sospechas. ¿Por qué será?

Cierro la puerta con un cerrojo, para que Salvaje no pueda abrirla desde afuera incluso con la tarjeta de acceso. No me voy a duchar. Pero así me siento un poco más tranquila.

Después de dudar un poco, me siento en un sillón. Me escabullo arrimándome al espaldar. Saco la carpeta con los documentos y mis propias notas que estaba tomando.

Pero me cuesta concentrarme en el trabajo.

El tiempo pasa rápidamente. Y la reunión también pasa rápido, porque estas dos horas resultaron ser llenas de una información importante. En algún momento me desconecto por completo, y ya no pienso en dónde y, lo más importante, con quién debo pasar la noche.

El pánico vuelve a apoderarse de mí cuando salimos del salón de conferencias.

–¿Por qué estás tan tensa? –me pregunta Salvaje.

Aparentemente, la expresión de mi cara se ha cambiado dramáticamente. No puedo controlar mis propios sentimientos. No puedo ocultar lo que siento.

–Ve a la habitación –propone mirándome a los ojos detenidamente–. Si necesitas tomar un baño, solo tienes que decírmelo. No te voy a molestar.

–Sabes, prefiero antes terminar mi trabajo aquí mismo –toso para aclarar la garganta –. En el vestíbulo del hotel. Hay que preparar unos documentos para mañana.

El hotel cuenta con todas las condiciones para trabajar. Lo pensaron todo en el más alto nivel. Desgraciadamente, no puedo decir lo mismo del baño transparente.

–No te quedes trabajando hasta muy tarde –dice Salvaje–. Mañana tenemos que levantarnos temprano.

–Si, entiendo.

–¿Dónde vas a cenar?

–Aquí mismo –no encuentro mejor salida que señalar el restaurante del hotel y añadir apresuradamente–: Además, tengo que llamar a mis padres y hablar con ellos.

–Primero cena –aconseja tranquilamente–. Y luego puedes seguir trabajando.

Se da vuelta y se marcha.




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