Salvaje

25

Su pregunta provocativa hace que salga volando de la habitación.

Echar una siesta juntos. Cómo no. No quiero ni pensar en su “siesta”. Su mirada elocuente fue más que suficiente para mí. Salvaje sabe mirar de tal manera que todo queda claro sin palabras.

Сuando voy de camino al restaurante me llama Lebedev. Charlamos un rato y finalmente me atrevo a preguntar:

–Dima, ¿qué hacías en la comisaría aquella noche?

–Estaba ayudando a mi padrino –responde–. Tiene muchos asuntos importantes que resolver. Le estaba ayudando.

–Comprendo.

–¿Katya? –su pregunta interrumpe una larga pausa–. ¿Qué te ha pasado?

–Nada, solo estaba pensando –balbuceo, porque tengo una suposición tan estúpida, que incluso yo tengo dudas si vale la pena continuar con el tema.

–Habla.

–Creo que tenemos problemas con nuestra empresa –por fin me atrevo a decir–. Primero tú vas a la comisaría en el medio de la noche, luego Salvaje abandona el restaurante para resolver un problema…

–¿Has estado en el restaurante con él? –pregunta Lebedev–. ¿Por la noche?

–Sí –trago la saliva–. Fuimos a cenar después del trabajo.

–Creía que no te gustaba su compañía.

En el tono de voz de Dima, que siempre estaba tan tranquilo, de repente surgen unas notas extrañas. Es como si estuviera... ¿molesto?

–Dima… – empiezo, pero no me da tiempo para decirle ni una palabra más.

–Me alegro de que se hayan hecho amigos –Lebedev me interrumpe bruscamente–. Lo siento, Katya, tengo muchas cosas que hacer hoy. Te llamaré más tarde.

Observo como se apaga la pantalla de mi teléfono móvil. Distraída, doy unos pasos hacia adelante y me siento en la primera mesa que veo.

No recuerdo que Dima antes me hubiera hablado de esa manera.

Prefiero quedarme abajo, en el vestíbulo. No tengo prisa por ir a mi habitación. Es una pena que no haya cogido mi laptop. Ahora podría estar trabajando en vez de perder el tiempo. Pero también puedo completar unas cuantas tareas desde mi teléfono móvil.

–¿Preparada para el viaje? –una pregunta corta me distrae de mis pensamientos.

Salvaje se sienta frente a mí. Está sombrío. Concentrado. Sus ojos de inmediato se fijan en mi cara.

–Tengo que subir a la habitación –agarro mi teléfono móvil con más fuerza–. Enseguida voy a volver.

–Vale.

Pronto ya estamos sentados en el coche.

Salvaje no está de humor para hablar. El camino pasa en silencio. Es un hecho que debería hacerme feliz, pero en realidad solo me siento más preocupada, porque siento la presión de su mirada pesada.

Me calmo un poco cuando en el hotel nos asignan las habitaciones distintas. No tengo tiempo para tomarme una ducha o cambiarme de ropa, pero me relajo tan sólo de pasar unos pocos minutos sola en la habitación.

Y luego voy a la reunión de trabajo. Estamos discutiendo los detalles del contrato con uno de nuestros nuevos proveedores.

Le paso la carpeta  al proveedor, y él inesperadamente cubre mi mano con la suya. Obviamente no es una casualidad. Roza mis dedos. Yo bruscamente retiro mi mano.

El hombre se comporta como si nada hubiera pasado. La mirada de Salvaje se pone sombría.

–Katya, déjame ver –dice insinuantemente.

Y de repente cambia de posición; ahora se sienta de tal manera que se interpone entre el proveedor y yo.

–Aquí tiene –el proveedor me devuelve la carpeta.

–Déjame echar un vistazo –dice Salvaje.

Y coje la carpeta antes de que yo pudiera hacerlo.

–¿Cuáles son sus planes para esta noche, Katya? –pregunta el proveedor cuando la reunión llega a su fin–. Si no le importa, podríamos cenar juntos en algún lugar. Mi amigo es dueño de un maravilloso restaurante en el centro.

–No, gracias –respondo de una manera uniforme.

–¿Está segura? Le mostraré nuestra hermosa ciudad y...

–Ella estará ocupada –bruscamente responde Salvaje.

La expresión de la cara del hombre cambia en un instante.

–Entiendo –asiente con la cabeza.

–Le acompañaré hacia la salida, vámonos –se ofrece Salvaje.

En todas las reuniones posteriores él ocupa el asiento que le permite interponerse entre los proveedores y mi persona como un muro.

Una vez en el nuevo hotel, hablamos exclusivamente sobre nuestro trabajo. No desayunamos juntos, tampoco nos encontramos para salir después de las reuniones de trabajo.

Es algo inusual. Sobre todo, la primera noche cuando comprendo que por fin puedo dormir tranquila, que ya no se oye la respiración agitada de Salvaje que duerme en el suelo, al lado de mi cama.

Como resultado, me cuesta coger el sueño.




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