Salvaje

31

–¡Pero si es un club nocturno! –digo asombrada.

Un letrero de neón parpadea en el medio de la oscuridad de la noche. La música rítmica suena a todo volumen. Una multitud de gente está amontonada cerca de la entrada. Los coches siguen llegando uno tras otro, llenando por completo el aparcamiento. Está claro que hoy el sitio estará lleno.

Salvaje baja del coche y abre la puerta para que yo también pueda bajar. Se le ve absolutamente tranquilo, como si no estuviera pasando nada especial.

¿Qué tipo de reunión de negocios se puede concertar en un club nocturno?

–Nos dieron una segunda oportunidad –dice sonriendo cuando nuestras miradas se cruzan y me ofrece su mano para ayudarme a bajar del coche.

–¿Quién? ¿El mismo proveedor que me envió la respuesta negativa?

–Sí.

–¿Y por qué ha cambiado de opinión?

–Le hice una propuesta que no pudo rechazar.

Karímov habla por teléfono en un idioma que no entiendo, luego guarda su móvil y dice:

–Nos están esperando.

Salvaje me agarra de la mano y me lleva al club. Su mano enorme aprieta firmemente mis frágiles dedos. Es extraño pero me siento que así es cómo tiene que ser. Mi primer impulso era de retirar mi mano, pero después de mirar a mi alrededor, decido no apresurarme.

Los clientes de aquí son peores que los de “El Cartel”. Parece que hoy aquí tienen una fiesta privada para un grupo de pandilleros. Las caras de los invitados hablan por sí mismas.

También me doy cuenta de que muchos de ellos conocen a Salvaje. Saludan a él y a Karimov, los invitan a sentarse en su mesa, pero ellos no aceptan las invitaciones.

De repente un tipo se acerca hacia mí con una sonrisa lasciva, pero enseguida retrocede bruscamente y se pierde entre la multitud.

Me doy la vuelta y veo cómo se oscurecen los ojos azules de Salvaje, cómo aprieta con fuerza sus fuertes mandíbulas, cómo las venas se tensan bajo su piel morena. Cuando Salvaje me mira, la expresión de su rostro cambia drásticamente, enseguida su cara se vuelve tan suave y llena de ternura que cualquiera pensaría que delante de mí se encuentra otra persona.

–La reunión tendrá lugar en un salón privado –dice inclinándose encima de mí–. En el segundo piso.

–Bien.

–¿Quieres tomar algo? –me muestra la barra con un ligero movimiento de cabeza.

–No. No bebo.

–¿Ni siquiera agua mineral? –sonríe.

Sus labios se hallan demasiado cerca de mi cara. Y eso parece totalmente normal, ya que el sonido de la música es tan fuerte que de otra manera no se oye nada. Pero cuando nos encontramos tan cerca, de inmediato aparece una tensión entre nosotros.

–Gracias, no quiero nada –digo.

–Cuando quieras algo, solo dímelo.

–¿Por qué la reunión se lleva a cabo en un lugar así?

–Porque aquí nadie podrá oírnos.

–¿Nos estamos escondiendo de alguien? –arrugo la frente–. ¿O estamos haciendo algo ilegal?

Salvaje se arrima hacia mí aún más. Cada vez hay más gente a mi alrededor, así que me lleva a un lado y se cierne sobre mí; su respiración pesada quema mi mejilla. Cuando intento alejarme, me golpeo contra la pared con mi espalda.

Y él ni siquiera se da cuenta de lo incómodo que estamos. Cada vez se acerca más y más hacia mí. Pone su mano al lado de mi hombro apoyándose contra la pared, como si quisiera separarme de todo el mundo.

–No se trata sólo de nuestros negocios habituales –me susurra al oído–. Estamos empezando un negocio nuevo.

–¿Cuál es?

–La construcción.

–¿Y esto qué tiene de criminal? –pregunto.

–Nada, pero nos pueden robar las ideas –responde–. Hay mucho dinero moviéndose por ahí.

El rincón oscuro en el que nos encontramos está iluminado por destellos de neón de muchos colores. Unas chispas peligrosas se encienden en los ojos de Salvaje. Su mirada hace que me ponga nerviosa.

–Vámonos, ya es hora –digo–. Karímov dijo que ya nos están esperando.

–Vámonos.

Rodea mi cintura con su brazo ayudándome a pasar entre la gente. Y de nuevo su toque me pone tensa.

Siempre es así cuando estoy con él. Las emociones a flor de piel.

Me relajo un poco cuando subimos las escaleras y entramos en un salón espacioso y poco iluminado. Unos guardias de seguridad abren la puerta delante de nosotros. Un pasillo oscuro nos conduce al otro salón.

Aquí casi no se oye la música.

Veo a Karímov hablando con un hombre de pelo negro. Se da la vuelta al escuchar nuestros pasos, asiente con la cabeza, saluda a Salvaje y luego posa su mirada en mí. Siento que la mano que me abraza por la cintura se vuelve más pesada. No, Salvaje no me aprieta con más fuerza, sus dedos no se mueven. Es sólo una impresión mía.




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