–Katya –me está llamando mi amiga Polina–. Katya, ¿me estás escuchando? ¿Cuánto tiempo puedes seguir leyendo ese libro? Estoy segura de que lo hayas leído más de cien veces.
–Lo siento, estoy un poco distraída –murmuro cerrando el libro.
De hecho, no recuerdo nada de lo leído. Es difícil pensar en economía internacional cuando mi mente en realidad está lejos de aquí.
–¿Por qué Shcheglova está enojada contigo? –pregunta Polina.
–No me he dado cuenta de eso –me encojo de hombros–. ¿De dónde lo sacaste?
–Bueno, últimamente no te das cuenta de nada –dice arrastrando las palabras y entrecerrando los ojos–. Realmente andas todo el tiempo distraída. ¿Estás enamorada o algo así?
–Polina, detente –guardo el libro en mi mochila tratando de ocultar el sentimiento de la incomodidad que me invade–. Como te gusta inventar cosas...
–Así que solamente estás pensando en los estudios –suspira–. Que pérdida de tiempo, deberías hacerle caso a Dima. Me gustaría que me acortejara un chico como él…
Ella pone los ojos en blanco, y yo sonrío nerviosamente.
–Polina, Dima y yo sólo somos amigos.
–Como tú digas –sacude la cabeza–. Pero te aconsejo que tengas cuidado con Rita Shcheglova. Ella es mala. Ayer después de clases me quedé para hablar con la curadora. ¿Te acuerdas? Pues, también vino Rita para preguntar por la nota de su examen. Se puso a preguntar por qué le habían puesto una calificación más baja si había copiado todas tus respuestas que a priori eran correctas.
–¿Y qué le dijo la curadora?
–¿Qué podría haberle dicho ella? –se encoge de hombros–. Prometió investigar el asunto. ¿Sabes quién es el padre de Shcheglova? Es director de una planta metalúrgica. Nuestro rector le tiene respeto. En fin, a Rita siempre le ponen buenas notas. Así que ten cuidado. Si ella está enojada contigo, ya verás que no te dejará en paz.
–No hablo mucho con ella –frunzo el ceño–. No entiendo cuál es su problema.
–Me he dado cuenta de cómo te mira últimamente –continúa Polina–. Algo ha cambiado en su comportamiento después de las vacaciones. Ayer también dijo otra cosa. No solo hablaba de la nota del examen. Sino también dijo que tú le habías quitado una beca. Que te eligieron a ti en vez de ella.
–¿Una beca? –no puedo dejar de preguntar.
–Sí –asiente la amiga–. No entiendo de qué estaba hablando Shcheglova. ¿Qué beca? Nuestra universidad no ofrece becas.
–Hay becas –respondo en voz baja–. Fue la misma curadora la que me invitó a participar en un programa, pero no se permitía a los participantes a hablar sobre el asunto. Hasta ahora solo sé que he pasado la primera etapa. La decisión final se tomará dentro de un mes.
–Bueno, ahora entiendo. Todo encaja –concluye Polina–. Supongo que Shcheglova no llegó a la segunda etapa, por eso está furiosa. Ella cree que eres la niña mimada de los profesores, por eso ellos siempre te eligen a ti.
–Allí nada depende de nuestros profesores.
–Por lo visto, Shcheglova no lo cree así. Está segura de que tú le quitaste la victoria, así que ahora no te dejará en paz tan fácilmente –dice Polina–. En fin, basta ya de hablar de esta perra. Mejor cuéntame ¿cómo está tu apuesto jefe?
Es una pregunta que no esperaba, por eso resulta algo dolorosa.
–Está trabajando –me encojo de hombros nerviosamente.
–¿Ya tiene una novia?
Siento un pinchazo doloroso. Pero inmediatamente trato de reprimir todas las emociones no deseadas. Salvaje es un hombre libre. No tenemos una relación. Así que si él decide...
Espera… ¿Una relación? ¿En qué estoy pensando?
Me enfado conmigo misma por mi propia reacción.
–No lo sé –respondo en tono aburrido–. Quizás, tiene a alguien.
–¿Qué te parece trabajar con él?
–No está mal.
Aunque no nos vemos desde que hayamos regresado del viaje de negocios. Nos pusimos de acuerdo que la próxima semana me dedicaría exclusivamente a los estudios. Y luego le he pedido ampliar el plazo. Las tareas del trabajo las puedo completar de modo de teletrabajo.
Me las arreglo por ahora. Y luego ya veremos.
–Qué hombre tan atractivo –exclama Polina–. Puede encantar a una mujer con tan solo una mirada. ¿Acaso no te gusta?
Por suerte, suena la campana anunciando que empiezan la clase, y nuestra conversación termina ahí.
No me gusta. No me gusta para nada Salvaje.
Lo repito, pero no puedo convencerme ni a mí misma. Sobre todo, después de lo que pasó entre nosotros en el hotel. Mis mejillas están ardiendo cada vez que lo recuerdo.
No quiero ni pensar en cómo habría terminado, si no fuera porque alguien haya tocado a la puerta.
¿Qué me pasó?..
Nos entregan las hojas de examen; ojeo las preguntas y siento que no puedo concentrarme. De nuevo mi mente está lejos de aquí.