–Vamos a pasar por una óptica –dice Dima cuando por fin estamos en su coche; arranca el motor y se vuelve hacia mí–. Hay una muy buena cerca de aquí.
–¿Para qué? –respondo distraídamente.
Todavía no me he recuperado del todo de lo que ha pasado, aún sigo temblando.
–Necesitas unas gafas nuevas –dice Lebedev tranquilamente, pero enseguida frunce el ceño al ver mis manos.
Me tiemblan los dedos. Me aferro nerviosamente a la correa de mi mochila. Estoy a punto de meter las manos en los bolsillos de mi chaqueta, pero Dima no me deja. Aprieta mis manos con la suya. Su apretón no es fuerte, pero bastante perceptible. Es un gesto de confianza que me da una sensación de protección. Y en este momento no quiero alejarme de él para nada.
–Nadie más te va a molestar, Katya –dice Lebedev abruptamente mirándome a los ojos–. Y estos dos… Puedes dejar de preocuparte. No te harán nada.
El silencio se rompe al sonar el teléfono móvil.
Dima saca su teléfono, pero no me suelta. Se pone sombrío al echar una mirada a la pantalla, duda un poco antes de responder la llamada.
–Sí –dice bruscamente, y luego agrega–: Sí, entiendo.
No puedo oír la voz de su interlocutor. Pero creo que están hablando sobre un asunto importante. La mirada de Lebedev cambia por completo.
¿Malas noticias?
–Voy a llegar más tarde –al final dice Dima–. Mis planes han cambiado.
Mira su reloj.
–Ahora tengo cosas que hacer –dice–. Nos veremos a eso de las nueve.
–Si tienes que irte, vete, no hay problema –empiezo y me callo al ver que Lebedev niega con la cabeza; y luego añado en voz baja–: Estoy bien.
Dima sonríe y otra vez me aprieta suavemente las manos.
–De acuerdo, hagámoslo así, ya te mandaré los datos –sigue hablando por teléfono–. Hasta luego, Damián.
Solo ahora me doy cuenta de que Dima estaba hablando con Salvaje. La sangre se me sube a las mejillas. Como siempre, cuando pienso en él. No puedo olvidar aquella noche de locura que pasamos en el hotel.
Sacudo la cabeza tratando de ahuyentar las imágenes que invaden mi mente. Mis emociones son demasiado confusas.
–¿Qué ha pasado? –pregunto al ver a Lebedev escribir rápidamente un mensaje después de cortar la llamada–. Estoy muy bien, Dima, no te preocupes. Puedes irte si quieres. Será mejor que nos veamos mañana.
–Son cosas de trabajo –contesta–. Salvaje puede resolverlas sin mí.
Asiento con la cabeza, y me aparto de él abrochándome el cinturón de seguridad.
El auto sale del aparcamiento.
–¿Quieres ir al cine? –me pregunta Dima.
Paramos en un semáforo, y Lebedev me pasa su teléfono, para que pueda ver la página web con todos los estrenos de esta semana.
–Elige una película –dice.
Leo las reseñas. Pero la voz ronca de Salvaje resuena en mis oídos. Él también me invitó al cine hace poco.
Basta. ¿Por qué de nuevo estoy pensando en él?
Dima y yo a menudo salimos juntos a ver las películas. Hubo un tiempo en que íbamos al cine todos los fines de semana. Cuando él aún no trabajaba para su padrino y tenía tiempo libre.
Por cierto, aquí está la continuación de una popular serie de comedia. Debe ser una película divertida.
El auto se detiene, y miro hacia afuera. Más adelante se puede ver un cartel de una tienda de óptica. Esto significa que Lebedev sigue con su idea.
–¿Prefieres ir a otro local? –pregunta captando mi mirada–. ¿Conoces una mejor óptica por aquí cerca?
–No, Dima, esta óptica es buena –respondo, devolviéndole el teléfono–. Pero tengo en casa otras gafas. Así que no es urgente.
–Vamos, Katya.
–Si pasamos por mi casa, no nos dará tiempo para ver la película –explico–. Empieza dentro de unos veinte minutos. Si no llegamos a tiempo, tendremos que esperar más de dos horas.
–Esperaremos –concluye Dima, sacando las llaves del motor–. Mejor aún. Iremos a un restaurante antes de la película.
No sirve de nada discutir con Lebedev.
Un oftalmólogo me hace la medición de la vista y escribe una receta de gafas. Ahora sólo queda hacer un pedido. La chica vendedora me entrega un formulario para llenar.
–Le enviaremos un mensaje cuando sus gafas estarán listas para recogerlas –dice–. La entrega suele ser en dos semanas.
–¿Hay otra opción? –pregunta Dima de inmediato.
–Lamentablemente no –responde la chica con una sonrisa profesional en los labios–. Este es un período de espera estándar.
Y entonces Lebedev sonríe amablemente.
–Las necesitamos lo más antes posible –dice.
Quiero decir que no es urgente, pero las palabras no salen de mi boca. No me da tiempo, porque aún estoy llenando el formulario.