—Ya no llores pequeño, vas a lograrlo.
—¿Cómo? Es tan difícil controlarlo ¿Por qué esto no le sucede a los demás?
—La vida nos da pruebas, y esto es lo que te ha tocado, por eso debes ser fuerte.
—¡Yo soy fuerte! Pero él es demasiado.
—Paciencia pequeño, ya lo dominarás.
Conversación entre Wendy Anne Turner y su hijo de siete años.
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Piedra, el techo era de piedra. Tenía una lámpara que colgaba de él, pero lo más extraño y llamativo era esa cuerda que colgaba de ella, era plana en su mayoría pero redonda y fina en su extremo.
Bajó la mirada siguiendo esa cuerda y notó que tenía su pierna envuelta en yeso y colgando de la cuerda.
Dolía. Mucho. Pero entre la confusión, la incapacidad de reconocer dónde estaba y la dificultad que tenía para encontrar sus memorias, el dolor sólo era un aditivo que hacía su corazón latir inquieto.
Intentó concentrarse en otra cosa, ya había pasado demasiado tiempo viendo el techo. Enfocó su mirada en un objeto plano y negro a la distancia, parecía una pantalla de televisión, lo raro era que estaba colgada de una pared de piedra.
Debía ser una habitación, no de un hospital, si no de alguien que lo había puesto sobre la cama.
Al lado de la pantalla vio un armario de madera color caoba decorado por flores del mismo material, más allá de esté había una puerta de madera cerrada. Girando su vista lentamente, vio que en el otro extremo había otra puerta de madera más oscura que estaba entre abierta y por la cual se filtraba algo de luz amarilla.
La decoración terminaba con una enorme ventana con cortinas color violeta claro.
Toda la habitación en la que había despertado era de piedra, y eso le hacía sentir como si estuviese en un calabozo medieval. Tragó saliva, tenía un horrible sabor a sangre en la boca, intentó mover sus manos, sus extremidades respondieron con lentitud a sus demandas, pero al final pudo levantarlas no sin sentir un dolor punzante.
Las cicatrices apenas se podían ver por la escasez de luz.
—Despertaste.
Una voz femenina lo asustó, no esperaba la aparición de una mujer en su calabozo, esperaba al tipo de persona que lo mataría lentamente.
Paranoia. Le resultaba conocida.
¿Qué clase de asesino en serie lo traería a una cómoda cama y sanaría sus heridas?
Porque de otra forma, no explicaba la existencia del yeso que inmovilizaba su pierna.
—¿Q-q-quién e-res?
Desde lejos le costaba verla con nitidez, la oscuridad envolvía la habitación casi por completo.
La figura de ella se movió con cautela, rodeó la cama y se acercó, consciente de su atenta mirada, encendió una suave luz de una lámpara pequeña.
Tenía el cabello largo, liso y de color negro, por el brillo anaranjado, su piel parecía apenas morena y sus ojos eran marrones. Sus rasgos le hacían suponer que tenía ascendencia latina. La vista era interesante, mucho.
—Soy Eleine. —Dijo con seriedad, se cruzó de brazos y lo miró— ¿Quién eres tú?
Intentó buscar sus recuerdos, pero todo lo que tenía en su mente eran lagunas, por todos lados, que sumergían todo lo que era en un abismo en el que no tenía acceso, no recordaba su nombre.
Eleine.
Era un bonito nombre, uno que nunca había oído, aunque el vacío de su mente no le ayudaba a confirmar eso, sin embargo, le gustaba más de la cuenta.
—N-n-no puedo recordar ¿Q-q-qué me s-sucedió?
—Espera, te traeré agua.
La vio entrar por la puerta cercana al armario y regresar con un vaso de plástico color rosado. De cerca su apariencia le pareció más intrigante, tenía una cicatriz que bajaba de forma vertical desde su mandíbula inferior hasta la base de su cuello, era fina pero perceptible.
—Bebe. —Ordenó—. Es agua.
Cerró los ojos con fuerza cuando levantó su cabeza para beber el líquido frío, ella le ayudó inclinando el vaso pero no impidió que parte del agua se derramara en su pecho.
—¿Quieres más?
Miró su perfil un par de segundos, el brillo de luz arrancaba destellos rojizos de su cabello oscuro. Volvió a tragar saliva en un nuevo intento por aclarar su voz.
—Por favor.
Ella repitió su acción y esta vez él tuvo que hacer un esfuerzo y soportar el dolor atroz en su nuca para tomar toda el agua posible.
—Gracias. —Dijo, su voz sonaba menos ronca, era un poco profunda.
Eleine lo miró a los ojos, la mujer tenía fuerza en ellos pero también algo oculto, peligroso, como si esa frágil apariencia externa albergara una emoción y un poder destructivo.
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Editado: 09.12.2018