Día 4
Ese día Grace despertó peor de lo normal. Su salud había empeorado. La cabeza le dolía mucho más, igual que todo su cuerpo, y sintió como de ese día no iba a pasar.
Como cada mañana se levantó, un poco más lenta de lo normal y bajó a la cocina a por un vaso de agua. Se sentó en el suelo, delante del friegaplatos, y observó cómo se hacía de día. Eran casi las seis y se maldecía por haber madrugado tanto.
En la casa de al lado, Aiden llevaba media hora despierto. Por sorpresa de su madre y hasta suya, se había duchado, había desayunado y estaba acabando de preparar la mochila para ese día de instituto.
Hoy él había decidido que conseguiría mantener una conversación con ella, aunque le costase, y quiso hacerlo temprano porque ayer se fue dejándola sin más y quería arreglarlo. No sabía ni cómo ni cuándo lo haría, pero seguro no pasaba de hoy.
De camino a la puerta en lo primero que pensó fue en el primer día. El único día que la vio. En ese momento algo se rompió en él y muchas preguntas llegaron a su mente aunque solo una sobresalía de tal manera que le carcomía. ¿Cómo era posible que una chica de su edad, aparentemente, llegara a ese punto en su vida? Esa pregunta se la llevaba haciendo día y noche pero no conseguía encontrar la respuesta correcta.
Llevaba cuatro días con la misma rutina: salía del instituto, se sentaba delante de la puerta e intentaba mantener una conversación con su vecina.
-¿Qué haces últimamente sentado ahí?
Su madre le preguntó eso en una ocasión pero Aiden simplemente dijo que ya le contaría.
Esta vez se quedó de pie y después de varios intentos de escuchar algo se frustró. ¿Por qué no le hablaba? Hoy ni siquiera sabía si ella le escuchaba, la casa parecía verdaderamente vacía.
-¡Por favor!-el grito salió de lo más profundo de la garganta del chico e hizo que Grace pegase un saltito en el sitio.
Como si un fantasma la estuviese llevando, la chica se levantó del suelo y caminó hasta pararse en frente de la puerta, colocando la mano encima del pomo pero sin estar segura de si debía abrir o no. Aiden, cansado de esperar, dio media vuelta. Tal vez ella no estaba, tal vez estaría durmiendo, tal vez podría intentarlo mañana. Entonces, justo cuando él estaba por salir del jardín, Grace giró el pomo de la puerta y la dejó entreabierta. No sabía si estaba haciendo lo correcto reteniéndolo, pero ya estaba hecho y no había marcha atrás.
Él paró en seco y dio media vuelta. Con la respiración al mínimo, hasta el punto de pensar que estaba muerto, caminó de vuelta. Ella había dado un paso, le había abierto la puerta.
Los dos sabían que ella necesitaba a alguien. Tal vez no a él, pero si necesitaba de otra persona. Él se prometió salvarla aun sin saber que ella no quería ser salvada. Y quizás fue la mejor promesa que hizo.
O quizás no.
Grace quitó la mano del pomo y simplemente se paró delante de la puerta, mirándola. Aiden hizo lo mismo.
Los dos se estaban mirando sin verse, aunque no lo sabían.
-Hola-la voz de Grace salió igual de áspera que la otra vez, aunque esta vez se oía mejor gracias al hueco que dejaba la puerta al estar entreabierta.
En ese momento ella cerró los ojos y se imaginó que estaba hablando con alguno de sus antiguos amigos. Aunque él no podía parar de pensar en esa primera imagen. Simplemente era incapaz.
Él le devolvió el saludo y se sintió estúpido de repente. No podía creer que después de esperar este momento, lo único que le venía a la cabeza era un "hola".
Aiden rascó su nunca con nerviosismo mientras ella esperaba a que el chico siguiese hablando. Él respiró profundo y se preguntó qué venía ahora. Parecía un bebé entrando a la guardería. Sin saber nada, sin conocer nada. Entonces creyó que lo que debía hacer era lo mismo de siempre, simplemente sentarse en el suelo y hablarle. Y eso hizo.
Ella escuchó cada palabra que él tenía para decir. En ese momento olvidó todos los problemas. Sí, algo cliché. Pero nunca antes había experimentado esta sensación, la de olvidarse de los problemas. Quizás por qué nunca los tuvo o, tal vez, porque nadie hacía que ella los olvidara.
-¿Sabes?-preguntó el chico mientras intentaba acomodarse. Aunque era imposible ponerse cómodo en ese suelo-. Yo no soy de sacar buenas notas, mi promedio es un siete.
Entonces el silencio reinó entre ellos y ella sintió que debía rellenarlo con algo, pero no tuvo el mínimo descaro en fanfarronear.
-Mi promedio era un nueve.
Al momento Aiden pensó en Alexandra y en que las dos se llevarían bien. Eso esperaba. Lo que no esperaba era que Grace fuese a restregarle sus buenas notas por la cara.