Cuando estaba pequeña quería salvar al mundo de los malvados, quería salvar al mundo de los señores de corbata, quería salvar al mundo de la pobreza, pero no sabía como.
Mi familia era muy pobre y tenían realmente pocas oportunidades frente al mundo inmisericorde. Mi madre era una pobre vendedora de artesanías, y mi padre trabajaba siendo explotado en las minas situadas al sur de Napo. Yo, en ese entonces, no sabía que esas minas estaban siendo saboteadas ilegalmente.
En mi cumpleaños número doce las autoridades dieron con la mina, y miles de trabajadores quedaron desempleados, entre ellos, mi padre. Nunca lo había visto tan desesperado, aún me acuerdo como lloraba preso del pánico y de la congoja.
—Lo siento mucho Phakcha —me dijo mi madre—. Necesitamos que ayudes a tu padre a vender dulces.
El pertenecer a una comunidad indígena representaba un infortunio para nosotros. Muchas veces nos corrían de nuestras tierras aquellos señores importantes que creían que debajo de aquel lugar fluía un liquido codiciado llamado petróleo. Estudiar representaba un gran sacrificio, caminaba a diario largos kilómetros atravesando un río que corría el riesgo de desbordarse, y un bosque.
Cuando me gradué en la secundaria, mi madre me preguntó que quería hacer con mi vida.
—Quiero salvar al mundo —le dije.
Entonces mi madre se arrimó en mi hombro y se desbordó en llanto.
—Lo siento, Phakcha. No tengo dinero para pagarte la universidad.
Consolé a mi madre y le dije que no se preocupara. La secundaria a la que asistía me había otorgado una beca gracias a mis buenas notas. Mi madre pareció aliviarse un poco . Para no ser una carga innecesaria, empecé a trabajar en un restaurante. No ganaba mucho, pero al menos podía costearme mis propios gastos.
Para desgracia mía, y de mis padres, en la universidad cambié. Mis compañeras eran muy clasistas, y criticaban muchas veces a mi gente, tildándola de puerca y quedada. No tuve valor para defender a los míos, y cada vez me avergonzaba más de ellos. Me gradué en la universidad, y debido a mi buen desempeño en la practicas, conseguí trabajo inmediatamente.
Que feliz me sentía entonces, ayudaba a mis padres económicamente, pero me avergonzaba de ellos cuando veía que se negaban a quitarse aquel traje típico que representaba nuestra cultura. Me volví cada vez más superficial, e incluso llegué a despreciar a mi padre, quien me había criado con tanto esmero y amor.
Un día mientras estaba en el trabajo, llamó mi madre: mi padre había muerto. Empecé a llorar a cántaros, y mis colegas se acercaron preocupados, me preguntaban que me había sucedido, pero yo lloraba cada vez con más fuerza.
—He sido una estúpida —dije escupiendo odio para conmigo misma.
Los demás no entendían mi reacción, y en el fondo eso me alegraba demasiado. Me hubiera dado vergüenza que supieran lo hija de puta que había sido hasta ese entonces. Fui al funeral de mi padre, y de rodillas le pedí perdón a mi madre. Ella levantó mi rostro con su amor de madre, y me dijo que todo estaba olvidado. Lloré con más fuerza, no me merecía una madre tan buena y cariñosa.
Compré una botella de alcohol y me encerré en mi departamento. No quería saber nada del mundo, no quería saber nada de nada, solo quería olvidar que existía. Tomé un trago y encendí el radio, tomé otro trago, no había nada bueno, apagué el radio. Fui a la refrigeradora pero no encontré nada interesante, Frustrada me llevé la botella a la boca y bebí sin control hasta estar completamente mareada.
Al día siguiente no fui al trabajo, ni al siguiente, y así sucesivamente. Cuatro días después me llamó mi jefe.
—Lo siento —le dije con un tono calmado—. He olvidado dejar mi renuncia.
Colgué porque no quería escuchar ni reproches, ni preocupaciones vacías. Aquel episodio me hizo ver que estaba viviendo una vida vacía. De pequeña quería salvar el mundo, pero ¿ahora que había crecido querría lo mismo? no lo sabía, y aquello me hacía sentir mal. Era una mujer de veinticinco años que no sabía que quería hacer consigo. Me di cuenta que aquello que los demás llamaban éxito profesional no era más que una banalidad. Para mi el éxito tenía un significado distinto, pero para empezar ¿qué significaba éxito profesional? ¿ganar mucho dinero? ¿tener un puesto importante? muchos tal vez lo habrían definido de esa manera, pero para mi, el éxito radicaba en salvar a los míos ¿No era acaso ese mi más ferviente deseo? Hurgué en mis memorias, y me dí cuenta que pesé a toda la pobreza, yo había sido feliz con mis padres. No podría estar más orgullosa de ellos, de mis padres, de mi gente, de mi cultura. Abrí los ojos de golpe, sentí una revelación poderosa estremecer mi pecho. Entendí a mi madre, ella jamás se quitaba esa ropa porque esa era su identidad, su cultura y su forma de vida. Justo en ese momento me dí cuenta de algo que antes consideraba irrelevante.