KAYLA
Cuando mataron a su hermana, gritó hasta sentir la garganta en carne viva. Cuando degollaron a su padre, creyó que todo había acabado. Pero cuando dispararon a su madre, supo que no se detendrían. Tres asesinatos consecutivos, a eso se había reducido su familia. Y ahora le tocaba a ella. El olor metálico de la sangre acrecentaba su miedo. Era innecesario fingir valentía, pues incluso el más inteligente sabía que, tener miedo, era lo correcto ante una situación como aquella. La iban a ajusticiar, aunque su sentencia ya estaba dictada desde el momento en que esos hombres, con sus elegantes trajes de noche, habían entrado a su casa para una cena formal a la que habían sido invitados. A pesar de conocer su destino, no quería morir. Nunca había pedido nada de eso. Siempre supo que el trabajo de su padre, como uno de los líderes de la mafia local, era poco convencional. Había vivido con el constante miedo de que una buena mañana, él no regresara a casa, de enterarse de su muerte por medio de las noticias, que todo quedara registrado como uno más de los ajustes de cuentas que se emitían casi a diario por el canal de noticias más sintonizado del país. Los pocos amigos que había logrado conservar de su infancia, eran hijos del mismo círculo en el que se movía su familia, pues sus demás conocidos eran demasiado cautos como para formar una amistad permanente con alguien como ella. Eres como una bomba de tiempo andante, le había dicho una noche Xavier, a quien había considerado uno de sus mejores amigos hasta el instante en que pronunció dichas palabras mientras le pedía romper su amistad. Sé que no es tu culpa, pero un día de estos, estallarás llevándote contigo a todo lo que te rodee en dicho instante. Y yo no quiero ser parte de eso, culminó con tristeza mientras me daba la espalda, dejándome con el manto de estrellas apenas titilantes y la luna llena como única compañía. Al asimilarlo, había llorado, luego enfurecido e insultado a la nada con palabras que ni siquiera había sido consciente que conocía. Pero al final, ese miedo que me sobrevino horas después de haberlo escuchado nunca terminó por irse. Una parte de mí, a lo largo de los años, se mantuvo alerta ante la aparición del verdugo que daría fin a mi vida. Y, esta noche, estaba de rodillas ante él. Un inequívoco olor se mezclaba con la sangre de mi hermana, que ya manchaba los bordes de mi vestido: me había orinado. Pero mi capacidad de sentir vergüenza había desaparecido junto con el orgullo que me caracterizaba.
—Por favor— le supliqué con una voz que no reconocí como mía, lágrimas corriendo por mis mejillas y el sabor de mocos en mis labios. —Me quedaré callada, nadie sabrá nunca lo que ocurrió aquí. Huiré del país, haré lo que quieras, pero no me mates—intenté por última vez sintiendo el sabor salado de las lágrimas en la punta de mi lengua.
—Lo siento—respondió de forma queda —sabes que no puedo hacerlo. Conoces muy bien las reglas. Las ratas deben de morir, y su familia con ellas. El jefe lo quiere de esa forma.
¿Lo sabía? Por supuesto que lo sabía. Éramos nosotros o su familia. Si nos salvaba, su esposa e hija nonata morirían. Y a nosotros nos quería, pero a ellas, las amaba.
Al verlo a los ojos, supe que la decisión estaba tomada. Nunca tuve una oportunidad.
—Solo quiero que sepas que realmente lo siento—dijo mientras metía una nueva carga a su arma con silenciador.
Al sentir mi final tan cerca, recé como no lo había hecho en años. Resultaba irónico que los últimos pensamientos de una agnóstica declarada fueran hacia el ser en el que siempre había afirmado no creer. Por favor, dije en mi mente, por favor, si existe una vida después de la muerte, permíteme ser libre, no quiero riquezas, ni poder, solo deseo vivir sin miedo. Yo no elegí esto, no lo hice, no quiero morir, ¿por qué tengo que morir? Sálvame, solo sálvame.
—Cierra los ojos—pidió mi ejecutor sacándome de mis pensamientos.
—No te lo haré fácil—le respondí con amargura—mis ojos serán lo último que verás cada noche después de esta al irte a dormir.
—No esperaba menos de ti—me sonrió con tristeza antes de apuntar el arma hacia mi corazón.
Nos miramos por última vez. Yo, con falsa valentía y verdadero miedo. Él, con honda tristeza y la más firme decisión.
Luego, el hombre al que una vez llamé hermano, apretó el gatillo.
Hola queridos lectores, quizá, al terminar de leer, se hayan sentido un poco confundidos. Eso es normal, no se preocupen. Solo quiero que sepan que no son historias distintas, son la misma. Ya irán entendiendo de manera más clara en el capítulo 2.
Este fue algo corto, salió así sin proponérmelo, pero pronto tendrán el capítulo 2. Planeo subirlo el domingo que viene. Aunque, si esta historia tiene buena recepción, me podrían dar fuerzas para subir antes el capítulo (actualmente trabajo, que les puedo decir, la vida adulta)
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Editado: 11.01.2022