Samantha

Por amor a los perdidos...

A veces de noche, enciendo la luz para no ver mi propia oscuridad.

Antonio Porchia

 

Hablemos del oscuro ser que se esconde dentro de cada uno. Sí, ese que vivimos ocultando tanto de nosotros mismos como de los demás. Ese lúgubre intento de ser humano, avergonzado, pálido, temeroso de la luz, que se pasea en los pasillos olvidados del alma. Ese acompañante de las noches en vela que llora sin que nadie lo escuche. El sujeto roto y herido al cual decidimos, para poder convivir con el resto, enterrar en lo más profundo de nuestro ser. Yo me llevo muy bien con esa oscuridad, incluso he llegado a asignarle un nombre: Samanta...

 

I

Lunes, 23 de enero de 1995

Benditos sean los afligidos.

 

La mirada temerosa de un hombre me mira hacia arriba mientras apunto con una escopeta cargada y sin seguro justo a su cabeza. Sus ojos marrones no desvían su atención de mis movimientos, parece capaz de suplicar en cualquier momento pero a pesar de todo, está sereno. Su nombre es Lucas. Un vividor de primera, un estudiante de segunda y un apostador de tercera. Después de abandonar sus estudios de abogacía, sin decírselo a sus padres, incursionó en el mundo de las estafas crediticias. Buscado por sus acreedores y por sus víctimas, se había convertido en una piltrafa humana. Una rata que se la pasaba escondida entre basureros. Su imagen reflejaba a la perfección su pútrido interior. Pero la razón por la cual nos encontramos en esta situación, donde él está atado a una silla, en un apartamento a punto de caer —en un complejo de edificios abandonados—, no es nada de eso, al menos no directamente.

 

—Sabes que no hay vuelta atrás, ¿no es así, Lucas? —No sé de qué hablas, si te debo algo, ¡te pagaré el doble! —¿Otra vez prometiendo cosas que no puedes cumplir?, ese mal hábito tuyo me está sacando de quicio… —¡No hables como si me conocieras! —Yo te conozco —digo, acercándome a su rostro—. Podría decir que nadie te conoce tanto como yo, Lucas Antonio Almeida. —¿Quién eres? —Soy la oscuridad que impera en tu interior y también soy la única que puede salvarte, ahora podrás descansar de tu insípida y miserable vida. Estoy segura de que estas cansado de la carga tan pesada que llevas a tus espaldas… Yo te liberaré. —¡Estás demente! —Nadie está libre de la locura… Tú lo sabes mejor que nadie... —¡Maldita loca! —No entiendo porque todos se ponen así en este punto… —digo mientras camino por la habitación—, pero bueno, nunca hay reconocimiento para los que hacen el trabajo de Dios… —¡Hija de puta! —Adiós Lucas… Bendito seas, oh afligido…

Me incorporo acercándome a él de nuevo, apoyo la escopeta en mi hombro para amortiguar la patada, coloco mis dedos en el gatillo y lo halo con suavidad. El golpe del disparo me echó hacia atrás, mas con el estallido de la pólvora, Lucas dejó de ser tan miserable.

 

Tomo mis cosas y regreso a mi coche. Los niños tienen clase dominical y debo ayudar al Padre César con la merienda.

 

II

Jueves, 16 de marzo.

Que el señor te reciba en sus brazos.

 

—¿Martina, dónde estás, pequeña? —No escucho respuesta y avanzo hacia la siguiente habitación—. Estás siendo una malcriada, deja de esconderte de una vez.

Al entrar a la habitación encuentro nada más que muebles viejos y polvo. Llevo unos quince minutos buscando a la mocosa de Martina Lemuz. Toda una joyita. Expulsada de cada centro de estudios al que ha asistido, acostumbra tener sexo de una manera poco sana y consumidora de drogas al por mayor. Pero, ¿quién soy yo para juzgarla?, eso ya fue decidido por mi Señor, yo solo traigo el mensaje con el cual su alma será perdonada. ¿Pueden sentir mi alegría?, he sido elegida para llevar las buenas nuevas a las almas descarriadas y desamparadas. Martina se escabulló cuando tropecé con unos escalones al venir hacia aquí. Pero yo sé que la encontraré.

 

—Te daré el mensaje que el cielo tiene para ti, pequeña. ¡Aunque deba quemar toda esta maldita mansión contigo dentro! —El sonido de algo cayendo alerta mis sentidos y disparo con mi escopeta en su dirección. El estruendo es potente, pero parece que no di en el blanco de lleno. Al acercarme encuentro unas gotas de sangre.

—Lamento no haber silenciado tu dolor de un solo disparo, pero así quieres que sean las cosas, Martina. No descansaré hasta hacerte descansar —digo al aire y luego recargo mi arma.



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En el texto hay: psicopata, sangre y crimenes, muerte

Editado: 12.12.2018

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