Para Julián aquel pueblo era nuevo, cada calle cada esquina jamás recorrida pero en su mente conocía cada adoquín de ese lugar tan retirado a las orillas del mar de Japón. Nada había sido como lo había planeado “llegar y salir si es posible el mismo día” pero ahora se había encariñado con aquella abuela y se encontraba preocupado por su salud a tal punto que había decidido quedarse unos días más para estar seguro de que se encontraba bien, por otro lado estaba el recuerdo de aquel sujeto y la posibilidad remota de conocerlo. Pero como en su recorrido por el mundo le había enseñado las posibilidades se entrelazaban de maneras tan misteriosas “tejidas por las manos de Dios”. Hacía apenas una hora que había salido de la comisaría con el permiso en sus manos para poder cantar cuando el señor Mika le había informado que el trabajo era más que suficiente para que pudiera cantar en la puerta como lo había hecho esta mañana, él le había informado que era la mejor hora para cantar ya que los estudiantes del colegio salían y llegaban al centro antes de irse a sus casas.
Para Julián no era algo nuevo ya se había acostumbrado a esta forma de vida, cantando donde pudiera, comiendo lo que encontrara y trabajando donde lo dejaran, eso ya era su pan de cada día y este pueblo parecía sonreírle, solo con su actuación de esta mañana ya había recogido suficiente dinero para una buena cena y comprar los materiales para el desayuno de mañana junto a la abuela, así que lo que recogiera a esta hora lo podría ahorrar para otro día. Antes de salir a la puerta se lavó la cara, se mojó el cabello y trato de arreglárselo de la mejor manera que pudo, luego saco de su estuche aquel viejo sombrero último recuerdo de su padre y se acercó a la puerta dispuesto a cantar varias canciones.
Al salir del local la vista era tal cual el señor Mika le había informado, las calles estaban llenas de estudiantes dispuestos a pasar un rato agradable antes de llegar a sus casas, Julián dispuso el sombrero en el suelo tomo la vieja guitarra de ébano y se dispuso a tocar varias melodías alegres que él mismo había traducido al Japonés.
Para Yumiko el camino desde el colegio a su casa se había convertido en una pequeña ruta de escape de la realidad que la absorbía inexorablemente en un torbellino de desesperanza, su novio Juu no hacía nada más que presumir con el collar de jade que su familia le había dado hacia tan solo unos meses frente a sus amigos de muy mala reputación. Ya ni siquiera le hablaba solo se comía el bento que preparaba cada mañana y se marchaba de clase, sus padres y especialmente su hermana estaban muy preocupados por su comportamiento, pero para Yumiko esto no era más que otra cosa con la cual debía lidiar, los chismes de pasillo la habían convertido en el hazmerreír de todo el colegio, solo dos amigas de la infancia habían permanecido a su lado en estos momentos tan difíciles. Y con ellas disfrutaba de sus paseos por el centro de la ciudad pese a ser la comidilla de la gente del pueblo al decir en voz baja lo que ella ya sabía, “su compromiso la convertiría en la mujer más desdichada del pueblo”.
Pero para Yumiko el recorrido habitual por las tiendas del centro el día de hoy era algo nunca antes visto, frente a la tienda del señor Mika se encontraba una aglomeración de muchachas de todos los cursos del colegio, varias grababan los acontecimientos con sus celulares y otras se golpeaban para poder acercarse a lo que estaba pasando, cuando Yumiko se acerco pudo escuchar una bella tonada saliendo del enjambre de mujeres reunidas ahí. Pronto Yumiko fue cogida de las manos por sus dos amigas para acercarse al tumulto y ella comprendió lo que sus amigas querían, aprovechando uno de los pocos privilegios de su actual condición, el respeto que debían profesarle sus compañeros de colegio, en realidad todas las personas de aquella pequeña ciudad costera. Así que valiéndose de su estatus de pequeña celebridad local lograron abrirse paso por entre la multitud obteniendo un lugar de privilegio para el espectáculo que tenían en frente.
Junto a la puerta del señor Mika se encontraba un muchacho de unos quince años, extranjero de cabello largo, rostro varonil y un semblante algo triste que cantaba varias canciones en un ritmo que nunca antes había oído pero que ciertamente alegraba su corazón apesadumbrado por las circunstancias.
El espectáculo duró cerca de cinco minutos más hasta que el joven tomo el sombrero del suelo y con una sonrisa melancólica se dispuso a pasar recogiendo las contribuciones del público. Yumiko instintivamente saco un billete de su bolsillo y lo deposito en aquel sombrero, sus amigas hicieron lo propio regalándole adicionalmente unas sonrisas demasiado provocadoras. Pronto Yumiko y sus amigas se encontraban en sus hogares estudiando para los exámenes que tenían en los próximos días.
Eran cerca de las siete de la noche cuando Juu la llamo al celular diciéndole que la quería ver, que tenía una reunión en la playa y que quería pasarla bien junto a ella. Para Yumiko aquel plan no le resultaba atractivo, pero era la primera vez que su novio la llamaba así que decidió asistir.
Julián estaba sorprendido, aquella tarde había reunido suficiente dinero como para pagar un buen hotel donde quedarse por unos días, pero había decidido ahorrar aquel regalo del cielo y pasar la noche en una playa cerca de la ciudad quería aprovechar el buen tiempo que había y la calidez de las noches de verano niponas, no le fue difícil conseguir madera para hacer una fogata junto a un pequeño risco que lo protegía no solo de miradas curiosas sino del viento que comenzaba a soplar en aquella hora, para Julián aquello era verdaderamente tranquilizador, el olor a pescado fresco asándose al calor de las brasas, el cansancio del día y la sensación que se había quitado un peso de encima aquella madrugada lo invitaban a caer en los brazos de Morfeo, no sin antes hacer una oración y rogar porque esta noche no tuviera pesadillas.
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Editado: 13.05.2021