Sanando Heridas

Capítulo 19

No soy una doctora, soy la madre de un niño con sueños y metas que dejó este mundo cuando tenía 15 años por lo mismo que tú padeces.

—Yo…

—Solo escucha. Jeremy es mi hijo, porque, aunque su alma descanse en paz, él siempre será mi bebé. Jeremy tenía 15 años cuando murió, tan solo 15 años—lágrimas empezaron a caer por sus mejillas—. Aun recuerdo el día en que nació, era un bebé robusto; aún recuerdo su risa, el día en que dijo su primera palabra, el día en que dio sus primeros pasos, el día en que nos sonrió por primera vez. Él junto a mis otras dos hijas eran nuestra mayor alegría.

>>Mi hijo siempre había sido un chico activo, un chico vivaz. Ni bien aprendió a caminar y a hablar, su padre y yo lo inscribimos en clases de natación, de idiomas, de guitarra, etc. Era un chico fácil de tratar, amable, carismático, social. Pero todo ello se fue apagando cuando empezó a pisar la pubertad. Al principio creímos que se trataba de los cambios que sufre todo hombre, así que lo dejamos. Sin embargo, mi instinto como madre me decía que algo andaba mal. Paraba encerrado en casa, ya no era bromista como antes, no quería salir con sus amigos y a veces no quería ir a la escuela. Jeremy no era obeso, era trejo; esa era su contextura, pero mi pequeño niño no lo entendía y los amigos de su colegio tampoco. Mi hijo sufrió de bullying. Nadie lo sabía, se calló todos los insultos, se calló todos los golpes, se calló y guardó todas las notas que dejaban en su escritorio o en su mochila. Tarde nos dimos cuenta que mi hijo era anoréxico. Sí, nos habíamos dado cuenta que había empezado a bajar más de peso, que ya no comía como antes, que incluso se saltaba las comidas. Empezó a usar poleras anchas, buzos anchos, todo con tal de cubrir su cuerpo. Se compró pesas, iba al gimnasio, corría todas las mañanas en el estadio. Su padre y yo estábamos tan conformes con la crianza que le habíamos dado a nuestros hijos que no había razón para pensar que podían desviarse del camino. Ambos trabajábamos y para cuando las cosas eran difíciles para Jeremy, mi esposo y yo pasábamos por buenos momentos en nuestras respectivas empresas de trabajo y tuvimos que estar fuera de casa por un tiempo. Cuánto pesa aun esa decisión, cuánto duele pensar en los “y si”. Pero nada de lo que piense o haga va a volver a traer a mi hijo de vuelta. Mi Jeremy se estaba dejando morir; se sometió a una dieta rigurosa, a veces incluso vomitaba la comida. Lo más doloroso fue llegar a casa y encontrar a mi hijo tendido en su cama, sin vida. Mi corazón se rompió; aun fue muy difícil ver el cuerpo de mi hijo. Un chico que había gozado de buena salud la mayor parte de su vida, había quedado reducido a lo que la sociedad lo había obligado a convertirse. Lo habían juzgado tan duro en el colegio. Ni siquiera tuve el valor de vestir a mi propio hijo para su funeral, me mataba ver lo flaquito que estaba, sus costillas y los huesos de su cuerpo estaban tan marcados. No era capaz de reconocer al chico en el ataúd; ese chico no era mi hijo. Era la sombra de mi hijo. Nos costó un divorcio y dos años de separación para superar lo que pasó con mi hijo. Cada uno luchó por su lado, primero con terapias por separado y luego juntos. Fue ahí que también nos dimos cuenta que habíamos perdido a un hijo, pero aun nos quedaban dos niñas, que, aunque ya estaban grandes aun nos necesitaban. Así que mi esposo y yo volvimos a juntarnos, aun duele y talvez nunca deje de hacerlo, pero ya no como antes. Ahora preferimos agradecer a Dios por el tiempo que nos permitió estar con Jeremy.

—Lo siento. Yo…—estaba pasmado ante la historia. Ni siquiera tenía palabras de aliento para esa mujer. Mi cabeza estaba echa un lío.

—Está bien. Pero no te digo esto porque quiera una disculpa o solidaridad—se secó las lágrimas que había derramado. Colocó su mano sobre la mía y me dio un suave apretón—. Te digo esto porque tú también tienes un problema. No te conozco y talvez no sé con exactitud cuáles fueron las razones que te llevaron a ello, pero puedo decirte que aun estas a tiempo. Te lo dice la madre de una víctima, la madre de un chico que quería ser doctor cuando fuera grande, te lo dice una madre que desea que otra madre pueda seguir viendo sonreír a su hijo, verlo cumplir sus sueños—yo solo negaba con la cabeza, negando a aceptar la situación—. Quizás ahora estás en negación y no quieras entender que esto es grave, pero créeme, aun estás a tiempo. Sé que tienes a una chica preciosa e inteligente que está muy dispuesta a ser tu compañera en esta travesía—le dio una sonrisa cálida a Kim—. No subestimes su edad, no subestimes su amor. Y también sé que tienes a un grupo de amigos, a un grupo de madres, a tu propia madre. No dejes que la enfermedad gane la batalla, tú eres más fuerte que esto. Es hora de que lo demuestres.

Quisiera poder decir que el testimonio de Nina me hizo abrir los ojos rápidamente, pero no fue así. Encontraba similitudes entre la conducta de su hijo y la mía, pero me parecía que yo no estaba al borde de la muerte, no aún. El testimonio de Nina había tocado mi corazón; sabía que tenía gente a mi alrededor que me apoyaba, pero no quería arrastrarlos a mi mundo. Y aunque también se había referido a mi madre, dudaba mucho que le preocupara. La conducta que había tomado hace unas semanas solo era una fachada, al menos para mí. Sin embargo, lo que sí me noqueó fue ver las fotos de Jeremy.




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