Sangre Azul

5. INDECENTE Y POCO DIGNO

 

Cada pasillo, rincón y habitación se encuentran magníficamente iluminados, contrario a ese interior oscuro que imaginé unos momentos atrás, cuando contemplé el palacio desde fuera. Supongo que esa luz es responsabilidad de los enormes ventanales de cristal y las cortinas corridas en cada uno de estos.

Mientras el ayudante Lanish me guía a su oficina para hablar de ese tema tan misterioso e importante, mis ojos vagan por cada esquina del palacio. Sigue sin aparecer el gentío que se esperaría en un lugar como este. Tal vez la muerte reciente de muchos de los sirvientes tiene algo que ver en lo solitario que parece el palacio.

En nuestro camino solo nos cruzamos con un par de asustadizas sirvientas limpiando los pisos, ambas miran sobre sus hombros mientras el ayudante mayor pasa a su lado. Yo camino detrás de Lanish, intentando seguirle el paso, anticiparme a los giros de un pasillo a otro sin perderme demasiado en la lujosa inmensidad del lugar; los cuadros artísticos y los brillantes adornos dorados.

Un retrato pintado a mano del rey Gustav adorna la sala por la que caminamos. Es enorme, como de unos cuatro metros de altura. Los ojos del rey en la pintura parecen estar fijos en todo el lugar, de manera que en cualquier esquina en la que estés, es como si él te estuviese mirando.

Lanish se detiene en seco haciéndome tropezar con su espalda. Me disculpo con torpeza y él me mira un tanto preocupado.

—Entiendo que todo esto puede impresionarte — Sus manos se mueven en un gesto que busca abarcar la inmensidad del palacio —. Pero, pronto se volverá algo poco emocionante.

Lo observo sin expresión, como si no estuviera pensando en lo poco razonable que suenan sus palabras. No creo que exista una cantidad suficiente de tiempo para que el enorme palacio de Calize se convierta en algo común para mí. Casi podría reír en su cara, porque, vamos, soy una simple campesina. Nada de este ostentoso lugar podría convertirse en algo repetitivo en mi vida.

Sigo al ayudante Lanish por los solitarios pasillos del castillo, asomándome un poco en cada habitación entreabierta que me encuentro a nuestro paso. Los muebles elegantes con brocados de madera pulida y tapices de terciopelo escarlata me hacen pensar en un paraíso sangriento. Las paredes están adornadas por marcos en forma de intrincadas trenzas doradas que resguardan retratos de guerras, paraísos y personas. Hay toda clase de adornos hechos de oro; jarrones con flores moribundas, candelabros y cuencos. Es un derroche de riqueza que inesperadamente huele a soledad. Imagino a mi madre andando por estos pasillos y en mi siguiente respiración me digo que estoy guardando una parte de ella dentro de mí.

—Llegamos —anuncia el hombre abriendo una puerta ante nosotros.

Encuentro a ese cuartucho que él llama “oficina” un poco precario en comparación al resto del palacio. La mesa es un desastre y no mejora mucho cuando Lanish lanza algunos libros hacia una esquina en un intento por dejar un espacio limpio.

—Toma asiento. —Me indica, con voz baja.

Nos sentamos al mismo tiempo y cuando nuestras miradas se encuentran, lo único que veo en él es prisa. Sé que Lanish debe tener unos mil asuntos pendientes, pero, de ninguna manera, esperaba que soltara lo que tenía que decirme de la forma en la que lo hace; sin aviso, sin tacto alguno.

—A partir de hoy comienzas a pagar la deuda que te ha heredado tu madre. Trabajarás los mismos días que ella, cubriendo su turno y su lugar. Espero que comprendas que con los sucesos de los últimos días el palacio está… no está en su mejor momento. Es ineludible que acates tus labores con el mayor empeño y dedicación posible.

— ¿Qué?

No entiendo nada de lo que dice y a la vez puedo entenderlo perfectamente. Es como si el hombre estuviera recitando todo en un idioma que escuché alguna vez, pero que no conozco por completo.

—Has trabajado antes como sirvienta, ¿o no? —su semblante se torna preocupado.

Niego lentamente con la cabeza.

—Pe-pero, ¿de qué deuda me está hablando? Mi madre no tenía una deuda con el palacio… ella, ella nunca lo mencionó.

No puedo evitar el temblor en mi voz. Y sé que no habrá grandes explicaciones, pero, aun así, las necesito. Necesito todo lo que pueda conseguir porque lo que acabo de escuchar está rompiendo algo en mi interior.

Con una respiración que denota cansancio, Lanish se acomoda en su asiento para apoyar los antebrazos en el poco espacio limpio que hizo en su escritorio.

—Ahora mismo tengo muchos asuntos que atender. Pero, no creo que me estés mintiendo señorita Rubssen y por eso tomaré algunos minutos de mi sagrado tiempo para explicarte lo que sé. Las personas desesperadas acuden al palacio a pedir préstamos. Algunas veces, si tienen suerte, los reyes les conceden dichos prestamos, a cambio, esas personas pagan con años de trabajo. Reciben un pago, sí, pero es casi representativo, pues, en realidad, ellos más que trabajar por un sueldo, están pagando su deuda. No sé los términos en los que tu madre comenzó a formar parte de esas personas, pero, lo era. Ahora, cuando los deudores mueren o dejan de servir para el trabajo, la deuda aún debe ser pagada, por lo que se hereda a sus hijos o en su defecto, al familiar más cercano. Si ellos tienen las posibilidades, pueden pagar la deuda en moneda o seguir trabajando para el palacio. — Hace una pausa en la que sus ojos parecen evaluarme de arriba a abajo —. Si no me equivoco, tendrás que pertenecer a los segundos. Así que a menos que tengas veinte mil de los grandes, que es lo que resta de la deuda de tu madre, debes comenzar a servirle al palacio.




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