Sangre Azul

12. DESEOS

 

Carden

Esta mañana tuve que lidiar con más de una situación desagradable. Pero ninguno de dichos acontecimientos fue tan desagradable como lo que me hizo sentir la sonrisa emocionada que vi en el rostro de Nyx Rubssen. Se me oprimió algo en el estómago, o en el pecho, o en algún lugar que se siente como el centro del cuerpo. Y luego eso me hizo enfurecer.

Esa muchacha debería estar ocupándose de otros asuntos. De mis asuntos. Y en su lugar intercambia cartas con el hijo del carnicero. Veo el momento en el que ella nota mi presencia y luego, deliberadamente decide ignorarla. Entra corriendo al palacio y no tarda ni dos minutos en salir de nuevo. Le tiende a ese chico una nota con lo que supongo es la respuesta a la que acaba de recibir.

Se me calienta el rostro.

Ella cree que puede utilizar su tiempo como le venga en gana. Y en teoría, eso no es para nada así. Su tiempo me pertenece, desde ese desafortunado día en el que llego a mi palacio, Nyx Rubssen comenzó a existir solo por y para mí.

Decido pasarlo por alto tanto como mi ego me lo permite, pero Nyx se presenta en mi oficina hasta media hora más tarde. Sus cabellos están alborotados y una delgada capa y brillante de sudor los pega a las finas facciones de su rostro. Su sonrisa se vuelve recatada y temblorosa cuando me mira, como si quisiera ocultarla y no funcionase del todo.

— ¿Le puedo servir en algo?

—Podrías haberme servido hace unos minutos, sin embargo, has perdido toda la mañana haciendo quién sabe qué cosas —digo, con más molestia en la voz de lo que quisiera expresar.

—He estado ayudando a la señora Kahn a transportar la carne, hoy no han venido todos los ayudantes de los Alcot, así que no podía ella sola.

Resuma en su voz una ligera, casi imperceptible nota de hartazgo.

La miro. Me preparo para soltarle lo mucho que me molesta el que malgaste su tiempo coqueteando con el hijo del carnicero, pero algo me dice que no es del todo correcto hacerlo. Y para mi fortuna alguien me detiene de cometer el error.

—Prepara una cita con alguna de las chicas para hoy —le dice Lanish, al tiempo que entra a mi oficina pasando por el lado de Nyx sin mirarla, como si ella no estuviera del todo aquí.

— ¿Con cuál de ellas? —pregunta la chica y me mira directamente a mí.

Si pudiera decirle que da igual, que no me importa demasiado…

Pero entonces recuerdo a una de ellas. La única que llamó mi atención al menos un poco. Y decido que aun cuando ella no será una opción, podría ser agradable pasar un rato escuchándola.

—Irena Mesh.

Nyx parece un poco impresionada.

— ¿Pasa algo? ¿Sabes si está indispuesta o…

Nyx niega con la cabeza y una mueca burlona se instala en su boca.

—Creí que aprenderse sus nombres era demasiado trabajo para usted.

No se acobarda, ni ante mi mirada desdeñosa, ni ante los ojos amenazantes de Lanish. Me temo que debo aceptar que no he conocido mujer más firme que esa chica desaliñada. La miro; con su vestido viejo, el lazo medio amarrado en su cabello, el desorden en su aura, el vértigo que me causan sus palabras y sus acusaciones…

Debería resultarme deplorable. Y no lo hace. Y eso me obliga a demostrarle que hay algo mal en ella. Todo está mal en ella.

—No seas ridícula y has tu trabajo, muchacha. — Lanish interfiere.

—Si, eso es.

Mi voz lanza las palabras con la sobriedad y puntería de un ciego borracho, no sueno ni un poco convincente. Pero me esfuerzo en parecer estable mientras me dirijo a sentarme en la silla que mi padre utilizó por décadas, como si el lugar no me estuviese quedando grande.

—Le avisaré cuando esté todo listo —dice Nyx antes de salir, con una mueca de suficiencia en el rostro.

Aborrezco algo de ella, aunque aún no sé qué es en específico.

 

 

✾ • ────── ♛ ────── • ✾

 

La cita quedó pactada al caer la tarde, cuando el cielo es casi oscuro pero la luz de las estrellas comienza a iluminar todo de forma tenue y solemne. Al ver a Irena Mesh en un vestido del mismo azul que el cielo anochecido, algo se me escurre dentro. Es decepción y me temo que me entristece un poco que un sentimiento así aparezca al encontrarme con la única de las seis que despertó un poco mi interés.

No es que en su persona esperase encontrar la sombra de su hermana, creo que esperaba la de alguien más, pero no puedo descifrar quien. Su cabello rubio trenzado y adornado con pequeñas piedras en forma de mariposas da la impresión de ser irreal.

Sus ojos verdes como el pasto al comienzo de primavera apenas me miran.

Pensar en primavera me lleva a pensar en mi padre y las recurrentes fiestas que organizaba como motivo de celebración en dichas fechas.

Gustav Blue fue conocido como un rey tirano, aunque quienes se hacían llamar sus amigos no se atreverían a admitirlo ni ahora que está muerto. Temido desde que cumplió dieciséis y asesinó a sus dos hermanos a sangre fría, todo para obtener la corona. A mi padre le gustaba el disfrute, despilfarrar, humillar a otros. Era el mismísimo diablo reencarnado para las ancianas más recatadas y tranquilas. Su recuerdo cae sobre mí en los momentos más inoportunos, haciendo casi surrealista el hecho de que no pueda librarme de su yugo, aun cuando él ya no está.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.