Sangre Codiciada

I

         

         Por muy cliché que suene, todo empezó en un viernes 13, viernes en el cuál había luna llena y para empeorarlo todo era Luna Roja. Para muchos eso no significaba nada, solo una noche con demasiada publicidad por las leyendas a su alrededor. Para otros era el día del año en que más hambre y fuerzas tenían. Habían unos terceros que se escondían, por si las dudas, no salían en todo el día y se mantenían alejados de cualquier puerta o ventana, estando alerta cada segundo que transcurría.

         Por otro lado estaba yo, para mí era otra noche de soledad, sin mis padres presentes por su trabajo, no tenía miedo ni creía en ninguna leyenda, pero tampoco me fiaba de las personas en este día en especial, solían ponerse algo locas, por lo que decidí quedarme en casa, o mejor dicho en el techo, admirando las estrellas y la transformación de la luna de un blanco brillante a un rojo carmesí más llamativo aún.

         En fracciones de segundos mi noche de tranquilidad y soledad terminó en una tragedia, vi en el callejón que estaba en diagonal a mi casa un hombre que venía corriendo, como si huyera de algo o alguien, cuando pasaba por el callejón tiraron de su brazo y casi de inmediato entró otro, supuse que a ayudarlo o tal vez era de quien huía, no sabía. Después de varios ruidos de lo que pensé que eran golpes, vi como salía un lobo cojeando y sangrando mientras arrastraba al primer hombre que entró, luego salió un chico que a lo mucho era un año mayor que yo, limpiándose la sangre de la boca y manos, con bastante desagrado y otro que salió bañado en sangre, quejándose.

         Por instinto me escondí, no quería que supieran que estaba viendo y terminar igual o peor que aquel hombre. ¿El otro? Pues no sé, no lo vi más, bueno a ninguno de los cuatro pues sentí como algo frío, como acabado de salir del congelador, me tocaba el hombro, tengo que aclarar que estamos en pleno verano. Un escalofrío recorrió mi cuerpo de arriba  abajo y viceversa, tragué en seco y me giré a ver aquello que me tocaba el hombro con tanta insistencia.

         Al principio pensé que todo era producto de mi imaginación, por todas las estupideces que estuve viendo en la televisión en estos días, pero no, era tan real como yo. Era un chico que no pasaba de los once años, cabello negro y largo hasta los hombros, sus ojos tenían un color verde intenso, en los cuales se podía ver el reflejo de la luna, pero nada de eso fue lo que me dejó estática frente a él, muy a pesar de que el color de sus ojos era más brillante que el de cualquier ser humano, lo que me asustó, me aterró y sobre todo, me impresionó, fue su sonrisa, si no fuera por los largos y filosos colmillos que sobresalían sobre sus labios, diría que era una sonrisa tierna e inocente, lo cual me resultó demasiado chocante. Tenía ganas de salir corriendo y pensar que todo fue una alucinación, pero mi cuerpo no quiso responder a mi grito de auxilio.

—Shhh..... No digas nada, nos puede descubrir, ven conmigo —Extendiéndome la mano, invitándome a ir a sabrá Dios donde —Perdón si te asusté, no fue mi intención, pero si no vienes vas a sufrir mucho —dijo con voz dulce al darse cuenta de que no respondía a su invitación.

         Seguí mirándolo con cara: "¿y este quién es? Está loco si cree que voy a ir con él" y parece que lo entendió enseguida porque prosiguió:

—Mira tienes dos opciones o quedarte aquí a merced de alguien que acabas de ver que mató a otro o arriesgarte a irte conmigo. No tengo intenciones de hacerte daño, si fuera así ya lo hubiera hecho, ¿no crees? —Tenía un buen punto por lo que con algo de temor acepté su mano y me paré cuidando de que no me vea el hombre que aún seguía parado ahí, mirando hacia los lados, buscando a alguien.

         Caminamos hasta el otro lado del techo, mientras que lo hacíamos solo podía repetirme una y otra vez que esto era una locura. Nadie en su sano juicio confiaría en un niño que no conoce y menos con un aspecto nada humano. Al llegar al otro borde, veo como él calcula la distancia entre el techo de mi casa y el del vecino.

—¡Estás loco si crees que voy a saltar eso! No soy Spiderman para estar saltando de techo en techo —le dije horrorizada al darme cuenta de sus intenciones.

—Confía en ti, sé que puedes hacerlo, a parte no está tan lejos y es la única forma de escapar de aquí.... Rápido antes de que huela tu sangre y adiosito tu vida y la mía por ayudarte —suplicaba a la vez que intentaba convencerme.

         Me dirán loca, que lo que hice, nadie en su sano juicio lo haría, pero ese chico por segunda vez tenía razón, preferiría una y mil veces saltar teniendo aunque sea un cero punto un porciento de salir con vida que quedarme a merced de aquel tipo el cual estaba cien por ciento segura que me mataría sin pensarlo ni por un segundo.

         La sensación de estar en el aire con grandes posibilidades de fallar y caer de un tercer piso, junto a que estábamos huyendo de un potencial asesino hizo que la adrenalina de mi cuerpo subiera a niveles que no sabía que existían. Mi corazón latió con tanta fuerza que pensé que se saldría de mi cuerpo, experimentaba una sensación extraña, no era un escalofrío, mas bien era como si la sangre se me congelara y al segundo hirviera a niveles que el sol me quedaría chiquito.

         Como era de suponerse al llegar al techo de mi vecino, el cual por cierto jamás he visto en mi vida, resbale por estar en el mismísimo borde y por poco caigo al suelo, por suerte estaba el chico ahí, quien me ayudó enseguida.

—Vamos, rápido, que seguro ya te escuchó y aún nos falta otro salto, así que apúrate —susurraba agitándome para que corriera más rápido y poder llegar a no sabía dónde.

—¡¿Qué?! ¿Estás loco o qué? Yo no voy a saltar otra vez. En esta casi me mato. ¿Quién me dice que en la otra no lo hago? —Estaba asustada por lo que al principio grité, pero enseguida bajé la voz al recordar que sería mejor si no hablaba.




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